dilluns, 5 de juny del 2017

Memorias de Winston S. Churchill XXXV


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


Una decisión trascendental

(Berlín fue escogido como punto de reunión de los tres jefes de Gobierno aliados. El primer ministro británico no logró convencer a Mr. Truman de que adelantara la fecha de apertura de la conferencia del 25 de julio de 1945 a mediados de junio o principios de julio.)
La razón principal que me había inducido a hacer lo posible por adelantar la fecha de la reunión era, como cabe suponer, la inminente retirada del Ejército norteamericano de la línea que había alcanza do durante la lucha a la zona fijada en el acuerdo de ocupación.

La clave de bóveda de Europa
Temia que cualquier día Washington decidiera abandonar aquella enorme extensión de terreno de 650 kilómetros de largo y casi 200 de anchura máxima. En ella vivían millones de alemanes y checos.
Su abandono abriría un abismo de territorio aún más amplio entre nosotros y Polonia y eliminaría prácticamente para nosotros toda posibilidad de influir en el destino de aquel país.
El cambio de actitud de Rusia hacia nosotros, las constantes infracciones de los acuerdos concertados en Yalta, el intento de ocupación de Dinamarca, felizmente frustrado por la oportuna acción de Montgomery, los abusos cometidos en Austria, la amenazadora  presión del mariscal Tito sobre Trieste, eran hechos todos ellos que, a juicio de mis consejeros y de mí mismo, creaban una situación totalmente distinta de aquélla en que las zonas de ocupación habían sido definidas dos años antes.
No había duda de que los asuntos mencionados debieron ser considerados como un todo, y aquél era el momento de hacerlo.

Era preciso, establecer un arreglo de carácter general mientras las fuerzas terrestres y aéreas británicas y norteamericanas constituían todavía un potente núcleo armado y antes de que se diluyesen bajo los efectos de la desmovilización y las duras necesidades de la guerra contra el Japón.. Entonces y no más tarde había que poner las cosas en claro.  Por otra parte, abandonar todo el centro y corazón de Alemania— mejor dicho, el centro y clave de bóveda de Europa — como un acto aislado me parecía una decisión harto grave e imprudente. Tal decisión sólo podía ser adoptada como parte de un acuerdo general y duradero.
Sin embargo, no me correspondía a mi decidir. Al retirarnos a nuestra zona de ocupación abandonaríamos una porción de terreno muy pequeña.
Además el Ejército norteamericano contaba con tres millones de hombres y el nuestro sólo tenía un millón. Lo único qué yo podía hacer era, en primer lugar, hacer lo que estuviese en mi mano para adelantar la fecha de la reunión de «los tres», y en segundo lugar, al fracasar este intento, ver de conseguir que. se aplazase la retirada de tropas hasta que pudiésemos tratar el conjunto de nuestros problemas como un todo, cara a cara y en,un pie de igualdad.
Eisenhower, Montgomery

Ocho años después
¿Cuál es la situación después de transcurridos ocho años? La línea de ocupación rusa en Europa va de Lübeck a Linz. Checoeslovaquia ha sido engullida. Los Estados Bálticos, Polonia, Rumania y Bulgaria han quedado reducidos a la categoría de países satélites bajo el dominio totalitario comunista.
En Austria no se ha podido llegar a ningún acuerdo. Yugoeslavia actúa por su cuenta en la forma conocida. Tan sólo Grecia está a salvo. Nuestros ejércitos han desaparecido, y habrá de pasar mucho tiempo antes de que sea posible concentrar de nuevo aunque sólo sean sesenta divisiones para oponerlas a las fuerzas rusas, que en elementos blindados y en potencial humano tienen una capacidad abrumadora.
Todo esto sin tener en cuenta lo que ha ocurrido en Extremo Oriente. Tan sólo la bomba atómica alza su siniestro escudo ante nosotros. El peligro de una tercera guerra mundial, que habríamos de librar al principio en condiciones de grave inferioridad excepto por lo que sé refiere a esta terrible arma, arroja su sombra espeluznante sobre las naciones libres del mundo.
Así, pues, en el momento de la victoria dejamos tranquilamente que se desvaneciera nuestra mejor posibilidad, y quién sabe si la última, de establecer una  paz duradera en el mundo.

Perspectiva alarmante
El 4 de junio cablegrafié al Presidente en los siguientes términos, que pocas personas dejarían hoy de suscribir:
«Comprenderá usted, estoy seguro de ello, la razón por la cual abogo tan enérgicamente en favor de una fecha más próxima, por ejemplo, el 3 ó el 4 (de julio).
Me preocupa hondamente la perspectiva de la retirada  del Ejército norteamericano a nuestra línea de ocupación en el sector central, retirada que dará lugar a que el poderío soviético penetre en el corazón de la Europa  occidental y que descienda un telón de acero» entre nosotros y todo lo que se halle al Este de dicha línea.
Yo esperaba que la retirada en cuestión, suponiendo  que haya de , efectuarse, iría acompañada, del arreglo de muchos y grandes problemas, lo cual estableceria los verdaderos cimientos de la paz  mundial.
Hasta ahora no se ha arreglado nada realmente importante, y a usted y a mi nos incumbe gran responsabilidad para el futuro.
Aún espero, por lo tanto, que será posible adelantar la fecha. Reforzaba mi argumentación aludiendo a la arbitraria conducta de los rusos en Viena (donde el mariscal Tolbujin había ordenado a las misiones aliadas que abandonasen el país no más allá del 1 de junio.)

Como un toque de difuntos
El Presidente contestó el 12 de. junio. Decía que el acuerdo tripartito acerca de la ocupación de Alemania, aprobado por el presidente Roosevelt tras «detenido estudio y deliberación detallada» conmigo, le colocaba en la imposibilidad de demorar la retirada de las tropas norteamericanas de la zona soviética con objeto defacilitar la solución de otros problemas.

El Consejo aliado de control no podía empezar a funcionar hasta que aquéllas efectuaran la retirada prevista, y el gobierno militar ejercido por el comandante supremo aliado debía terminar sin dilación y ser dividido entre Eisenhower y Montgómery. Sus consejeros le habían indicado, afirmaba, que el aplazamiento de todas estas medidas hasta después de nuestra reunión de julio haría más difíciles nuestras relaciones con los Soviets, y, por lo tanto, proponía que se cursara un telegrama a Stalin en relación con estas cuestiones.
El documento de referencia sugería que diésemos en seguida orden a nuestros ejércitos de ocupar sus respectivas zonas.
En cuanto a Alemania, él estaba dispuesto a ordenar que todas las tropas norteamericanas empezaran el repliegue el 21 de junio.
Los comandantes militares debían disponer lo necesario para la ocupación simultánea de Berlín y para garantizar el libre acceso de las fuerzas norteamericanas a la antigua capital por carretera, por ferrocarril y por vía aerea desde Francfort.
En Austria todo se podía arreglar en forma más rápida y satisfactoría encargando a los comandantes locales la tarea de definir las zonas tanto en el conjunto del país como en Viena.
Dichos jefes militares sólo recurrirían a sus respectivos Gobiernos para someterles los asuntos que no pudiesen resolver de común acuerdo entre ellos.
Todo esto resonó en mi ánimo como un toque de difuntos. Pero yo no podía hacer otra cosa que resignarme.
 Es preciso tener en cuenta el hecho de que el presidente Truman no había participado en la delimitación original de las zonas ni siquiera había sido consultado al respecto.
El problema, tal como se le planteaba al poco tiempo de su ascensión al poder, consistía en si debía o no desviarse de la política de los Gobiernos norteamericano y británico acordada bajo el mando de su ilustre predecesor y en cierto modo repudiarla. No me cabe duda de que en su  linea de conducta le apoyaron sus consejeros tanto militares como civiles.
La responsabilidad en aquel caso se limitaba a decidir si las circunstancias habían cambiado en forma tan radical que era necesario adoptar una actitud totalmente distinta, exponiéndose con ello a que se le acusara de haber traicionado la palabra empeñada. Los qué se jactan de entendidos cuando los hechos ya se han producido deberían callarse.

Hito fatídico «en la historia del mundo»
El primer ministro británico logró que Mr. Truman propusiera la instalación en Viena de guarniciones militares aliadas y de una comisión interaliada en Austria al mismo tiempo que se efectuaran los movimientos de tropas en Alemania.
Escribió a Stalin para pedirle que los rusos evacuasen simultáneamente la zona británica de Austria. A contínuación se transcribe la respuesta de Stalin.
Del mariscal Stalin al primer ministro británico.
«17 de junio de 1945 ..Lamento tener que decirle que existen dificultades por lo que se refiere a empezar la retirada de tropas británicas y norteamericanos a sus zonas y a la entrada de tropas británicas y norteamericanas en Berlín el 21 de junio, dado que el mariscal Zukof y todos nuestros demás altos jefes militares han sido invitados a venir a Moscú a partir del 19 de junio para asistir a la sesión del Soviet Supremo, así como para organizar el gran desfile del 24 de junio en el cual tomarán parte.
Podrán regresar a Berlín entre el 28 y el 30 de junio. No hay que olvidar tampoco que la labor de limpieza de minas terrestres en Berlín está aún en curso y no terminará hasta fines de junio.
En cuanto a Austria, he de repetir lo que ya le he dicho acerca de la convocación de los jefes militares soviéticos para que se trasladen a Moscú y sobre la fecha de su regreso a Viena.

Es necesario también que la Comisión Consultiva de Europa termine a la mayor brevedad sus tareas relativas a la delimitación de las zonas de ocupación en Austria y en Viena, que continúa en suspenso. Dados los hechos expuestos más arriba, yo propondría aplazar hasta el 1 de julio la retirada de las tropas a las respectivas zonas y su correspondiente substitución, tanto en Alemania coma en Austria.
Además por lo que se refiere a ambos países, sería conveniente establecer ahora las zonas de ocupación que han de ser asignadas a las tropas francesas...» El 1 de julio les ejércitos norteamericano y británico empezaron su repliegue previsto, seguidos por masas de refugiados. La Rusia soviética se instaló en el corazón de Europa. Esto marcó un hito fatídico en la historia de la humanidad.
Mientras ocurría todo esto, yo me hallaba sumido en el torbellino de la campaña electoral, que entró en su fase activa en la  primera semana de julio.
Este fue, pues, un mes muy duro para mí.  Consumía mi tiempo y mis energías en fatigosas jiras a través  de las grandes ciudades de Inglaterra y Escocia, pronunciando tres  o cuatro discursos diarios ante multitudes enormes y al parecer  entusiastas.
Durante todas aquellas semanas tenía la impresión de que muchas de las cosas por las que habíamos combatido tan largamente en Europa se iban esfumando  que la esperanza de establecer en seguida una paz duradera se alejaba cada vez más.
Pasaba los días entre el clamor de las multitudes, y cuando por la noche, agotado, regresaba al tren que me servía de cuartel general, había de trabajar aún varias horas para despachar los asuntos de gobierno que me esperaban y que mis secretarios habían empezado a ordenar para facilitar en cierto modo mi labor.
El contraste aterrador entre la ruidosa exaltación de la campaña electoral y los sombríos presentimientos que agitaban mi espíritu se me antojaba una ofensa a la realidad y al sentido de la proporción. Me alegré lo indecible cuando por fin llegó el día de la votación y las papeletas quedaron selladas dentro de las urnas para tres semanas. Pocos días más tarde envié a lord Halifax (embajador británico en Washington) el siguiente cable:
«Espero, naturalmente, con gran impaciencia mí reunión con el Presidente. Los miembros políticos de la delegación británica abandonarán la conferencia (de Potsdam) el 25 de julio a fin de asistir al escrutinio en Inglaterra. Esto evitará dificultades cuando se conozcan los resultados.
Me inclino a creer que el actual Gobierno obtendrá la mayoría; pero, como el Presidente ya sabe, las elecciones son siempre fértiles en sorpresas.
En todo caso, me parece poco probable que yo presente la dimisión a consecuencia de una votación adversa a menos que esto constituya la expresión realmente abrumadora de un descontento nacional. Lo que haría seguramente sería esperar el resultado de un voto de confianza en la Cámara de los Comunes acerca del discurso del Trono, y entonces me consideraría destituido por mandato del Parlamento... Me encanta saber que el Presidente considera posible que la conferencia dure de dos a tres semanas.
A mi entender es de la máxima importancia que, suceda lo que suceda en Inglaterra, la próxima reunión tripartita no tenga un carácter apresurado como lo tuvo la de Crimea. Ahora hemos de concertar acuerdos sobre gran número de problemas de extraordinaria trascendencia y preparar el camino para una conferencia de paz, que es de suponer se celebrará a fines de este año o antes de la primavera del próximo.»

Los caprichos del destino
Contestó al día siguiente con el telegrama que transcribo a continuación y en el que puede apreciarse cuan claramente comprendía nuestro embajador los puntos de vista de Washington:
«7 de julio de 1945 ...Estoy seguro de que encontrará usted a Truman deseoso de laborar con nosotros y plenamente consciente del alcance de las decisiones que hemos de adoptar, así como de las dificultades a corto plazo que las mismas entrañan. Creo que la táctica norteamericana respecto a los rusos consistirá en manifestar al principio una absoluta confianza en la voluntad rusa de colaborar.
Creo también que los norteamericanos, al tratar con nosotros, serán más sensibles a los argumentos fundados en la amenaza de un caos económico en los paises europeos que a los alegatos directos acerca de los peligros de constitución de gobiernos de extrema izquierda o de la expansión del comunismo. Dan señales de un cierto nerviosismo cuando les describo Europa (dejando aparte los hechos) como el escenario de un choque de ideas en el que es muy posible entren en conflicto la influencia soviética y la influencia occidental En el fondo, sospechan aún que nosotros queremos respaldar a Gobiernos derechistas y monarquías simplemente por principio.
Esto no significa en modo alguna que no estén dispuestos a colocarse a nuestro lado contra los rusos cuando ello sea necesario. Pero dan la impresión de querer elegir su línea de conducta con gran cuidado, y esperan en cierto modo desempeñar, o por lo menos hacer como que desempeñan, un papel moderador entre los rusos y nosotros.»Unos años más tarde en muchos círculos se ponía de relieve la conveniencia de que la Gran Bretaña y la Europa occidental desempeñasen a su vez un «papel moderador» entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. El destino tiene caprichos así.

La Vanguardia  19-12-1953



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