divendres, 2 de juny del 2017

Memorias de Winston S. Churchill XXXII

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


El primer conflicto de la posguerra
(El mariscal Alexander comunicó al primer ministro británico el 1 de mayo de 1.945 que esperaba que el Vlll Ejército litigase a Trieste en el curso de las veinticuatro horas siguientes. Añadía en su informe que las fuerzas regulares de Tito habían ocupado la mayor parte de ¡siria y estaban luchando en Trieste.
Si a él se le ordenaba que ocupara toda la región de Venecia Julia, esto supondría «entrar en colisión con el Ejército yugoeslavo, que contará por lo menos con el apoyo moral de los rusos».)
Las tropas de Tito, en efecto, habian entrado en Trieste el 30 de abril con la esperanza no sólo de apoderarse de la ciudad y la zona circundante, sino también de lograr la capitulación de la guarnición alemana, formada por siete mil hombres, con todo su material.

La «nueva Yugoeslavia» de Tito
Hasta el dia siguiente, por la tarde, las fuerzas yugoeslavas no establecieron contacto con las vanguardias de la 2.a División neozelandesa, al este mismo de Monfalcohe.
El 2 de mayo el general Freyberg y sus tropas neozelandesas entraron en Trieste, aceptaron la rendición de la guarnición alemana y ocuparon la zona del puerto. El 5 de mayo telegrafió Aléxander:
Popovic, Churchill, Tito y Eden
«Tito se encuentra ahora en una situación militar mucho más fuerte de lo que preveía cuando yo estuve en Belgrado, y quiere explotarla a, fondo. Piensa meterse en Trieste cuando yo me haya marchado definitivamente. De momento quiere estar instalado allí y concederme a mi tan sólo derechos de usuario. Hemos de tener en cuenta que después de nuestra ultima entrevista ha estado en Moscú.
Creo que respetará nuestro acuerdo original si tiene la seguridad de que cuando yo no necesite ya Trieste como base para mis fuerzas en Austria se le permitirá incorporarlo a su nueva Yugoeslavia.»
Ante la última frase del telegrama de Aléxander, consideré necesario exponer con claridad nuestro punto de vista político: «...Si no logra usted establecer un acuerdo satisfactorio de actuación con Tito, será preciso elevar el asunto a estudio de los Gobiernos. No hay lugar para que concierte usted ningun acuerdo con el acerca de la incorporación de Istria ni de parte alguna de la Italia de la preguérra a su «nueva Yugoeslavia>. El futuro de aquella parte del mundo habrá de ser decidido en la conferencia de la paz, Debe usted hacérselo constar asi. 
A fin de evitar que Tito o los jefes militares yugoeslavos caigan en tentación alguna, será prudente tener en aquella zona un nutrido contingente de tropas, con gran superioridad de armas modernas y frecuentes exhibiciones de fuerzas aéreas: dentro de lo que ello sea factible para no perjudicar su avance en dirección a Viena, que estoy seguro realiza usted con la mayor rapidez posible. Supongo que ha despejado usted los puntos de acceso á Trieste con objeto de que pueda usted disponer pronto alli de considerables fuerzas navales. La fuerza es garantía de seguridad y de paz...»

Enérgica actitud de Truman
Una semana más tarde, el 12 de mayo, después de haberse producido los grandes acontecimientos que tuvieron por escenario los frentes occidentales de lucha, llegó un enérgico telegrama del presidente Truman. qué fue muy bien acogido por nosotros. Decía que le preocupaba cada vez más la actuación de Tito en Venecia Julia.
Tito no parecía tener intención de abandonar el territorio ni dar tiempo a que el viejo problema fuese resuelto dentro del marco de un acuerdo general de posguerra. «Debemos decidir ahora — decía el Presidente, si hemos de apoyar el principio fundamental que establece qué los problemas territoriales han de ser resueltos mediante, un proceso ordenado y mantenernos firmes ante la fuerza, la intimidación o el chantaje. Si Tito tuviese éxito en sus intentos, probablemente reclamaría luego partes de Austria meridional, Hungría y Grecia.»
Aunque era posible, añadía Mr Truman, que estuviesen en juego la estabilidad de Italia y sus relaciones con Rusia, en aquel problema no se trataba de tomar partido en favor de uno u otro bando en una disputa entre Italia y Yugoeslavia ni de intervenir en la política balcánica, sino de decidir si Gran Bretaña y Norteamérica habían de permitir que sus aliados se enzarzasen en un sistema de rapiña de territorios que tenía demasiadas reminiscencias de Hitler y el Japón.
«Debemos insistir — afirmaba — en la necesidad de que el mariscal Alexander se haga cargo con carácter completo y exclusivo del control de Trieste y Pola, así como de la línea de comunicación que pasa por Gorizia y Monfalcone y de una zona hacia el Este lo suficientemente amplia para garantizar una administración adecuada.» Mr. Truman decía que habíamos de estar dispuestos a estudiar las medidas que fuesen necesarias para obligar á Tito á retirarse.
Añadía un proyecto de telegrama que, una vez aprobado, sería entregado por nuestros embajadores al Gobierno de Belgrado. Proponía que informásemos a Stalin de nuestros planes, tal como se había convenido en él acuerdo de Malta, y concluía con las siguientes palabras: «Si nos mantenemos firmes en este asunto,, como lo estamos haciendo a propósito de Polonia, seguramente podremos evitar que se produzcan infinidad de abusos parecidos.» No he de decir cuanto me confortó recibir aquel valiosísimo apoyo de mi nuevo compañero.
Del primer ministro británico al presidente Truman.
«12 de mayo de 1945 . Estoy de acuerdo con todo lo que usted dice, y le aseguro que actuaré con toda mi energía en él sentido que propone. Si enfocamos la situación con firmeza antes de que nuestra fuerza se disperse, Europa puede salvarse de un nuevo diluvio de sangre. De otro modo, todos los frutos de nuestra victoria se perderán y no se alcanzará ninguno de los objetivos de la Organización mundial para impedir la agresión territorial y futuras guerras.
Confio que será posible ordenar la suspensión de los desplazamientos de tropas norteamericanas de tierra y aire procedentes de Europa (en dirección a Extremo Oriente), por lo menos durante unas cuantas semanas. Nosotros haremos lo propio en cuanto a nuestra desmovilización...»

Brusco cambio de tono 
Es muy probable que el audaz telegrama que me envió el nuevo Presidente suscitara una reacción interna un tanto violenta.
El argumento concretado en la frase: «No nos dejemos amarrar a Europa» había tenido siempre una fuerza extraordinaria. No cabe duda de que el misino condujo a la segunda guerra mundial a través de la bancarrota de la Sociedad de Naciones originada por la retirada de los Estados Unidos.
En la ocasión a que ahora me refiero, era la hora precisa en que el futuro se hallaba en la balanza, el argumento en cuestión iba a desempeñar un papel casi tan funesto como la otra vez. En aquella época existía también el deseo de acabar con el Japón mediante la concentración de todas las fuerzas disponibles y útiles en Extremo Oriente.
Este deseo lo apoyaba también el poderoso núcleo qué desde el principio había defendido el lema «Asia antes que Europa».
Según parece, mi propuesta de ordenar una especie de «vela de armas» hizo que este problema fuese planteado en forma abierta entre los consejeros directos del Presidente.
Sea como fuere, el hecho es que las respuestas de éste tuvieron un tono diferente del de su telegrama acerca de Trieste: El l4 de mayo dijo que debíamos aguardar los informes relativos a la acogida dispensada a nuestros mensajes dirigidos a Belgrado antes de decidir que clase de fuerzas había qué utilizar si nuestras tropas eran atacadas.
A menos que Tito atacase, no era posible embarcar a los Estados Unidos en otra guerra. Dos días más tarde declaró que no podía ni quería comprometer a su país en una guerra con los yugoeslavos, a menos que éstos nos atacasen, en cuyo caso estaría justificado que utilizásemos tropas aliadas para rechazarles lo suficientemente lejos para impedir cualquier otra agresión.

Distingos, matices y consideraciones
Entre tanto, la situación local en torno a Trieste se agriaba.
Al principio Alexander habría quedado satisfecho si Tito hubiese colocado a sus unidades combatientes y administrativas bajo mando aliado, por lo menos en las zonas en que nosotros estábamos actuando, aunque, naturalmente, preferíamos qué se retirasen por completo.
Pero los puestos de control y los centinelas yugoeslavos restringían nuestros movimientos. Su conducta tanto en Austria como en Venecia Julia causó mala impresión entre las tropas aliadas, lo mismo norteamericanas que británicas. Nuestros hombres se veían obligados a contemplar, pasivamente, sin facultades para intervenir, ciertos actos que herían su sentido de la justicia.
Freyberg
No podían menos de considerar que estaban tolerando fechorías. «Como consecuencia de ello — cablegrafiaba Alexander— la animosidad contra Yugoeslavia es ahora muy fuerte y va en aumento. Ya está claro que no sería-, eficaz ninguna solución por la cual compartiésemos una zona con tropas o guerrilleros yugoeslavos o permitiésemos funcionar una administración yugoeslava.» El 19 de mayo contesté al Presidente:
«Espero que no tomará usted a mal que le exponga, con todo respeto, la necesidad de estudiar más detenidamente las palabras «una guerra con los yugoeslavos», así como la expresión «nos atacasen».
Yo no tengo intención de hacer la guerra a los yugoeslavos ni creo que, de no haber un conflicto armado, debamos pensar en retirar a nuestros embajadores. En los momentos críticos es cuando los embajadores deben estar en su puesto. Entre tanto, ha llegado la respuesta de Tito, que es completamente negativa.
Es evidente que no podemos dejar las cosas como están y que es necesario actuar sin pérdida de tiempo en una forma u otra.. Si no, parecerá que hemos estado simplemente «galleando» y en realidad los «galleados» seremos nosotros.
Creo que debemos impedir que nuestras tropas sean objeto de un trato desconsiderado, como debemos impedir también que se produzcan infiltraciones ostensiblemente pacificas, pero contrarias a las órdenes dictadas por los jefes militares aliados y que amenazan con poner en peligro la situación de nuestras fuerzas en los puntos en que ahora se encuentran...
Alexander
En tales circunstancias, yo. no consideraría una acción por parte de Alexander para garantizar el debido funcionamiento de su gobierno militar como «una guerra con los yugoeslavos». Creo, desde luego, que es necesario ejercer presión sobre éstos para que abandonen Trieste y Pola y se retiren a las líneas señaladas oportunamente Creo asimismo que dicha presión debe ser considerada dentro del marco de los incidentes fronterizos más bien que como fruto de decisiones diplomáticas concretas...»
El 21 de mayo, Mr.Truman dijo que estaba de acuerdo conmigo en que no podíamos dejar las cosas como estaban.
Debíamos rechazar la respuesta de Tito y reforzar nuestras tropas en seguida a fin de que los yugoeslavos no abrigasen duda alguna acerca de nuestras intenciones. Proponía que Eisenhower y Alexander hiciesen una demostración de fuerza por tierra y aire, haciéndola coincidir con nuestra repudiación de las exigencias de Tito.
El Presidente opinaba que una exhibición de fuerza en gran escala tendría la virtud de devolver a Tito el sentido de la prudencia, pero si empezaban las hostilidades, él dudaba mucho de que pudiesen ser consideradas como incidentes fronterizos. Me enviaba, en consecuencia, el texto de las correspondientes instrucciones que. había que dar a Alexander y Eisenhower, pero terminaba su telegrama con una frase reveladora: «Mientras sea  posible evitarlo, no quiero que se produzca interferencia alguna en el envío de fuerzas norteamericanas al Pacífico.»
Del primer ministro británico al presidente Truman.
«21 de mayo de 1945 Estoy completamente de acuerdo con el telegrama que cursa usted a Alexander y Eisenhower...
Creo que hay muchas posibilidades de que, si nuestro despliegue de fuerzas tiene un carácter amplio, se llegue a una solución sin combatir. Nuestra firme actitud en este asunto tendrá — estoy seguro de ello — gran eficacia en nuestras discusiones con Stalin. Me parece que es muy necesario celebrar una reunión tripartita cuanto antes...» . El general Morgan, jefe del Estado Mayor de Alexander, se puso finalmente de acuerdo con los yugoeslavos a propósito de una línea de demarcación en torno a Trieste.

Lenguaje casi agrio
Hasta después de transcurrir un mes de crecientes fricciones con los Soviets y con Tito no se dirigió a mí el propio Stalin con referencia al problema yugoeslavo. Del mariscal Stalin al primer ministro británico.
«21 de junio de 1945 A pesar de que el Gobierno yugoeslavo aceptó la propuesta de los Gobiernos norteamericano y británico en relación con la región de Istria-Trieste, las conversaciones de Trieste parecen haber llegado a un punto muerto. Esto se explica principalmente por el hecho de que los representantes del Mando aliado en el Mediterráneo se niegan a tener en cuenta hasta los más mínimos deseos de los yugoeslavos.
general Morgan
No obstante, éstos tuvieron el mérito de liberar dicho territorio de los invasores alemanes y a mayor abundamiento, en aquellas tierras la población yugoeslavá tiene mayoría. Tal situación no puede ser considerada como satisfactoria desde el punto de vista de los aliados.
En mi deseo de no envenenar la cosa hasta ahora me he absteniddo de hablar a usted en nuestra correspondencia de la conducta del mariscal Alexander, pero ha llegado el momento de hacer constar que no puedo aceptar el tono desdeñoso en relación a los yugoeslavos que el mariscal Alexander ha adoptado ocasionalmente en el curso de las actuales conversaciones. Es absolutamente inadmisible que el mariscal Alexander se permita, en un mensaje oficial y público, comparar al marisca! Tito Con Hitler y Mussolini.
Semejante comparación es injustificada y vejatoria para Yugoeslavia...»
He aquí mi respuesta: Del primer ministro británico al mariscal Stalin.
«23 de junio de 1945 ..La idea que usted y yo teníamos en el mes de octubre último, en el Kremlin, era la de que el asunto yugoeslavo sería tratado sobre la base de una influencia compartida por igual entre los rusos y los británicos; es decir, una relación de 50-50. En realidad, hoy la proporción es más bien de 90-10, y aún en este mísero 10 por 100 hemos sufrido violencia por parte del mariscal Tito.
Tan violenta llegó a ser esta presión, que el Gobierno de los Estados Unidos y el Gobierno de Su Majestad se vieron obligados a poner en movimiento a muchos centenares de miles de hombres de sus fuerzas armadas para prevenirse contra un ataque del mariscal Tito. Los yugoeslavos han tratado con gran crueldad a los italianos en aquella parte del mundo, especialmente en Trieste y Fiume, y con carácter general han mostrado una clara tendencia a apoderarse de todos los territorios en los que han penetrado sus fuerzas ligeras.
El movimiento de estas fuerzas no habría podido ser efectuado si ustedes por su parte no hubiesen realizado inmensos avances desde el Este y el Norte y si el mariscal Alexander no hubiese retenido a veintisiete divisiones enemigas en su frente de Italia hasta el momento en que las obligó a capitular.
No se puede decir, a mi juicio, que el mariscal Tito haya conquistado todo aquel territorio. Lo ha sido por la maniobra de fuerzas mucho más importantes, tanto en el Oeste como en el Este que obligaron a los alemanes a efectuar una retirada estratégica de los Balcanes.
De todos modos, hemos concertado un acuerdo que pensamos hacer cumplir. Creemos que toda modificación territorial permanente debe ser establecida en la conferencia de la paz, y el mariscal Tito no sale perjudicado en modo alguno al aceptar la línea actual que nosotros exigimos hasta que se celebre dicha conferencia. En el intervalo .podremos hablar de todos estos asuntos cuando nos reunamos en Berlín. El texto del telegrama enviado por el mariscal Alexander fue extraído en buena parte del borrador redactado por el Presidente.
No vemos por qué hemos de ser maltratados en todas partes, especialmente por aquellos a quienes nosotros hemos ayudado desde mucho antes de que ustedes pudieran establecer contacto alguno con ellos.
Así, pues, no veo ninguna razón para presentar disculpas en nombre del mariscal Alexander, aun cuando ya  ignoraba que fuese a redactar su telegrama exactamente en la forma en que lo hizo.
Me parece que la existencia de una frontera rusificada entre Lübeck y Albania pasando por Eisenach y Trieste es un asunto que merece ser discutido larga y seriamente entre buenos amigos.»

La Vanguardia  16-12-1953


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