diumenge, 4 de juny del 2017

Memorias de Winston S. Churchil XXXIV


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

 Ante la nueva amenaza
Mientras atravesaba Londres entre la multitud delirante de entusiasmo en la hora de justificado regocijo después de las grandes penalidades sufridas, mi mente se hallaba obsesionada por las sombrías, perspectivas del futuro.

La más dura de todas las pruebas
Para el pueblo británico el peligro hitleriano, con las duras pruebas y las privaciones que había comportado, parecía haberse desvanecido en una gran llamarada de gloria.
El terrible enemigo ontra el que había luchado durante más de cinco años acababa de rendirse sin condiciones. Lo único que faltaba era que las tres potencias victoriosas estableciesen una paz duradera y justa, protegida por una Organización mundial, hacer que los soldados volviesen a sus hogares tras la larga y fatigosa ausencia, y empezar una Edad de Oro; en la que imperasen la prosperidad y el progreso. Nada más y —a buen seguro pensaban sus pueblos — nada menos.

Pero la medalla tenía su reverso. El Japón permanecía invicto. La bomba atómica aún no había surgido.
El mundo se hallaba sumido en la confusión. El peligro común, lazo principal de unión entre los tres grandes aliados, se había esfumado de la noche a la mañana. A mi juicio la amenaza soviética había reemplazado ya al enemigo nazi. Pero frente a ella no existía camaradería alguna.
En la Gran Bretaña la unión nacional, sólido fundamento sobre el cual se había asentado firmemente el Gobierno de los tiempos de guerra, había desaparecido también. Nuestra fuerza, que tantas tormentas había vencido, ya no iba a seguir luciendo bajo el sol. ¿Cómo podríamos, pues, establecer aquel arreglo definitivo que era lo único capaz de recompensar todos los esfuerzos y sufrimientos de la lucha? Yo no podía desprender de mi ánimo el temor de que los ejércitos victoriosos de la democracia se dispersaran en seguida, en tanto que quedaría aún por vencer la verdadera y más dura de todas las pruebas.
Todo aquello ya había ocurrido otra vez. Recordaba aquel otro día de júbilo, casi treinta años antes, en que me había trasladado con mi esposa desde el Ministerio de Municiones, por entre multitudes. igualmente arrebatadas de entusiasmo, hasta Downing Street para felicitar al primer ministro.

En 1918, lo mismo que en 1945, yo consideraba la situación mundial como un todo. Pero en aquel entonces por lo menos no existía ningún poderoso ejército al cual hubiésemos de temer..

Tendencias divergentes
Mi idea primordial era una reunión de las tres grandes potencias, y confiaba que el presidente Truman pasaría por Londres al dirigirse a ella. Como, se verá, los círculos influyentes de Washington estaban ejerciendo presión sobre el nuevo Presidente en un sentido muy distinto.
El tono y la tendencia que habían empezado a apuntar en Yalta habían cobrado notable vigor.
A juicio de dichos círculos, los Estados Unidos debían tener buen cuidado de no dejarse arrastrar a ninguna clase de antagonismo con la Rusia soviética. Se consideraba que semejante actitud estimularía la ambición británica y abriría un nuevo abismo en Europa. Por el contrario, la política que debía seguir
Norteamérica era la de desempeñar entre la Gran Bretaña y Rusia el papel de amigable componedor, y aun de arbitro, para tratar de allanar sus divergencias acerca de Polonia y Austria y lograr el establecimiento de una paz dichosa y tranquila, lo cual permitiría que las fuerzas norteamericanas se concentrasen en la lucha contra el Japón.
La presión ejercida en este sentido sobre Truman debió de ser muy fuerte. Su instinto natural, como lo han demostrado sus históricos actos, . le inducía a seguir una línea de conducta diferente.
Yo no podía, como es lógico, darme cuenta exacta de las fuerzas que actuaban, a la sazón en el centro nervioso de nuestro aliado más íntimo, aunque no tardé en tener conciencia de las mismas. Observaba tan sólo la aplastante manifestación del imperialismo ruso que avanzaba sobre países inermes.

Objetivo inmediato: conferencia tripartita
Era evidente que el primer objetivo había de ser una conferencia con Stalin. A los tres días de la capitulación alemana cablegrafié al Presidente: Del primer ministro británico al presidente Truman.
«11 de mayo de 1945 Creo que deberíamos formular una invitación, conjunta o separada, pero simultánea, a Stalin para reunirnos en alguna ciudad no destruida de Alemania con objeto de celebrar una conferencia tripartita en el mes de julio.
Conviene que no nos encontremos en ningún lugar situado dentro de la actual zona militar rusa. Ya hemos ido dos veces seguidas a reunimos con él... De momento no sé cuándo se celebrarán las elecciones generales, pero no veo razón alguna para que éstas ejerzan influencia sobre los desplazamientos de usted o los míos adonde nos llame el deber público.
Si piensa usted venir a Inglaterra en los primeros días de julio, Su Majestad le enviará una cordialísima invitación y será usted muy bien acogido por la nación británica... Después podemos trasladarnos al punto de reunion fijado en Alemania y celebrar las graves deliberaciones de las que depende el futuro inmediato del mundo..Desde luego, yo llevaría conmigo a representantes de los dos partidos políticos de mi país y ambos emplearían exactamente el mismo lenguaje a propósito de los asuntos internacionales, pues en esto nos hallamos estrechamente de acuerdo.
Propongo, pues, que venga usted aquí en los primeros días de julio y que salgamos luego juntos a reunimos con U. J. («tío José») en el mejor punto situado fuera del territorio ocupado por los rusos a que se nos induzca a ir. Entre tanto, confío en gran manera que el frente norteamericano no retrocederá de las líneas tácticas actualmente convenidas. Dudo mucho de que sea posible lograr por medios indirectos que: sea Stalin quien proponga la conferencia tripartita.
Pero creo que aceptaría una invitación. Celebro que actualmente su intención sea la de atenerse a nuestra correcta interpretación de los acuerdos, de Yalta y mantenerse firme en nuestra actitud presente respecto a todos los problemas planteados.
Señor Presidente, en los próximos dos meses se decidirán cuestiones de la máxima gravedad. ¿Me permite indicarle que la correspondencia que he sostenido con usted ha reforzado en gran manera mi sentimiento de confianza?»
Contestó en seguida que prefería que Stalin propusiese la conferencia y esperaba que nuestros embajadores podrían inducirle a formular la invitación. Mr. Truman señalaba después que él y yo debíamos acudir a la. reunión por separado a fin de evitar toda sospecha de «confabulación».
Una vez terminada la conferencia, pensaba visitar Inglaterra si sus obligaciones en Norteamérica se lo permitían. No dejé de notar la diferencia de punto de vista que se desprendía de este telegrama, pero acepté la fórmula que sugería el Presidente.

El telegrama del «telón de acero»
Por aquellos mismos dias envié al presidente Truman lo que puede llamarse el telegrama del «telón de acero».
De entre todos los documentos públicos que he escrito sobre el particular, querría que mi actitud fuese enjuiciada tomando éste como base: Del primer ministro británico al presidente Truman.
«12 de mayo de 1945 La situación europea me preocupa hondamente. Me he enterado de que la mitad de la aviación norteamericana destacada en Europa ha empezado a ser trasladada al escenario bélico del Pacífico.
Los periódicos están llenos de noticias relativas a los grandes movimientos de los ejércitos norteamericanos que abandonan Europa.
Nuestros ejércitos también, conforme a disposiciones anteriores, van a sufrir una notable reducción.
El Ejército canadiense se irá indudablemente. Los franceses son débiles y difíciles de tratar. Cualquiera puede darse cuenta de que en muy breve plazo nuestro poderío militar en el Continente se habrá esfumado, a excepción de los limitados efectivos destinados a la ocupación de Alemania.
¿Qué hará Rusia entre tanto? Yo he laborado siempre en pro de la amistad con Rusia, pero al igual que usted, experimento una profunda inquietud a causa de su interpretación errónea de las decisiones de Yalta, su actitud respecto a Polonia, su abrumadora influencia en los Balcanes, excepto Grecia; las dificultades que suscita a propósito de Viena, la combinación del poderío ruso y los territorios dominados u ocupados por ella, junto con el empleo de la técnica comunista en tantos otros países, y por encima de todo la posibilidad que tiene de mantener durante, largo tiempo ejércitos inmensos en pie de guerra.
Joseph E. Davies y Stalin

¿Cuál será la situación dentro de un año o dos? En aquella época los ejércitos británico y, norteamericano se habrán diluido; el Ejército francés aún no habrá sido organizado en gran escala; seguramente no dispondremos más que de un puñado de divisiones, francesas en su mayor parte, en tanto que Rusia estará en condiciones de mantener doscientas o trescientas en servicio activo. Ante el frente ruso ha descendido un telón de acero. Ignoramos lo que está pasando detrás del mismo. Apenas puede caber duda de que todas las regiones situadas al este de la línea Lübeck-Trieste-Corfú se hallarán pronto completamente en manos de los rusos.
A esto hay que añadir los vastos territorios conquistados por los ejércitos norteamericanos entre Eisenach y el Elba, que supongo serán ocupados por los rusos dentro de unas semanas, cuando las fuerzas norteamericanas se retiren. El general Eisenhower deberá tomar todas las medidas posibles para impedir un nuevo e inmenso éxodo de la población alemana hacia el Oeste cuando se produzca aquel enorme avance moscovita hacia el Centro de Europa. Y después el telón volverá a descender hasta muy baja altura y aun quizá hasta el mismo suelo.
De este modo una importante faja de territorio de varios centenares de kilómetros de ancho y .ocupada por los rusos nos aislará de Polonia. Mientras tanto, la atención de nuestros pueblos estará absorbida por la tarea de infligir duro castigo a Alemania, que está arruinada y postrada, y dentro de poco tiempo los rusos estarán en condiciones de avanzar, si así lo desean, hasta las orillas del Mar del Norte y del Océano Atlántico.
Es de importancia vital que lleguemos ahora a una inteligencia con Rusia, o que veamos con claridad cuáles son nuestras diferencias con ella antes de debilitar excesivamente nuestros ejércitos o retirarnos a nuestras zonas definitivas de ocupación. Esto sólo puede hacerse mediante una reunión personal. Le agradecería trucho su opinión y consejo.»

Sorprendente propuesta de Truman
Transcurrió una semana antes de que recibiera nuevas noticias de Mr. Truman acerca de ¡os grandes problemas planteados. El 22 de mayo cablegrafió que había ordenado a Mr. Joseph E. Davies qué se entrevistase conmigo antes de la conferencia tripartita para hablarme de una serie ds asuntos que prefería no tratar por cable.
Mr. Davies había sido embajador en Rusia antes de la guerra y se sabía que simpatizaba muchísimo con el régimen soviético. Naturalmente, yo tomé en seguida las disposiciones necesarias para recibirle. El enviado personal del Presidente pasó la noche del 26 en Chequers. Celebré una conversación muy larga Con él. El punto esencial de lo que venía a proponerme era que el Presidente se reuniese con Stalin en algún lugar de Europa antes de entrevistarse conmigo.
Esta insinuación me asombró en gran manera. No me había gustado la palabra «confabulación» utilizada por el Presidente en un telegrama anterior para referirse a mi proposición de que él y yo nos reuniésemos aparte. La Gran Bretaña y Norteamérica estaban unidos por lazos de principio y por acuerdos sobre la política a seguir en muchas cuestiones,  nosotros dos diferíamos profundamente de los Soviets en muchos de los grandes problemas pendientes de solución.
Por otra parte, el hecho de que el Presidente no se detuviese en la Gran Bretaña y se entrevistase a solas con el jefe del Estado soviético constituiría no un caso de «confabulación»  porque eso era imposible—, pero sí un intento de llegar a una inteligencia unilateral con Rusia sobre la- cuestiones básicas a propósito de las cuales los norteamericanos y nosotros estábamos unidos. Yo no podía aceptar en modo alguno lo que parecía una afrenta, siquiera fuese involuntaria, a nuestro país después de los leales servicios prestados por éste a la causa de la libertad desde el primer día de la guerra.
Yo no quería admitir la idea implícita de que las nuevas dificultades que a la sazón surgían con los Soviets tenían un carácter puramente anglorruso. Los Estados Unidos estaban tan interesados y comprometidos en ellas como nosotros.

Contra los Intentos de aislacionismo
A fin de que no hubiese ninguna interpretación errónea, redacté una nota oficial que entregué a Mr. Dayies después de obtener la cordial aprobación del secretario de Asuntos Exteriores, Mister Eden, que había regresado a Londres. He aquí algunos párrafos de la nota en cuestión:
«Él primer ministro británico ha acogido con cierta sorpresa la proposición transmitida por Mr. Davies en el sentido de que el presidente Truman y el mariscal Stalin se reúnan en algún lugar convenido y que los representantes del Gobierno de Su Majestad sean invitados unos días más tarde a incorporarse a ellos. Debe quedar bien entendido que los representantes del Gobierno de Su Majestad no podrían asistir a ninguna reunión en la que no participasen desde el principio en calidad de componentes de la misma con igualdad de derechos. Lo contrario sería sumamente lamentable.
El primer ministro no ve la necesidad de plantear una cuestión tan hiriente para la Gran Bretaña, para el Imperio británico y para la Comunidad Británica de Naciones. No debe olvidarse que la Gran Bretaña y Norteamérica están unidos actualmente por un mismo ideal, el de la libertad, y por los principios expuestos en la Constitución norteamericana y modestamente reproducidos y adaptados al mundo moderno en la Carta del Atlántico. El Gobierno soviético tiene una filosofía diferente, el comunismo, y utiliza hasta el máximo los procedimientos de un Gobierno policía, que está aplicando en todos los Estados que han caído víctimas de sus armas liberadoras.
El primer ministro no puede resignarse fácilmente a aceptar la idea de que para los Estados Unidos la Gran Bretaña y la Rusia soviética no son más que dos potencias extranjeras a las que hay que medir por el mismo rasero y con las cuales conviene allanar las dificultades ocasionadas por la última guerra.

Excepto en el terreno de la fuerza, no puede existir igualdad entre el derecho y la sinrazón. La gran causa y los grandes principios por los cuales la Gran Bretaña y los Estados Unidos han sufrido v han triunfado no son simplemente cuestiones relacionadas con el equilibrio de poder. En realidad llevan aparejada la salvación del mundo... El primer ministro propone, por consiguiente:
a) Una reunión a la mayor brevedad y
b) Que las tres grandes potencias sean invitadas a la misma en pie de igualdad. Pone relieve el hecho de que la Gran Bretaña no podría asistir, a ninguna reunión que tuviese un carácter diferente y que, como es natural, en la controversia que esto originase se vería obligada a defender públicamente la política que propugna el Gobierno de Su Majestad.»
El Presidente recibió esta nota con ánimo benevolente y comprensivo. Contestó el 29 de mayo que estaba estudiando las fechas posibles para la conferencia tripartita.
Me satisfizo ver que no había ocurrido nada desagradable y que nuestros queridos amigos no dejaban de reconocer la justicia de nuestro punto de vista.
El 27 de mayo Stalin propuso que. «los tres» se reuniesen en Berlín «en un futuro muy próximo». Yo respondí que me complacería mucho reunirme con él y el Presidente en lo que quedaba de la ciudad, y que esperaba qué la reunión se celebraría hacia mediados de junio.

La Vanguardia  18-12-1953

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