divendres, 9 de juny del 2017

Memorias de Winston S. Churchill XXXIX

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL



Potsdam: Desacuerdo sobre Polonia
No volvimos a tratar de Polonia (en Potsdam hasta nuestra quinta reunión, el 21 de julio.
La delegación soviética quería que la frontera occidental de aquel país tuviese el siguiente trazo del oeste de Swinemünde a la desembocadura del Oder remontando el curso de este río — con Stettin en el lado polaco — y siguiendo luego el curso del Neisse occidental hasta Checoeslovaquia.

Hondo problema humano
Mr. Truman recordó que habíamos convenido en dividir Alemania en cuatro zonas de ocupación, tomando como base las fronteras de 1937.
Los británicos y los norteamericanos se habían retirado a sus nuevas zonas, pero al parecer el Gobierno soviético habia dado a los polacos una parte de la suya sin consultarnos.
Si este último sector no figuraba como parte integrante de Alemania, ¿como podíamos resolver la cuestión de las reparaciones y todos los demás problemas alemanes? Stalin negó que hubiese dado a los polacos porción alguna de su zona.
Declaró que el Gobierno soviético se había visto en la imposibilidad de contenerlos. La población alemana se había retirado hacia el Oeste al propio tiempo que los ejércitos germanos.
Sólo quedaron allí los polacos. Los ejércitos soviéticos necesitaban que alguien administrase, sus zonas de retaguardia.
No tenían por costumbre combatir y limpiar el terreno, instalando simultáneamrite una administración propia en aquéllas. ¿Por qué no dejar que cuidasen de ellas los polacos? — Deberíamos atenernos a las zonas convenidas en Yalta
— dijo el Presidente— Si no lo hacemos así, será difícil resolver el asunto de las reparaciones, lo mismo que todos los demás
— Las reparaciones no nos preocupan
— dijo Stalin

— De todos modos los Estados Unidos no recibirán nada en concepto de reparaciones — repuso Mr. Truman
— pero también procurarán no tener que pagar nada.
— En Yalta no se acordó nada concreto acerca de la frontera occidental — dijo Stalin.— Ninguno de nosotros se halla comprometido en este aspecto. Esto era verdad El Presidente dijo que no creía que el asunto pudiese ser resuelto allí. Habría que esperar a la conferencia de la paz.
— Aún será más difícil — dijo Stalin —restablecer una administración alemana. Entre tanto, lo cierto es que los alemanes han huido y la única solución consiste en establecer una administración polaca amiga. Esto no nos compromete a aceptar ninguna frontera concreta, y si la conferencia no se pone de acuerdo sobre ello el asunto puede permanecer en suspenso.
— ¿Usted cree? — interrumpí—. Aquellas regiones tienen extraordinaria importancia para la alimentación de Alemania 
— ¿Quién producirá trigo? — repuso Stalin
— Allí no queda nadie para cultivar la tierra más que los polacos -—¿Qué ha pasado con los alemanes? preguntamos simultáneamente el Presidente y yo. — Han huido.
Yo apenas si había intervenido en aquel diálogo, pero entonces pregunté cómo íbamos a alimentar a los alemanes que habian huido.
Una cuarta parte de la tierra germana cultivable se había  perdido. Si se concedía a Polonia la región propuesta por la Gran Bretaña y los Estados Unidos, sería necesario desplazar a tres o cuatro millones de polacos; pero el plan soviético comportaba el desplazamiento de más de ocho millones de alemanes.
¿Habría sitio suficiente para ellos en lo que quedaba de Alemania? Yo no estaba ni siquiera seguro de que Stalin tuviese razón al afirmar que habian huido todos. En determinados sectores se creía que quedaban allí más de dos millones. Stalin impugnó esta cifra, diciendo que los alemanes habian movilizado a muchos hombres de aquellas regiones. Los demas habían huido.
No quedaba ni un solo alemán en la zona que él proponía se concediera a los polacos. Los alemanes habían abandonado sus tierras comprendidas entre el Oder y el Vístula. Los polacos las estaban cultivando y no era fácil que permitiesen regresar a los alemanes.

Para evitar una catástrofe

El Presidente insistió en que dejáramos la cuestión de la frontera occidental para la conferencia de la paz, pero yo no cedí. 
Polonia, dije, merecía una compensación por el territorio situado al este de la «Línea Curzon» que iba a ser entregado a Rusia pero pedía más de lo que había dado.
Si al este de la «Línea Curzon» había tres o cuatro millones de polacos, había que buscar espacio para ellos en el Oeste.

Tan considerable movimiento de población disgustaría al pueblo de la Gran Bretaña, pero un movimiento de ocho millones de personas era algo superior a lo que yo podía justificar. La compensación debía guardar una cierta relación con la pérdida.
Si los alemanes habían huido de aquel territorio, debía permitírseles volver.
Los polacos no tenían derecho a provocar una posible catástrofe en el abastecimiento de Alemania.
A nosotros no nos entusiasmaba la idea de quedarnos con una inmensa población alemana desconectada de sus fuentes de suministro.
El Ruhr estaba en nuestra zona, y si no era posible disponer de víveres suficientes para los habitantes, nos encontraríamos en unas circunstancias parecidas a las de ios campos de concentración alemanes
— Alemania ha tenido siempre que importar víveres — dijo Stalin— Que se los compre ahora a Polonia.
— El Gobierno de Su Majestad— repuse—no podrá admitir nunca que el territorio oriental alemán conquistado durante la guerra pase a ser polaco.
— Pero el hecho es que está habitado por polacos — dijo Stalin — y éstos cultivan la tierra. No podemos obligarles a producir trigo y dárselo a los alemanes. Yo protesté diciendo que aquellos no eran tiempos normales. Por otra parte, los polacos estaban vendiendo a Suecia carbón de Silesia, en tanto que la Gran Bretaña estaba sufriendo una escases de combustible más grave que la registrada en cualquier momento de la guerra.
Los víveres y el carbón producidos por los alemanes dentro de sus fronteras de 1937 debían estar a disposición de todos los alemanes que residiesen en el interior de las mismas, sin tener en cuenta la zona habitada por ellos.
Stalin preguntó quién produciría el carbón.

No eran los alemanes quienes lo extraían, sino los polacos. Los antiguos propietarios de las minas de Sileisa habían huido. Si regresaban, los polacos probablemente los colgarían. Yo le recordé la observación hecha por él mismo en una reunión anterior, según la cual no debíamos permitir que la evocación da las ofensas pasadas o los sentimientos de venganza rigiesen nuestra política.
Stalin dijo que sus observaciones anteriores no eran aplicables a los criminales de guerra. —Pero no serán criminales de guerra los ocho millones de personas que han huido — contesté.  Aclaró Stalin que se refería a los propietarios alemanes de las minas de carbón de Silesia. La propia Rusia necesitaba carbón y lo compraba a Polonia.

Pragmatismo sovietico
En aquel punto intervino Mr. Truman en mi apoyo.
Parecía, dijo, ser un hecho consumado que la Alemania oriental había sido entregada a Polonia, pero no podía ser considerada como una entidad separada cuando se tratase de las reparaciones y los suministros. 
Stalin insistió en que unicamente los polacos podían cultivar aquellas zonas. Los rusos andaban escasos de mano da obra y allí na habla alemanes.
Era necesario elegir entre suspender totalmente la producción o dejar que los polacos se encargasen del trabajo.
Estos últimos habían cedido una valiosa cuenca hullera a Rusia y habían cogido en compensación !a de Silesia.
Yo hice observar que los polacos habían trabajado siempre en las minas de Silesia y por mi parte no me oponía a que siguieran haciéndolo como agentes del Gobierno ruso, pero si me oponía a que Silesia fuese considerada ya como parte integrante de Polonia. Stalin afirmó de nuevo que era imposible modificar el estado de cosas existente. Los propíos alemanes habían tenido escasez de mano de obra.
En su avance por Alemania, los rusos habían encontrado industrias en las que trabajaban por fuerza deportados italianos, búlgaros y de otras nacionalidades, incluso rusos y ucranianos. Cuando llegó el Ejército rojo aquellos obreros extranjeros volvieron a su país.
Lo que había ocurrido no era el resultado de una política deliberada, sino del desarrollo espontáneo de los acontecimientos.
Toda la responsabilidad incumbía a los alemanes. Reconocía, no obstante, que las propuestas del Gobierno polaco suscitarían dificultades en Alemania. — Y también a los ingleses — interrumpí yo. Pero Stalin dijo que no le importaba causar dificultades a los alemanes.
Era su política y quería impedir que pudiesen desencadenar una nueva guerra. Era preferible crear dificultades a los alemanes que a los polacos y cuanto menos industria tuviese Alemania, más mercados tendría la Gran Bretaña,


Vueltas y más vueltas
Cuando nos reunimos al día siguiente domingo, 22 de julio, no estábamos más cerca de un acuerdo que la víspera.
Yo repetí los motivos por los cuaies el Gobierno de Su Majestad no podía aceptar las peticiones polacas. Stalin siguió insistiendo en que Alemania podía obtener combustible suficiente del Ruhr y de Renania. y que no habían quedado alemanes en el territorio ocupado por los polacos. Siguió una viva discusión acerca de si debíamos pasar todo el asunto al Consejo de ministros de Asuntos Exteriores.
El Presidente dijo que no podía comprender por qué aquello era tan urgente; no era posible resolverlo definitivamente hasta la conferencia, de la paz. Habíamos discutido ya bastante y lo mejor era trasladar el asunto a los ministros de Asuntos Exteriores. Yo afirmé enérgicamente que el problema era muy urgente.
Los rencores persistirían y aun sé agriarían Los polacos, que se habían atribuido o a quienes se había atribuido aquellos territorios, se incrustarían en ellos y se harían sus dueños.

Era preciso que la conferencia de Potsdam adoptase alguna decisión clara, o por lo menos que supiésemos sin la menor duda cuál era la situación exacta.
De nada serviría pedir a los polacos que discutiesen con el Consejo de ministros de Asuntos Exteriores en Londres si las tres potencias, no lograban ponerse de acuerdo entonces.
Entre tanto seguirían en pie los enormes problemas del combustible y los víveres, problemas que recaerían especialmente sobre los ingleses, cuya zona era pobre en alimentos y contaba, con la población más cuantiosa de todas.
¿Por qué no establecer una línea que las autoridades polacas pudiesen ocupar provisionalmente y acordar que a! Oeste de aquella línea todos los polacos trabajarían como agentes del Gobierno soviético? Convinimos en que la nueva Polonia adelantase su frontera occidental hasta lo que podía denominarse la línea del Oder.
La diferencia entre Stalin y yo consistía en el punto hasta donde debía llegar dicha línea.
En Teherán se había hablado de «la linea del Oder». Esta no era una expresión exacta, pero la delegación británica proponía una línea que podía ser estudiada con cierto detalle por los ministros de Asuntos Exteriores. Señalé que yo había utilizado las palabras «línea del Oder» sinplemente como una expresión de carácter general y que no podia ser explicada sin el auxilio de un mapa.
¿Qué ocurriría si los ministros de Asuntos Exteriores se reunían en septiembre y discutían el asunto de Polonia y llegaban de nuevo a un punto muerto precisanente cuando el invierno se nos echaba encima? Berlín, por ejenplo, solía recibir de Silesia una parte de su combustible.
—No de Sajonia — dijo Stalin
— Aproximadamente el 40 por 100 de su hulla procedía de Silesia — repliqué.

Esterilidad absoluta
En aquel punto. Mr Truman nos leyó el pasaje crucial de la declaración de Yalta:
«Los tres jefes de Gobierno consideran que la frontera oriental de Polonia ha de seguir la Línea Curzon, separándose de la misma en algunas regiones en cinco o seis kilómetros en favor de Polonia Reconocen que Polonia debe anexionarse considerables porciones de territorio en el Norte y el Oeste.
Consideran que en tiempo oportuno deberá ser consultada la opinión del nuevo Gobierno provisional polaco de unión nacional acerca de la amplitud de tales anexiones, y que la delimitación final de la frontera  occidental de Polonia habrá de corresponder a la conferencia de la paz.»
Esto, dijo, era lo que el presidente Roosevelt, Stalin y yo habíamos decidido, y él lo apoyaba plenamente. Cinco países estaban ocupando Alemania en aquel momento en vez de cuatro. Habría sido muy fácil ponerse de acuerdo para conceder una zona a Polonia, pero no le gustaba la forma en que los polacos habían ocupado su porción sin consultar a los «tres grandes».
Comprendía las dificultades de Stalin y comprendía también las mías. Lo que importaba, era la manera en que aquello se había hecho. — Muy bien — dijo Stalin—.
En Yalta nos comprometimos a consultar al Gobierno polaco. Podemos elegir entre aceptar sus propuestas o convocarles a la conferencia para oírles.
Convendría arreglar el asunto aquí,  pero como no podemos ponernos de acuerdo, lo mejpr será que pase la cuestión al Consejo de ministros de Asuntos Exteriores. En Teherán, dije, Roosevelt y yo habíamos deseado que la frontera siguiese el cursó del Oder hasta su confluencia con el Neisse oriental, en tanto que él había insistido para que se adoptase la línea del Neisse occidental.

Además Mr. Roosevelt y yo habíamos pensado en dejar Stettin y Breslau en la parte alemana, ¿íbamos a resolver el problema o a dejarlo de lado? — Si el Presidente considera que hay que culpar a alguien — añadió — no es tanto a los polacos como a los rusos y a las propias circunstancias.
—Comprendo su punto de vista Eso es precisamente lo que yo quería decir — repuso Mr Truman. Entre tanto, yo había estado reflexionando en todas estas cuestiones y dije finalmente que debíamos invitar a los polacos a asistir inmediatamente a una de las reuniones de la conferencia. Stalin y el Presidente dieron su conformidad y decidimos cursar la invitación.
Los días 24 y 25 de julio, Mr. Eden y yo nos entrevistamos varias veces con los delegados del Gobierno provisional polaco y procuramos inducirles a adoptar una actitud más moderada en sus peticiones, así como a que permitiesen la celebración de elecciones libres y la creación de instituciones asimismo libres.
Nada de este dio resultado, y el mundo puede apreciar hoy cuáles eran las graves consecuencias que yo había previsto.

La Vanguardia  24-12-1953



L'atac nord-americà de Doolittle contra el Japó va canviar el corrent de la Segona Guerra Mundial

Fa 80 anys: el Doolittle Raid va marcar el dia que sabíem que podríem guanyar la Segona Guerra Mundial. Com a patriòtic nord-americà, durant...