diumenge, 21 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (XX)


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


Navidades en Atenas ;
(A medida que avanzaba él mes de diciembre de 1944. iba en aumento la violencia de los combates en las calles de Atenas. El mariscal Alexander ante la posibilidad de verse obligado a enviar a Grecia importantes refuerzos británicos procedentes del frente italiano, esperaba que se concertase un acuerdo a través, del arzobispo ortodoxo Damaskinos, a quien el rey de Grecia no quería aceptar como Regente. El 24 de diciembre el primer ministro británico y Mr. Edén decidieron. ir a estudiar la situación sobre el terreno. Llegaron en avión a Atenas el día de Navidad.)
Aterrizamos al mediodía en el aeródromo de Kalamaki, que estaba protegido por unos dos mil aviadores británicos, todos bien armados y en pie de guerra. Nos esperaban allí el mariscal Alexander, el embajador británico, Mr. Leeper, y el ministro de Estado, Mr. Macmillan. Subieron a bordo del avión y pasamos allí cerca de tres horas estudiando el conjunto de la situación militar y política. Al terminar estábamos todos de acuerdo respecto a las medidas que habla que tomar con carácter inmediato.

Alegre velada marinera
Mi séquito y yo dormiríamos a bordo del «Ajax», el célebre crucero que tomó parte en la batalla del Río de la Plata y que a la sazón estaba anclado en aguas de El Píreo. Se nos informó que la carretera estaba libre de elementos subversivos, y •• franqueamos sin incidente alguno, escoltados por varios automóviles blindados, los pocos kilómetros que nos separaban de allí. Subimos a bordo del «Ajax» antes de obscurecer. Hasta entonces no me di cuenta de que era el día de Navidad.
El Rey Pablo de Grecia

La tripulación del buque había hecho los preparativos necesarios para pasar una alegre velada, y nosotros, desde luego, procuramos estorbar lo menos posible. Los marineros tenían todo un plan de diversión: Una docena de ellos se disfrazaron de los tipos más diversos que quepa imaginar — de chinos, de negros, de pieles rojas, de payasos, etc.  con objeto de dar una serenata a los oficiales, así como a sus compañeros que estaban de guardia e iniciar el jolgorio que se les habla autorizado organizar con motivo de la fiesta. A todo esto, acompañado de su séquito, llegó el arzobispo Dániaskinos: gigantesca figura, ataviada con el ropaje talar y el alto bonete de los dignatarios de la Iglesia ortodoxa griega. Los dos grupos se encontraron.
Los marineros, creyendo que se trataba de un número de su programa de festejos sobre el cual nadie les había hablado, se pusieron a bailar con entusiasmo en torno al recién llegado. El arzobispo consideró aquella mascarada como un insulto premeditado y hubiese regresado a tierra de no haber llegado a tiempo el capitán del buque que no sin cierta turbación, le explicó el hecho de modo satisfactorio. Entre tanto, yo aguardaba en mi camarote, preguntándome qué estaría ocurriendo en cubierta. Pero todo terminó felizmente. 

Entrevista con el arzoblspo
Al día siguiente envié un telegrama al Gabinete de Guerra dando cuenta de los diversos temas que habíamos tratado.
«26 de diciembre de 1944 El mariscal Alexander nos hizo una exposición alentadora de la actual situación militar, que era inquietante hace quince días, pero que luego ha mejorado considerablemente. Sin embargo, el mariscal tiene la clara sensación de que detrás de las unidades del E.L.A.S. existe un inflexible núcleo de resistencia, de carácter comunista, que es más fuerte de lo qué habíamos creído y que será muy difícil extirpar. Aunque logremos expulsar a los electivos armados del E.L.A.S. de los límites de Atenas, seguiremos hallándonos ante una ingente tarea si pretendemos eliminarlos por completo.

Mr. Macmillan y Mr. Leeper nos dijeron que habían estado estudiando la posibilidad de convocar una conferencia de todos los dirigentes políticos, invitando al E.LA.S a participar en ella Opinamos que la convocación de una conferencia así, con el objeto declarado de poner fin a la lucha fratricida en Grecia, tendría como efecto, aun en el caso de que el E.L.A.S. rechazase la invitación, precisar sin lugar a dudas nuestras intenciones a los ojos del mundo. Acordamos también que sería oportuno proponer al arzobispo como presidente de la conferencia...
Cuando vino a vernos (a bordo de! «Ajax») se expresó con gran amargura contra las atrocidades del E.L.A.S los guerrilleros comunistas y se refirió a la tenebrosa mano que se hallaba detrás del E.A.M. (el movimiento político que dictaba órdenes al E.L.A.S.) Oyéndole, era imposible dudar de que temía en gran manera la intervención comunista, o trotskiotd como él la denomina, en los asuntos de Grecia. Nos dijo que acababa de publicar una enciclica condenando a los elementos del E.L.A.S. por haber cogido ocho mil rehenes, gente de la clase media, egipcios muchos de ellos, e ir fusilando unos cuantos cada día. Les había dicho que comunicaría tales hechos ¡a la Prensa del mundo entero si no ponían en libertad a las mujeres.
En general me inspiró bastante confianza. Es hombre de magnífica prestancia, y aceptó inmediatamente la propuesta de ser presidente de la conferencia... Me impresionó, especialmente a juzgar por lo que dijo el arzobispo, la intensidad del odio que en este país se siente hacia los comunistas. Ya estábamos seguros de ello cuando vinimos aqui. Y queda confirmado por lo que hemos oído hasta ahora. No eabe duda acerca del sentido en que votaría el pueblo de Atenas si tuviese ocasión, y hemos de procurar firmemente garantizar que tal ocasión se presente...»

Para desenredar el embrollo helenico
Como es natural, informé asimismo al Presidente. Del primer ministro británico al presidente Roosevelt
«26 de diciembre de 1944 Anthony y yo vamos a ver qué podemos hacer para desenredar este embrollo griego. Base de actuación: el Rey no regresará hasta que se haya celebrado un plebiscito cuyo resultado le sea favorable. Por lo demás, no podemos abandonar a quienes han tomado las armas en bien de nuestra causa, y si es necesario debemos luchar a su lado.  Debe quedar siempre bien claro que es Grecia, no deseamos nada para nosotros, ni en cuanto a territorio ni en cuanto a ventajas de otro orden. Hemos dado mucho y daremos más si está a nuestro alcance. Cuente con usted para ayudarnos en esta época de dificultades inusitadas.
Sobre todo desearía que dijese usted a mi embajador en Atenas que se pusiese en contacto con nosotros y nos prestase su ayuda en todo lo que pueda de acuerdo con los antedichos principios.» Me contestó al día siguiente
«He rogado a nuestro embajador que se entreviste con usted a la mayor brevedad posible. Estoy dispuesto a ayudar en todo lo que pueda para resolver esta difícil situación. Confío en que la presencia de usted ahí tendrá como consecuencia llegar a una solución totalmente satisfactoria.»

La rara astucia del secretario
El segundo dia de Navidad, por la mañana, sali para la Embajada. Recuerdo que tres o cuatro granadas procedentes de los combates que se desarrollaban a menos de dos kilómetros a nuestra izquierda levantaron sendos chorros de agua muy cerca del «Ajax» en el momento en que nos disponíamos a bajar a tierra. Allí nos esperaba un automóvil blindado y una escolta militar. Yo pregunté a mi secretario particular, Jock Colville:
Lincoln MacVeagh
«¿Dónde está su pistóla?», y al contestarme él que no tenía pistola, le reñí porque yo, desde luego, llevaba la mía. A los pocos momentos, mientras nos acomodábamos en nuestra caja de acero, Jock me dijo:
— Tengo un fusil ametrallador.
— ¿De dónde lo ha sacado?— le pregunté. <••-Se lo'he pedido prestado al chófer  repuso
— ¿Y él qué hará? — insistí yo. 
—Estará ocupado conduciendo.
— ¡Pero si no habrá jaleo hasta que nos hagan parar el coche!—le contesté — ¿Qué hará él entonces? Jock no supo qué responder. ¡Una nota mala para su expediente! La verdad es que recorrimos todo el trayecto hasta la Embajada sin el menor incidente. Allí encontré de nuevo al arzobispo, en cuyas manos íbamos a confiar tantas cosas. Dio su conformidad a todas las propuestas Trazamos el programa de la conferencia, que había de celebrarse por la tarde. Yo estaba convencido ya de que Damaskinos era la figura más eminente en medio de aquella barahunda griega.
Me había enterado, entre otras cosas, de que había sido campeón de lucha antes de entrar en la Iglesia ortodoxa. Yo le dije, según las notas de Mr. Leeper: «¿Lamentarla infinito que las nuevas tareas que Vuestra Beatitud haya de asumir en calidad de Regente interfiriesen en lo más mínimo sus funciones espirituales.» Me dio toda clase de seguridades a este respecto.

Conferencia a la luz de los quinques         
  Hacia las seis de la tarde de aquel mismo día, 26 de diciembre, empezó la conferencia en el Ministerio griego de Asuntos Exteriores. Ya obscurecido, tomamos asiento en una amplia y lúgubre estancia. El invierno es frío en Atenas. Allí no había calefacción. Unos cuantos quinqués iluminaban, la escena con una claridad difusa y mortecina. Mr. Eden y yo nos sentamos a la derecha del arzobispo y el mariscal Alexander a su izquierda, Mr. Macveagh el embajador norteamericano; M. Baelen, ministro de Francia, y el representante militar soviético habían aceptado nuestra invitación. Los tres dirigentes comunistas llegaron con retraso, aunque no por culpa suya.
Cuando se disponían a pasar había habido algunas escaramuzas en las avanzadillas. Después de esperar media hora, pusimos manos a la obra. Yo estaba ya hablando cuando entraron en la estancia. Eran unos individuos presentables e iban ataviados con uniforme británico de campaña. En mi discurso dije, entre otras cosas:
«Mr. Edén y yo hemos venido- desde muy lejos, a pesar de que están en curso grandes batallas en Bélgica y en la frontera alemana, con objeto de hacer este esfuerzo para librar a Grecia de la miseria y la desolación y elevarla hasta un nivel de progreso y estabilidad... No tenemos intención de obstruir vuestras deliberaciones.
Nosotros los ingleses y demás representantes de las grandes potencias victoriosas unidas os dejaremos a los griegos que deliberéis por vuestra cuenta bajo la presidencia de este eminentísimo y venerabilísimo ciudadano y no intervendremos en vuestras discusiones a menos que nos mandéis llamar de nuevo. Podemos esperar algún tiempo más, pero tenemos muchas otras tareas que realizar en este mundo, agitado por terribles tormentas. Mi esperanza, no obstante, es que la conferencia que empieza aquí esta tarde en Atenas devolverá a Grecia su renombre y su poderío entre los pueblos aliados y amantes de la paz del mundo, garantizará las fronteras griegas contra todo peligro procedente del Norte y permitirá que todos los griegos así como su país, se porten dignamente a los ojos del mundo entero.
Nikolaos Plastiras
Pues todas las miradas están vueltas en el momento actual hacia esta mesa, y nosotros.los ingleses confiamos en que, dejando aparte lo que haya ocurrido en el ardor de la lucha, dejando aparte las desavenencias que hayan surgido, podremos mantener la antigua amistad entre Grecia y la Gran Bretaña, que desempeñó un papel tan destacado en la instauración de la independencia griega.»


Sabrosa información complementaria
Me alegré de volver a la Embajada, donde el Alto Mando militar había hecho instalar unas cuantas estufas de petróleo durante el tiempo que yo estuviese allí. Mientras aguardábamos noticias de la conferencia y que llegase la hora de la cena, yo envié un telegrama a mi esposa. Me remordía la conciencia por haber desertado de mi hogar precisamente en la víspera de Navidad:
«Hemos tenido una jornada muy fructífera, y por ahora no hay por qué abandonar las esperanzas de obtener algunos resultados importantes. El «Ajax» ofrece un alojamiento muy confortable y desde allí podemos contemplar de cerca el espectáculo de los combates que se registran al norte del Píreo.
Hemos tenido que retirarnos a una milla de donde estábamos, porque caian demasiados obuses perdidos en las proximidades del buque... Supongo que habrás oído hablar del complot para volar el Hotel Gran Bretaña, donde está instalado el Cuartel General, No creo que el atentado haya sido tramado contra mí. De todos modos, unas manos muy expertas colocaron una tonelada de dinamita en los sótanos con un mecanismo alemán de relojería entre el momento en que se tuvo conocimiento de mi llegada y el amanecer. He trabado amistad con el arzobispo y creo que ha sido una excelente idea hacerle intervenir en el asunto como lo hemos hecho, dejando el estudio de los problemas constitucionales para otra ocasión.
La conferencia en el Ministerio de Asuntos Exteriores heleno tuvo un carácter intensamente dramático, con todos aquellos rostros macilentos en torno a la mesa, presidiendo el arzobispo, que con su enorme bonete debe de medir algo más de dos metros... todo esto acompañado por el estampido de los cañones que disparaban a no mucha distancia de allí... Fuimos saludados en nombre del Gobierno griego, dándonos las gracias por haber venido, a lo cual se adhirió uno de los representantes del E.L.A.S., quien hizo especial alusión a la Gran Bretaña, «nuestra gran aliada». Después de pensarlo un poco, estreché la mano a los delegados del E.L.A.S., los cuales, a juzgar por la forma en que respondieron, sintiéronse halagados por mi gesto. Ahora hemos dejado a los griegos que deliberen entre sí, pues lo que han de tratar es, en definitiva, asunto suyo. Esperaremos un día o dos más si es necesario para ver qué ocurre. Por lo menos hemos hecho todo lo posible para que se llegue a una solución.»

Acuerdos circunstanciales

Las discusiones entre los partidos griegos, animadas y aun ásperas a ratos, prosiguieron durante todo el día siguiente. A las cinco y media de la tarde celebré una conversación final con el arzobispo. 

Como resultado de sus negociaciones con los delegados del E.L.A.S. se acordó que yo pediría al rey de Grecia que le nombrase a el Regente. Pensaba dedicarse a constituir un nuevo Gobierno sin ningún comunista. Nosotros nos comprometíamos a proseguir la lucha con toda energía hasta que el E.L.A.S. aceptase una tregua o hasta qua la región de Atenas estuviese libre de su presencia. Yo le dije que no podríamos emprender ninguna acción militar más allá de Atenas y el Ática, pero que procuraríamos mantener fuerzas británicas en  Grecia hasta que se formase el Ejército nacional griego. Poco antes de esta conversación había recibido yo una carta de los delegados comunistas pidiéndome una audiencia privada.
El arzobispo me rogó que no aceptase. Contesté a aquéllos que como la Conferencia tenia un carácter estrictamente helénico, no me consideraba con derecho a acceder a su petición. A la mañana siguiente, 28 de diciembre, Mr. Edén y yo salimos en avión para Napóles y Londres.



Damaskinos regante de Grecia.
(El 30 de diciembre, a las cuatro y media de la mañana, el primer ministro británico y Mr. Edén lograron persuadir al rey de Grecia de la necesidad de que publicase una declaración afirmando que no regresaría a Grecia hasta que se hubiese celebrado un plebiscito con toda libertad de voto  nombrando Regente al arzobispo Domaskinos.)
Envié inmediatamente la proclama real a Mr. Leeper, en Atenas, diciéndole que el arzobispo, desde el momento en que la recibiese, debía considerarse autorizado para desempeñar todas las funciones propias da su cargo, con la seguridad de que se vería apoyado resueltamente por el Gobierno británico. El arzobispo contestó al Rey aceptando su designación como Regente. Se constituyó entonces un nuevo gobierno griego con plenas atribuciones.
El 4 de enero el general Plastiras. vehemente republicano, que había dirigido la revuelta del Ejército contra el rey Constantino en 1922, juró el cargo de primer ministro. Los combates, que prosiguieron en Atenas durante todo el mes de diciembre, expulsaron finalmente de la capital a los insurrectos, y hacia mediados de enero de 1945 las tropas británicas dominaban ya toda el Ática. Los comunistas no podían hacer nada contra nuestros hombres en campo abierto, y el 11 de enero se firmó una tregua. Todas las fuerzas del E.L.A.S. debían evacuar Atenas, Salónica y Patrás. Las que estaban en el Peloponeso recibirían un salvoconducto para regresar a sus hogares. Las tropas británicas suspenderían el fuego y permanecerían en los puntos en que se hallaban en aquel momento. Se procedería a la liberación de los prisioneros de ambos bandos. Estas disposiciones entraron en vigor el 15 de enero.
Así terminó la batalla de seis semanas por la posesión de Atenas y como los acontecimientos demostraron más terde, por la liberación de Grecia del yugo comunista. En aquella época en que tres millones de hombres combatían a un lado y otro en el frente occidental y en que se desplegaban enormes contingentes de fuerzas norteamericanas en el Pacífico para la lucha contra el Japón, las convulsiones de Grecia podían parecer de importancia mínima; pero lo cierto es que se producían en el centro nervioso del poderio, el orden y la libertad del mundo occidental.

La Vanguardia 02-12-1953


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