dimarts, 9 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (VIII)


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL




Mis entrevistas con Tito

(En agosto de 19Í4 Mr. Churchül visitó al mariscal Alexander y al general Maitland-Wilson en Italia con intención de entrevistarse también con Tito, que en aquella época residía en la isla de Vis, en el Adriático, bajo la protección de los aliados.)

Llegué a Napóles el día 11 por la tarde y me instalé en la Villa Rivalta, edificio magnífico, aunque un tanto ruinoso, desde el cual se contemplaba el espléndido panorama del Vesubio y la bahía. El general Wilson me expuso las disposiciones que había tomado para mi conferencia de la mañana siguiente con Tito y Subasie, nuevo primer ministro yugoeslavo del Gobierno del rey Pedro en Londres. Ambos estaban ya en Ñapóles.

Primer contacto
Tito

El 12 de agosto, por la mañana, llegó el mariscal Tito a la «villa». Lucía un soberbio uniforme azul con bordados de oro, de cuello muy ajustado y todo él absolutamente fuera de tono con el calor asfixiante que hacía. Aquel uniforme se lo habían dado los rusos y, según me enteré más tarde, los galones de oro procedían de los Estados Unidos,
Me reuní Con él en la terraza de la «villa», acompañado por el brigadier Maclean y un intérprete. Sugerí que quizá el mariscal desearía ante todo ver la Oficina de Operaciones del general Wilson, y entramos en la casa. Tito, que iba escoltado por dos guarda-espaldas de aspecto feroz armados con sendas pistolas automáticas, quería llevarlos consigo en previsión de cualquier traición por nuestra parte. Nos costó un tanto disuadirle, y le propusimos, en cambio, admitirles en el comedor a la hora de la cena para protegerle. Pasamos a una espaciosa sala cuyas paredes estaban cubiertas de mapas de los frentes de batalla.
Empecé exponiendo a Tito la situación en el frente de Normandía e indicándole en líneas generales los movimientos estratégicos aliados contra los ejércitos alemanes en el Oeste. Señalé la obstinación de Hitler en resistirse a ceder una sola pulgada de terreno, y dije que lo más prudente desde su punto de vista sería retirar sus tropas de los Balcanes y concentrarlas en los frentes principales de lucha.
Mientras hablaba, señalé en el mapa la península de Istria y pregunté a Tito dónde podría enviar sus fuerzas a cooperar con nosotros si lográbamos llegar allí desde la costa oriental de Italia.
Le expuse lo conveniente que sería disponer de un puerto en la costa yugoeslava para poder enviar a sus tropas material de guerra por mar. Durante los meses de junio y julio habíamos mandado cerca de dos mil toneladas de pertrechos bélicos a sus fuerzas por vía aérea, pero podíamos hacer mucho más si contábamos con un puerto. Tito dijo que aun cuando en los últimos tiempos la resistencia alemana se había endurecido y las bajas yugoeslavas eran más cuantiosas que antes, él estaba en condiciones de reclutar fuerzas considerables en Croacia y Eslovenia, y, desde luego, daría su beneplácito a una operación contra la península de Istria, en la cual colaborarían tropas yugoeslavas.
General Wilson

Declaración de «anticomunismo»
Entramos luego en un saloncito, y yo abordé el tema dé las relaciones de Tito con el Gobierno real yugoeslavo. Nuestro huésped dijo que continuaba aún la violenta lucha entre los «partisanos» y Míhaüovich, cuya fuerza radicaba en el apoyo alemán y búlgaro.
No era previsible una reconciliación. Yo repuse que no teníamos, deseo alguno de inmiscuirnos en los asuntos internos de Yugoeslavia, pero queríamos que este país constituyese una entidad fuerte, unida e independiente. El doctor Subasic se mostraba totalmente leal a esta idea. Por otra parte, no debíamos abandonar al Rey. Tito dijo que comprendía nuestras obligaciones para con el rey Pedro, pero que él no podía hacer nada al respecto hasta después de la guerra, cuando el pueblo yugoeslavo decidiría la cuestión del régimen.
Pasé entonces a referirme al futuro e insinué que la solución adecuada para Yugoeslavia. sería un sistema democrático basado en el estamento campesino, con tendencia a establecer una reforma agraria gradual en las zonas en que la tierra estuviese excesivamente parcelada. Tito me aseguró que, tal como había declarado públicamente, el no deseaba en modo alguno introducir el sistema comunista en Yugoeslavia, si más no, porque la mayoría de los países europeos vivirían probablemente después de la guerra bajo un régimen democrático.
La suerte de los países pequeños dependería de las relaciones entré las grandes potencias. Era preciso que Yugoeslavia se beneficiase de la constante mejora de dichas relaciones y estructurase su existencia en un sentido democrático. Los rusos habían enviado una misión al cuartel general de los «partisanos», pero los mlembros de la misma, lejos de preconizar la introducción del sistema soviético en Yugoeslavia, se habían manifestado contrarios a ella, pregunté a Tito si estaría dispuesto a repetir en público la declaración acerca del comunismo, pero él me dijo que no quería hacerlo, pues podría parecer que ello le había sido impuesto por nosotros. Convinimos, sin embargo, en que discutiría esta proposición con el doctor Subasic, con quien iba a entrevistarse por primera vez aquella misma tarde.
Luego almorzamos juntos y acordamos que si las conversación nes con el doctor Subasic tomaban un rumbo satisfactorio, nos reuniríamos de nuevo al día siguiente por la noche.

El«mariscal» refunfuña
Antes de entrevistarse conmigo, Tito había recibido de manos del general Gammell, jefe del Estado Mayor del general Wilson, una importante nota relativa a los proyectos aliados en Istria en todo aquel sector. La nota estaba concebida en estos términos:

«En el caso de que las fuerzas aliadas ocupen la Italia septentrional, Austria o Hungría, el comandante supremo aliado tiene intención de imponer un Gobierno militar aliado en las regiones situadas bajo la soberanía italiana al principio de las hostilidades, lo cual suspenderá automáticamente el ejercicio de tal soberanía.
El gobernador  militar será el comandante general de los ejércitos aliados en aquellas regiones. Estas permanecerán bajo la administración directa de los aliados hasta que su suerte quede decidida mediante negociaciones entre los Gobiernos interesados. Dicho Gobierno militar aliado directo es necesario a fin de proteger las bases y líneas de comunicación de las tropas aliadas de ocupación en la Europa central.
Como las fuerzas aliadas de ocupación habrán de ser abastecidas a través del puerto de Trieste, necesitirán. disponer do líneas seguras de comunicación protegidas por tropas británicas en el trayecto Liubliana-Maribor-Graz. El comandante supremo aliado espera que las autoridades yugoeslavas colaborarán con él en la ejecución de estas medidas, y su deseo es mantener estrecho contacto con las mencionadas autoridades.»
Draza Mihailovic

Tito había refunfuñado ante estas proposiciones en una carta que me había escrito, y al reunimos de nuevo el 13 de agosto por la tarde, en presencia de Mr. Stevenson, nuestra embajador en Yugoeslavia, y del doctor Subasic, le dije que se trataba de un asunto, relacionado con el curso de las operaciones y que debía ser estudiado detenidamente y consultado luego con el presidente de los Estados -Unidos.
No era posible prejuzgar el futuro estatuto legal de Istrla, seguía siendo italiana. Quizá sería conveniente substraerla a la soberanía italiana, pero la decisión había de ser tomada en la conferencia de la paz o bien, en caso de que no hubiese tal conferencia, en una reunión de las principales potencias, ante las cuales Yugoéslavia podría exponer sus reivindicaciones.
El .Gobierno de los Estados Unidos se oponía a toda modificación territorial en tiempo de guerra, y por otra parte no debíamos desanimar a los italianos más de lo necesario, porque estaban contribuyendo ya en forma útil a la prosecución de las operaciones militares. La mejor solución, por lo tanto, era- la de que el territorio fuese administrado por el Gobierno, militar aliado una vez quedase liberado de la ocupación alemana.
Tito dijo que no podía aceptar una administración civil italiana, y señaló que su Movimiento de Liberación Nacional dominaba ya una buena parte de aquella zona, y debía, por lo menos, tomar parte en la administración de la misma. Tanto él como Subasic convinieron en enviarme una nota conjunta sobre Istria, y el asunto quedó pendiente de momento.

Temores de guerra civil





Tito y Churchill
Estudiamos a continuación la forma de crear una Marina yugoeslava unificada, así como el sistema de enviar a Tito tanques ligeros, lanchas torpederas y artillería.
Yo dije que haríamos cuanto nos fuese posible, pero le advertí que suspenderíamos toda clase de ayuda si la pugna existente en Yugoéslavia degeneraba en mera guerra civil y la lucha contra los alemanes se convertía en una cuestión puramente marginal.
Me había referido ya a esto en una nota que había cursado a Tito el 12 de agosto. He aquí el texto del documento: «El Gobierno de Su Majestad desea ver un Gobierno yugoeslavo unido, en el que estén representados todos los yugoeslavos que oponen resistencia al enemigo, así como que se produzca una reconciliación entre el pueblo servio y el Movimiento de Liberación Nacional.
El Gobierno de Su Majestad tiene intención de continuar y a ser posible aumentar el suministro de material de guerra a las fuerzas yugoeslavas, ahora que se ha llegado a un acuerdo entre el Gobierno real yugoeslavo y el Movimiento de Liberación Nacional. 
Espera a cambio de ello que el mariscal Tito contribuirá en forma positiva a la unificación de Yugoéslavia, incluyendo en la declaración que formulará según lo  convenido con el primer ministro yugoeslavo, no sólo una afirmación relativa a su intención de no imponer el comunismo al país, sino también una declaración en el sentido de que no utilizará las fuerzas armadas de su Movimiento para influir en la libre expresión de la voluntad del pueblo acerca del futuro régimen, del país.
Otra aportación que el mariscal Tito puede hacer a la causa común es la de acceder a entrevistarse con el rey Pedro, de preferencia en suelo yugoeslavo.
Si los pertrechos enviados por el Gobierno de Su Majestad fuesen utilizados en una lucha fratricida en vez de serlo en defensa del propio país, ello afectaría a toda la  cuestión de los suministros aliados, pues no queremos vernos mezclados en las diferencias políticas yugoeslavas,  Aunque el Gobierno de Su Majestad siente la máxima admiración por el mariscal Tito y sus bravos combatientes, no está convencido de que hayan sido, tenidos debidamente en cuenta los derechos del pueblo servio ni la ayuda que ha prestado y seguirá prestando el Gobierno de Su Majestad.»
Los yugoeslavos formularon objeciones a mi insinuación de que el movimiento «partisano» estaba divorciado del pueblo servio. Yo no hice hincapié en este punto, sobre todo porque Tito había dicho que estaba dispuesto a hacer más adelante una declaración pública en el sentido dé que no introduciría el comunismo en Yugoéslavia después dé la guerra. Tratamos luego de una posible ccnferéncia entre Tito y el rey Pedro.

Yo señalé que la democracia había florecido en Inglaterra bajo la monarquía constitucional, y dije que a mi entender la posición internacional de Yugoéslavia sería más fuerte bajo la égida de un Rey que como República. Tito contestó que su país tenía un amargo recuerdo de su Rey y que pasaría mucho tiempo antes de que el rey Pedro pudiese hacer olvidar su estrecha relación con Mihailovich.
Aseguró que en principio él no formulaba ninguna objeción a la idea de tal entrevista, pero que no consideraba llegado aún el momento de celebrarla. Convinimos, pues, en que él y el doctor Subasic elegirían de consenso la ocasión más oportuna.

Una broma poco recomendable
Montgomery, el rey Pedro y Churchill

Después invité a Tito a cenar conmigo. El mariscal iba aún i embutido en su ajustada guerrera con adornos de oro y sudaba ¡ copiosamente.
Yo me alegraba infinito de no llevar más que un  simple traje blanco de hilo. Al salir del comedor hice algo que luego comprendí que había sido una auténtica estupidez. Delante de mí, a cosa de cinco metros, vi a los dos formidables guardaespaldas de Tito, que una vez más habían sido excluidos de nuestra compañía.
Tengo una petaca de oro para cigarros, de gran tamaño y forma oblonga, que perteneció a lord Birkenhead y que.la familia de éste me regaló después de su muerte. Yo llevaba la petaca en el bolsillo derecho de la chaqueta. La así con firmeza y avancé hacia los gigantones yugoeslavos armados. Al llegar a dos metros de ellos, la saqué bruscamente, como si fuese una pistola. Afortunadamente los dos guardianes sonrieron con aire beatífico y no tardamos en hacernos la mar de amigos. De todos modos, no recomiendo a nadie que en casos similares obre como lo hice yo en aquella ocasión. .

El desembarco en la Riviera
(Mr. Churchill se trasladó en avión a Córcega, y saliendo de allí a bordo de un destructor británico, observó desde lejos las operaciones aliadas de desembarco en el sur de Francia, que tuvieron lugar el 3.5 de agosto, sin gran oposición por parte alemana.)
El retraso en la ocupación de Roma respecto a la fecha prevista y el envío de unidades de desembarco procedentes del Mediterráneo para contribuir a la operación «Overlord» originaron el aplazamiento de la operación «Yunque-Dragón» hasta mediados de agosto; es decir, dos meses después de lo que se había propuesto. Por consiguiente, no influyó para nada en el desarrollo da la operación «Overlord». Al ser emprendida con tan gran retraso, no descongestionó en absoluto de tropas enemigas el frente de batalla de Normandía.

Así, pues, ninguna de las razones aducidas en la conferencia de Teherán en favor de aquel desembarco tuvo la menor relación con lo que se hizo en la práctica, y la operación «Dragón» no desvió hacia el Sur a ninguno de los contingentes alemanes que se oponían a las fuerzas de Eisenhower.
En realidad fue éste quien, contribuyó al éxito del desembarco en la Riviera y acciones sucesivas al amenazar con su avance la retaguardia de las unidades alemanas que se retiraban por el valle del Ródano. No pretendo negar con lo antedicho que la operación, tal como se llevó a cabo finalmente, ayudó en forma eficaz al general Eisenhower con la incorporación de un nuevo ejército a su-flanco derecho y la apertura de otra línea de comunicaciones en aquel sentido.
Pero lo cierto es que esto lo pagamos muy caro. El ejército de Italia se vio privado de la oportunidad que se le ofrecía de asestar un golpe formidable a los alemanes y posiblemente llegar a Viena antes que los rusos, con todo lo que esto hubiese implicado en el futuro. Pero, naturalmente, una vez tomada la decisión final de emprender la operación «Dragón», yo le presté todo mi apoyo, a pesar de que había hecho todo lo posible por limitarla o cancelarla.

La Vanguardia 14-11-1953

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