LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Fuera del campo de batalla se
producían otros acontecimientos que habían de influir en el
futuro. En la noche del 12 al 13 de junio cayeron en Londres las
primeras bombas volantes. Eran arrojadas desde diversos puntos del
norte de Francia situados a gran distancia de nuestros ejércitos que
ya luchaban en Normandia. Una parte de la aviación estratégica
reanudó los ataques contra aquellos puntos; pero, naturalmente, no
cabía pensar en modificación alguna del curso de la batalla
terrestre a causa de esto, Como dije en el Parlamento, la poblaciói
de la metrópoli tendría la sensación de estar compartiendo los
azares de sus soldados.
Obstinación suicida
El 17 de junio, en Margival,
cerca de Soissons, Hitler celebró una conferencia con Rundstedt y
Rommel. Sus dos generales intentaban con gran energía disuadirle de
la locura que suponía pensar en hacer que el Ejército alemán se
desangrara hasta morir en Normandia. Hacían hincapié en que, antes
de que fuese destruído, el VII Ejército debía retirarse
ordenadamente hasta el Sena, donde, junto con el XV Ejército, podría
librar una batalla defensiva, pero de movimiento con una cierta
posibilidad de éxito cuando menos. Pero Hitler no estaba dispuesto a
ceder.
Allí, como en Rusia e Italia, exigía que no se abandonase un palmo de terreno y que todos y cada uno de los hombres luchasen en el puesto en que se hallaban. Como es lógico, los generales tenían razón. Al sistema de Hitler de luchar hasta la muerte en todos los frentes a la vez le faltaba un elemento importantísimo: la facultad de selección.
Allí, como en Rusia e Italia, exigía que no se abandonase un palmo de terreno y que todos y cada uno de los hombres luchasen en el puesto en que se hallaban. Como es lógico, los generales tenían razón. Al sistema de Hitler de luchar hasta la muerte en todos los frentes a la vez le faltaba un elemento importantísimo: la facultad de selección.
Un entorpecimiento inesperado
En la zona de combate a lo
largo de la costa nuestra labor de consolidación realizaba notables
progresos. Unidades navales de bombardeo de todos los tipos, incluso
acorazados, seguían apoyando a los ejércitos que luchaban en la
franja costera, especialmente en el sector oriental, donde el enemigo
concentraba el grueso de sus fuerzas blindadas y donde la acción de
sus baterías resultaba más entorpecedora para los movimientos de
las tropas aliadas.
Los submarinos y algunos buques ligeros de superficie trataban de atacar, aunque con escaso éxito; pero las minas, la mayor parte de las cuales eran lanzadas desde los aviones, ocasionaron notables pérdidas a los barcos aliados y demoraron la labor de consolidación de nuestras fuerzas.
En las playas el desembarco proseguía a buen ritmo. En- los seis primeros días fueron llevados a tierra 326.000 hombres, 54.000 vehículos y 104.000 toneladas de suministros. A pesar de las graves pérdidas que sufrían las unidades de desembarco, iba tomando forma rápidamente una inmensa organización de intendencia. Cada dia llegaba un promedio de más de doscientos buques de todos los tipos con material y abastecimientos de diversas clases. El 19 de junio estaban ya en funcionamiento dos puertos sintéticos, uno en Arromanches y el otro a quince kilómetros más al Oeste, en el sector norteamericano.
La instalación de «Plutón», el oleoducto submarino, estaba asimismo muy adelantada. Pero entonces se desató un temporal que duró cuatro días y que paralizó casi totalmente las operaciones de desembarco de hombres y la descarga de material. Causó además graves daños a los rompeolas recién colocados. El puerto sintético del sector norteamericano quedó destruido, y las piezas aprovechables del mismo fueron destinadas a reparar el de Arromanches. Aquel temporal, de magnitud inigualada en el mes de junio desde hacía cuarenta años, fue para nosotros un serio contratiempo. Nos hallábamos ya retrasados en nuestro programa de desembarco. La operación de ruptura hubo de ser asimismo demorada y el 23 de junio nos encontrábamos tan sólo en la línea que habíamos previsto para el día 11.
Los submarinos y algunos buques ligeros de superficie trataban de atacar, aunque con escaso éxito; pero las minas, la mayor parte de las cuales eran lanzadas desde los aviones, ocasionaron notables pérdidas a los barcos aliados y demoraron la labor de consolidación de nuestras fuerzas.
En las playas el desembarco proseguía a buen ritmo. En- los seis primeros días fueron llevados a tierra 326.000 hombres, 54.000 vehículos y 104.000 toneladas de suministros. A pesar de las graves pérdidas que sufrían las unidades de desembarco, iba tomando forma rápidamente una inmensa organización de intendencia. Cada dia llegaba un promedio de más de doscientos buques de todos los tipos con material y abastecimientos de diversas clases. El 19 de junio estaban ya en funcionamiento dos puertos sintéticos, uno en Arromanches y el otro a quince kilómetros más al Oeste, en el sector norteamericano.
La instalación de «Plutón», el oleoducto submarino, estaba asimismo muy adelantada. Pero entonces se desató un temporal que duró cuatro días y que paralizó casi totalmente las operaciones de desembarco de hombres y la descarga de material. Causó además graves daños a los rompeolas recién colocados. El puerto sintético del sector norteamericano quedó destruido, y las piezas aprovechables del mismo fueron destinadas a reparar el de Arromanches. Aquel temporal, de magnitud inigualada en el mes de junio desde hacía cuarenta años, fue para nosotros un serio contratiempo. Nos hallábamos ya retrasados en nuestro programa de desembarco. La operación de ruptura hubo de ser asimismo demorada y el 23 de junio nos encontrábamos tan sólo en la línea que habíamos previsto para el día 11.
En la última semana de junio
las fuerzas británicas establecieron una cabeza de puente sobre el
río Odón, al sur de Caen. El enemigo rechazó los intentos de
ampliarla hacia el Sur y el Esté a través del río Orne. El sector
meridional del frente británico fue atacado por dos veces con varias
divisiones blindadas.
Tras durísimos combates, los alemanes fueron rechazados en toda la línea, con elevadas pérdidas ocasionadas por nuestra aviación y la potente acción de nuestra artillería. Por cierto que estos ataques fueron lanzados como consecuencia de las órdenes dadas por Hitler en la conferencia de Soissons, El 30 de junio Keitel telefoneó a Rundstedt y le preguntó: — ¿Qué hemos de hacer? — ¡Concertar la paz, idiotas! — contestó Rundstedt—. ¿Qué otra cosa podéis hacer? A la sazón nos correspondía a nosotros pasar a la ofensiva, y el 8 de julio se inició un violento ataque contra Caen desde el Norte y el Noroeste. Prepararon el camino los primeros bombardeos tácticos llevados a cabo por los bombarderos pesados aliados, sistema éste que a partir de entonces se convirtió ya en una de las fases normales de la contienda.
Bombarderos pesados de la R. A. F. arrojaron más de dos mil toneladas de explosivos sobre las defensas alemanas, y al amanecer empezó la infantería británica su avance, inevitablemente obstaculizado por los embudos de las bombas y por los escombros de los edificios derribados. El 10 de julio toda la parte de Caen situada al oeste del río había sido ocupada y así pude decir a Montgomery: «Mi más cordial enhorabuena por la conquista de Caen.» Smuts, que había regresado a África del Sur, envió un telegrama cargado de sugestiones y revelador de una extraordinaria presciencia:
Tras durísimos combates, los alemanes fueron rechazados en toda la línea, con elevadas pérdidas ocasionadas por nuestra aviación y la potente acción de nuestra artillería. Por cierto que estos ataques fueron lanzados como consecuencia de las órdenes dadas por Hitler en la conferencia de Soissons, El 30 de junio Keitel telefoneó a Rundstedt y le preguntó: — ¿Qué hemos de hacer? — ¡Concertar la paz, idiotas! — contestó Rundstedt—. ¿Qué otra cosa podéis hacer? A la sazón nos correspondía a nosotros pasar a la ofensiva, y el 8 de julio se inició un violento ataque contra Caen desde el Norte y el Noroeste. Prepararon el camino los primeros bombardeos tácticos llevados a cabo por los bombarderos pesados aliados, sistema éste que a partir de entonces se convirtió ya en una de las fases normales de la contienda.
Bombarderos pesados de la R. A. F. arrojaron más de dos mil toneladas de explosivos sobre las defensas alemanas, y al amanecer empezó la infantería británica su avance, inevitablemente obstaculizado por los embudos de las bombas y por los escombros de los edificios derribados. El 10 de julio toda la parte de Caen situada al oeste del río había sido ocupada y así pude decir a Montgomery: «Mi más cordial enhorabuena por la conquista de Caen.» Smuts, que había regresado a África del Sur, envió un telegrama cargado de sugestiones y revelador de una extraordinaria presciencia:
«10 de julio de 1944 .Dado el
espectacular avance ruso así como la conquista de Caen, que por
cierto ha sido oportuísima, los alemanes no podrán, tal
como se están poniendo las cosas, atender a ambos frentes. Pronto
tendrán que decidir si han de lanzar el peso principal de sus
fuerzas contra el ataque procedente del Este o contra el del Oeste.
Sabiendo
lo que pueden esperar de una invasión rusa, es probable que opten
por concentrar su mayor esfuerzo en el frente ruso. Esto contribuirá
a facilitar nuestra tarea en el Oeste.»
Stalin,
que seguía atentamente el curso de nuestras operaciones, mando también su «felicitación con motivo de la nueva y espléndida
victoria de las fuerzas británicas al liberar la ciudad de Caen».
Rommel |
Cambios
en el mando alemán
A
mediados de julio habían desembarcado treinta divisiones aliadas. La
mitad eran norteamericanas y la otra mitad británicas y canadienses.
Contra estas fuerzas los alemanes habían agrupado veintisiete
divisiones. Pero habían sufrido ya ciento sesenta mil bajas, por lo
cual el general Eisenhower calculaba su fuerza efectiva en no más
allá: de dieciséis divisiones. Por aquellos días se produjo un
importante acontecimiento.
El 17 de julio Rommel resultó gravemente herido. Su coche fue atacado por nuestros cazas en vuelo bajo, y el mariscal hubo de ser conducido rápidamente a un hospital en estado al parecer preagónico. Se recuperó, no obstante, en forma asombrosa, aunque no mucho tiempo más tarde encontró la muerte por orden de Hitler. A principios de julio también Rundstedt fue reemplazado en el mando supremo del frente occidental por Von Kluge, un general que se había distinguido en la campaña de Rusia. La ofensiva general de Montgomery, prevista para el 18 de julio, estaba a punto de empezar. «Dios le proteja», le telegrafié. A lo cual contestó:
El 17 de julio Rommel resultó gravemente herido. Su coche fue atacado por nuestros cazas en vuelo bajo, y el mariscal hubo de ser conducido rápidamente a un hospital en estado al parecer preagónico. Se recuperó, no obstante, en forma asombrosa, aunque no mucho tiempo más tarde encontró la muerte por orden de Hitler. A principios de julio también Rundstedt fue reemplazado en el mando supremo del frente occidental por Von Kluge, un general que se había distinguido en la campaña de Rusia. La ofensiva general de Montgomery, prevista para el 18 de julio, estaba a punto de empezar. «Dios le proteja», le telegrafié. A lo cual contestó:
«Gracias
por su mensaje. La situación general para el gran ataque de mañana
es ahora muy favorable, pues el enemigo ha desplazado el grueso de
sus fuerzas al oeste del Orne, tal como nosotros deseábamos, para
oponerse a mis ataques en la zona de Evrecy. ataques que proseguirán
durante todo el día y la noche de hoy. Para que la acción de mañana
tenga pleno éxito es esencial que el cielo esté despejado a fin de
no entorpecer el vuelo de los aviones. A poco que ello sea posible
estoy decidido a lanzar hacia adelante las divisiones blindadas. Si
es necesario, retrasaré la hora cero hasta las tres de la tarde.»
Las
tropas británicas atacaron con tres cuerpos de ejército a fin de
ampliar sus cabezas de puente y establecerlas bastante más allá del
río Orne. La operación fue precedida por un intensísimo bombardeo
a cargo de la aviación aliada. Se hizo todo lo necesario para
impedir que las fuerzas aéreas alemanas interfirieran en absoluto.
Registrose un considerable avance al este de Caen, hasta que la
nubosidad, cada vez más densa, empezó a dificultar el vuelo de
nuestros aviones y produjo un retraso de una semana en el
desencadenamiento de la operación de ruptura en el sector
norteamericano.
Caen |
Segundo
viaje a Normandía
Consideré
que aquella era una excelente ocasión para visitar Cherburgo y pasar
unos cuantos días en el puerto sintético a fin de apreciar de cerca
los detalles de su funcionamiento.
El 20 de julio me trasladé en un avión «Dakota» estadounidense directamente a la zona de desembarco de nuestros aliados en la península de Cherburgo, y el comandante norteamericano me acompañó por todo el puerto, explicándome cuanto tenía interés. Allí vi por primera vez una estación de lanzamiento de bombas volantes.
Era en verdad una cosa ,muy complicada. Me impresionaron las demoliciones que los alemanes habían llevado a cabo en la ciudad, y compartí la decepción del mando de aquel sector ante el inevitable retraso que ello implicaba para la labor de poner de nuevo en servicio las instalaciones portuarias. El fondo de la bahía estaba literalmente sembrado de minas de contacto. Un puñado de abnegados buzos ingleses trabajaban día y noche para desconectar aquellos artefactos que constituían un peligro mortal para cualquier buque que entrara en el puerto.
Después de un largo y accidentado viaje en automóvil hasta la cabeza de playa norteamericana conocida con el nombre de «playa Utah», subí a bordo de una lancha torpedera británica en la que hice una travesía muy movida hasta Arromanches, A medida que uno envejece, se va volviendo menos sensible al mareo. No sucumbí, pero dormí profundamente hasta que estuvimos en las tranquilas aguas de nuestra lagaña sintética. Subí a bordo del crucero «Enterprise», donde permanecí tres días enterándome concienzudamente de todo el funcionamiento del puerto artificial, del que dependían a la sazón casi por entero nuestros ejércitos, y al mismo tiempo despachando mis asuntos de Londres.
Las noches eran muy bulliciosas: había repetidas incursiones de aviones enemigos aislados, y las alarmas eran aún más numerosas. Durante el día estudiaba todo el proceso de desembarco de tropas y material, tanto en los muelles como en las playas. En una ocasión seis buques de transporte de tanques llegaron en línea a la playa. En cuanto sus proas hubieron embarrancado, bajaron los «puentes levadizos» y salieron los tanques, tres o cuatro de cada unidad, que avanzaron por sus propios medios hasta llegar a tierra. En menos de ocho minutos todos los tanques estaban en columna de marcha en la carretera, dispuestos para trasladarse al frente de combate.
Fue aquel un espectáculo impresionante, revelador del ritmo de descarga que se había alcanzado ya. Quedé fascinado al ver cómo los vehículos anfibios nadaban a través de la bahía, penetraban en tierra firme y luego remontaban la loma hasta el punto en que los camiones aguardaban para transportar el material a las distintas unidades. De la asombrosa eficiencia de aquel sistema, que a la sazón daba resultados mucho mayores de lo que jamás habíamos imaginado, dependían las esperanzas de una acción victoriosa y rápida.
El 20 de julio me trasladé en un avión «Dakota» estadounidense directamente a la zona de desembarco de nuestros aliados en la península de Cherburgo, y el comandante norteamericano me acompañó por todo el puerto, explicándome cuanto tenía interés. Allí vi por primera vez una estación de lanzamiento de bombas volantes.
Era en verdad una cosa ,muy complicada. Me impresionaron las demoliciones que los alemanes habían llevado a cabo en la ciudad, y compartí la decepción del mando de aquel sector ante el inevitable retraso que ello implicaba para la labor de poner de nuevo en servicio las instalaciones portuarias. El fondo de la bahía estaba literalmente sembrado de minas de contacto. Un puñado de abnegados buzos ingleses trabajaban día y noche para desconectar aquellos artefactos que constituían un peligro mortal para cualquier buque que entrara en el puerto.
Después de un largo y accidentado viaje en automóvil hasta la cabeza de playa norteamericana conocida con el nombre de «playa Utah», subí a bordo de una lancha torpedera británica en la que hice una travesía muy movida hasta Arromanches, A medida que uno envejece, se va volviendo menos sensible al mareo. No sucumbí, pero dormí profundamente hasta que estuvimos en las tranquilas aguas de nuestra lagaña sintética. Subí a bordo del crucero «Enterprise», donde permanecí tres días enterándome concienzudamente de todo el funcionamiento del puerto artificial, del que dependían a la sazón casi por entero nuestros ejércitos, y al mismo tiempo despachando mis asuntos de Londres.
Las noches eran muy bulliciosas: había repetidas incursiones de aviones enemigos aislados, y las alarmas eran aún más numerosas. Durante el día estudiaba todo el proceso de desembarco de tropas y material, tanto en los muelles como en las playas. En una ocasión seis buques de transporte de tanques llegaron en línea a la playa. En cuanto sus proas hubieron embarrancado, bajaron los «puentes levadizos» y salieron los tanques, tres o cuatro de cada unidad, que avanzaron por sus propios medios hasta llegar a tierra. En menos de ocho minutos todos los tanques estaban en columna de marcha en la carretera, dispuestos para trasladarse al frente de combate.
Fue aquel un espectáculo impresionante, revelador del ritmo de descarga que se había alcanzado ya. Quedé fascinado al ver cómo los vehículos anfibios nadaban a través de la bahía, penetraban en tierra firme y luego remontaban la loma hasta el punto en que los camiones aguardaban para transportar el material a las distintas unidades. De la asombrosa eficiencia de aquel sistema, que a la sazón daba resultados mucho mayores de lo que jamás habíamos imaginado, dependían las esperanzas de una acción victoriosa y rápida.
Minúsculo
y emotivo incidente
Montgomery |
El
último día de mi estancia en Arromanches visité el Cuartel General
de Montgomery, instalado a pocos kilómetros tierra adentro. El
comandante en jefe estaba de excelente humor en vísperas de la gran
operación, cuyas características me explicó con toda clase de
detalles. Me llevó hasta las ruinas de Caen y a la zona ocupada por
nuestras tropas más allá del río, y visitamos asimismo otros
puntos del frente británico.
Luego puso a mi disposición su avión tipo «Storch», cogido al enemigo, y el comandante de las fuerzas aéreas en persona lo pilotó para llevarme a hacer un recorrido por encima de todas las posiciones británicas. Visité también varios de los puntos de concentración de aviones y dirigí unas palabras a algunos grupos de oficiales y soldados de la R. A. F. Finalmente me trasladé al hospital de campaña, donde, a pesar de ser aquel un día tranquilo, estaban entrando heridos en número no desdeñable.
Un infeliz que había de ser sometido a una delicada operación estaba ya en el quirófano y a punto de recibir la anestesia. Yo me hallaba ya en la puerta, dispuesto a marcharme, cuando el herido manifestó su deseo de verme. Sonrió débilmente y me besó la mano. Este minúsculo incidente me emocionó en lo más hondo, y me alegré mucho al enterarme después de que la operación había terminado felizmente.
Aquel mismo día, 23 de julio, por la tarde regresé por vía aérea a L6ndres, adonde llegué antes del anochecer. Rendí el merecido homenaje al capitán Hickling, el oficial de Marina, qué tenía a su cargo el puerto de Arromanches: «25 de julio de 1944 Envío a usted y a todos los que se hallan baje su mando mi más calurosa felicitación por la espléndida labor realizada en Arromanches. Ese milagroso puerto ha desempeñado y seguirá desempeñando un papel importantísimo en la liberación de Europa. Espero hacerles otra visita dentro de poco tiempo. El presente mensaje deberá ser comunicado a todos los interesados, en tal forma que no llegue a conocimiento del enemigo, que ignora aún la capacidad y las posibilidades de Arromanches.» Querían dar a aquel puerto el nombre de «Puerto Churchill». Pero por diversas razones prohibí que se hiciera tal cosa.
Luego puso a mi disposición su avión tipo «Storch», cogido al enemigo, y el comandante de las fuerzas aéreas en persona lo pilotó para llevarme a hacer un recorrido por encima de todas las posiciones británicas. Visité también varios de los puntos de concentración de aviones y dirigí unas palabras a algunos grupos de oficiales y soldados de la R. A. F. Finalmente me trasladé al hospital de campaña, donde, a pesar de ser aquel un día tranquilo, estaban entrando heridos en número no desdeñable.
Un infeliz que había de ser sometido a una delicada operación estaba ya en el quirófano y a punto de recibir la anestesia. Yo me hallaba ya en la puerta, dispuesto a marcharme, cuando el herido manifestó su deseo de verme. Sonrió débilmente y me besó la mano. Este minúsculo incidente me emocionó en lo más hondo, y me alegré mucho al enterarme después de que la operación había terminado felizmente.
Aquel mismo día, 23 de julio, por la tarde regresé por vía aérea a L6ndres, adonde llegué antes del anochecer. Rendí el merecido homenaje al capitán Hickling, el oficial de Marina, qué tenía a su cargo el puerto de Arromanches: «25 de julio de 1944 Envío a usted y a todos los que se hallan baje su mando mi más calurosa felicitación por la espléndida labor realizada en Arromanches. Ese milagroso puerto ha desempeñado y seguirá desempeñando un papel importantísimo en la liberación de Europa. Espero hacerles otra visita dentro de poco tiempo. El presente mensaje deberá ser comunicado a todos los interesados, en tal forma que no llegue a conocimiento del enemigo, que ignora aún la capacidad y las posibilidades de Arromanches.» Querían dar a aquel puerto el nombre de «Puerto Churchill». Pero por diversas razones prohibí que se hiciera tal cosa.