dimarts, 30 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill XXIX


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Truman sucede a Roosevelt
El presidente Roosevelt murió súbitamente el jueves 12 de abril de 1945, en Warm Springs (Estado de Georgia).
Tenía sesenta y tres años. Por la tarde, mientras un artista estaba pintando su retrato, sufrió un colapso. Murió aquella misma noche sin haber recobrado el conocimiento.

Homenaje al Presidente fallecido
Los capítulos precedentes han demostrado que los problemas de la inminente victoria eran tan angustiosos como los peligros más graves de la guerra.
Puede afirmarse que Roosevelt desapareció en el momento en que el conflicto había alcanzado su punto culminante, en la hora precisa en que su autoridad era más necesaria que nunca para dirigir la política de los Estados Unidos.
Cuando en la madrugada del viernes 13 de abril me enteré de la fatídica nueva, tuve la sensación de haber recibido un golpe físico.
Mis relaciones con aquel hombre de vigorosa personalidad, que tan importante papel habían desempeñado en los largos y terribles años en que habíamos trabajado en colaboración, acababan de terminar, y yo me sentí abrumado por la impresión de una pérdida irreparable.
Entierro de Roosevelt

Fui a la Cámara de los Comunes, que se reunió a las once de la mañana, y en breves frases propuse que rindiéramos homenaje a la memoria de nuestro gran amigo suspendiendo acto seguido la sesión. Este hecho sin precedentes con ocasión del fallecimiento del jefe de un Estado extranjero se produjo de acuerdo con el deseo unánime de todos los diputados, que abandonaron lentamente la sala después de una sesión que había durado tan sólo ocho minutos.
Cuando el Parlamento se reunió el martes 17 de abril, propuse que dirigiésemos al Rey un mensaje rogando a Su Majestad que hiciese patente a la señora Roosevelt y al Gobierno y el pueblo de los Estados Unidos el hondo pesar de la Cámara.
Es costumbre que los jefes de todos los partidos hablen en apoyo de tales mociones, pero en aquella ocasión se acordó espontáneamente que hablara yo solo en nombre de los Comunes.

Proyecto frustrado de viaje
Aunque la muerte de Roosevelt me sorprendió y me apenó vivamente, como dejo dicho, ya me había dado cuenta, cuando nos despedimos en Alejandría después de la conferencia de Yalta, de que sus fuerzas declinaban.

Yo había hecho todo lo posible, por medio de telegramas personales, para disminuir la tensión que las divergencias respecto a los grandes problemas políticos provocados por el antagonismo soviético había hecho surgir en nuestra correspondencia oficial, pero no me habla hecho cargo plenamente de lo grave que era el estado físico del Presidente.
Ya sabía que él no solía redactar personalmente sus telegramas relativos a los asuntos oficiales, y por lo tanto, no observé ningún cambio en su estilo.
Pero Oliver Lyttelton, que le vio el 29 de marzo, telegrafió el día 30 que le había «impresionado en gran manera su aspecto». Mi primer impulso fue el de partir inmediatamente para asistir al entierro y había ordenado ya que se pusiese un avión a mi disposición. Fui, empero, objeto de fuertes presiones para que no abandonase el país en un momento tan crítico, y acabé cediendo a los deseos de mis amigos. Lord Halifax (a la sazón embajador británico en Washington) telegrafió en respuesta a mi indicación inicial:
«He hablado con Harry Hopkins y Stettinius (entonces s secretario de Estado), Ambos están muy emocionados por el gesto de usted al anunciar su intención de venir, y ambos comparten sinceramente mi creencia de que su venida causaría un excelente efecto. Tampoco echo en olvido la importancia que tendría una entrevista de usted con Truman aquí...»
Al día siguiente cursó una respuesta más concreta:
«Llamé a Stettinius para transmitirle su mensaje... Poco después me llamó él para decirme que Truman le había indicado que para él sería muy grato entrevistarse con usted lo más pronto posible, y considera que su visita con motivo del entierro, si tal es su intención, constituiría una ocasión lógica y cómoda. La idea de Truman es que después de las honras fúnebres podrían ustedes celebrar conversaciones durante dos o tres días...»
He aquí mi respuesta: 
«Sírvase rogar a Mr. Stettinius que transmita de mi parte el siguiente mensaje al Presidente: «Lamento profundamente verme imposibilitado de modificar mis planes, que me .retienen aquí por motivos de orden político... Tengo grandes deseos de entrevistarme con usted en fecha próxima. Entre tanto, puedo decirle que el secretario de Asuntos Exteriores conoce toda lo relativo a nuestros asuntos comunes.»

Personalismo a ultranza
Después he lamentado no haber atendido la proposición del nuevo Presidente. No le conocía personalmente, y tengo la sensación de que había muchos puntos respecto a los cuales hubiese sido, da gran utilidad celebrar conversaciones directas, especialmente si hubieran podido tener un carácter reposado y no protocolario.
Me parecía en verdad extraordinario que Roosevelt, sobre todo ea los últimos meses, no hubiese puesto a su adjunto y sucesor eventual al corriente del conjunto de la situación y no le hubiese comunicado las decisiones que se estaban adoptando.
Esto había de tener consecuencias graves para nuestros asuntos.
No hay comparación posible entre enterarse de los acontecimientos mediante la lectura de documentos sobre los mismos «a posteriori» y vivirlos hora tras hora a medida que se producen. Yo tenía en Mr. Eden un colaborador que estaba al corriente de todo y que podía en cualquier momento asumir por entero la dirección de nuestros asuntos, a pesar de que yo gozaba de buena salud y me hallaba en plenitud de facultades.
Pero el vicepresidente de los Estados Unidos pasa sin transición de una situación en la que dispone de escasa información y todavía menos poder al puesto de la autoridad suprema. ¿Cómo podía Mr. Truman, en aquella época decisiva, conocer en toda su amplitud los problemas que estaban en juego? Lo que después hemos ido sabiendo de él le muestra como un hombre resuelto y valeroso, capaz de tomar las más graves decisiones. Pero en aquellos primeros meses su situación fue sumamente difícil y no le permitió poner plenamente en práctica sus eminentes cualidades.

Ante la Conferencia de San Francisco
A mi primer telegrama oficial de pésame y salutación, el nuevo Presidente contestó en un tono muy amistoso.
Mr. Truman me aseguraba que haría cuanto estuviese en su mano para defender la causa por la que el presidente Roosevelt había dado la vida y mantener y mejorar las íntimas y sólidas relaciones entre nuestros dos países que éste y yo habíamos forjado. Esperaba entrevistarse conmigo y prometía enviarme entre tanto un telegrama acerca de las comunicaciones recibidas de Stalin sobre Polonia. Pocos días más tarde llegó a mi poder un telegrama muy interesante de nuestro embajador. De Lord Halifox al primer ministro. 
«16 de-abril de 1945 Anthony y yo hemos visto a Harry Hopkins esta mañana... No le sorprendió demasiado la muerte del Presidente, y dentro de la desgracia celebra que no sufriese un ataque y quedase imposibilitado como Wilson.
Hacía ya algún tiempo que notaba que el Presidente, iba perdiendo energías. Considera que la muerte del Presidente ha creado una situación completamente nueva, en la que habremos de volver a empezar desde los cimientos.
Una cosa sí parece indudable: que en lo sucesivo la política responderá mucho más que hasta ahora a la acción concertada del Senado. Es imposible predecir cómo funcionará esto... Harry cree que, en líneas generales, ha sido preferible que decidiera usted no venir ahora.
Lord Hallifax y Churchill

A su entender es conveniente dejar que Truman disponga de unas cuantas semanas para afianzar su postura.
Entre tanto, pueden ustedes sostener correspondencia de carácter personal, lo cual le dará a él la sensación de que empieza a conocerle a usted. Anthony sugirió que será mejor, especialmente si los acontecimientos siguen el curso actual y si Truman hace un viaje a Europa para inspeccionar a las tropas norteamericanas, que se detenga en Londres a su paso, cosa que a el le complacería y que ya Roosevelt había prometido hacer. A Harry le pareció bien la idea... Puede interesar a usted saber que la afición personal de Truman es la historia de la estrategia militar, tema sobre el cual, según se dice, ha leído mucho.
Desde luego, una noche en que estaba de charla con unos amigos demostró tener unas ideas asombrosamente claras sobre las campañas de Aníbal. Siente positiva veneración por Marshall.»
Eden, que a la sazón estaba en Washington, me escribió: 
«15 de abril de 1945 «El embajador y yo nos entrevistamos con Stettinius esta mañana, poco después de mi llegada. Stettinius dijo que tanto Stalin como Molotof habían dado muestras de profundo sentimiento por la muerte del Presidente, Stalin preguntó a Harriman (embajador norteamericano en Moscú) si podía hacer algo en una ocasión así para contribuir a reforzar la unidad de los grandes aliados Stettinius señaló que, por fortuna, Harriman no había contestado inmediatamente: «Polonia».
Sugirió, en cambio, que sería muy interesante que Molotof se trasladase a San Francisco para asistir a la conferencia. Stettinius aprovechó la ocasión y telegrafió poniendo de relieve la conveniencia no sólo de que Molotof vaya a San Francisco, sino que pase antes por Washington para celebrar conversaciones. Stettinius me telefoneó hace una hora para decirme qué los rusos habían aceptado y que Molotof llegaría en un avión norteamericano que había sido puesto a su disposición. Supongo, por lo tanto que estará aquí el martes.
Espero que aquel mismo día podremos abordar la cuestión polaca.
Todas estas cosas son buenas noticias, pero no conviene qué fundemos demasiadas esperanzas en ellas, pues falta saber la actitud que adoptará Molotof. Por lo menos ya es alentador tener ocasión de tratar los asuntos abiertamente. Stettinius me habló también esta tarde del debate de : esta semana en la Camara de los Comunes acerca de Polonia, y dijo que esperaba que podría usted indicar que los acontecimientos tan tomado un nuevo giro ante la perspectiva de la reunión de los tres ministros de Asuntos Exteriores.
Oliver Lyttelton

Me mostré de acuerdo con sus palabras, pero le señalé que a mi entender no importaría nada que los rusos se enterasen de cuan honda era nuestra preocupación por el hecho de que la comisión que actúa en Moscú no haya logrado hasta ahora adelantar nada tomando como base las decisiones de Yalta.
Tengo la sensación clara de que debemos ejercer una presión firme sobre los rusos. No existe aún justificación para el optimismo, y nuestra mayor posibilidad de éxito en las conversaciones que aquí se celebren consiste en que los rusos se den plenamente cuenta de la gravedad que para todos nosotros tiene el hecho del fracaso.»

Primer contacto indirecto con Truman
Al día siguiente me envió otra misiva. Del secretaria de Asuntos Exteriores (en Washington) al primer ministro.
«16 de abril de 1945 Edward (lord Halifax» y yo hemos visitado esta mañana por primera vez al Presidente. Nos ha causado buena impresión. Yo le dije cuánto le había emocionado y complacido a usted el primer telegrama que recibió de él.
Insistí sobre lo mucho que había lamentado usted no poder venir a Washington con motivo del entierro del difunto Presidente, pero que confiaba tener pronto ocasión de entrevistarse con él.
El Presidente dijo que compartía sinceramente aquellos sentimientos. Debíamos comprender que había heredado muy graves responsabilidades. Tenía que familiarizarse con el vasto alcance de los problemas.
No obstante, dijo que su intención era continuar exactamente la misma línea de política exterior que había seguido el difunto Presidente. Stettinius entró en aquel momento en el despacho en que nos hallábamos y la conversación se orientó hacia la aceptación por parte de Molotof de la invitación para ir a San Francisco. Stettinius dijo que, a su entender, Molotof llegaría aquí hacia el jueves, y sugirió que él, Molotof y yo nos traslademos juntos a San Francisco, que interrumpamos el viaje durante un día o dos en algún punto del trayecto y sigamos luego hasta la gran ciudad californiana.
Contesté que todo esto me parecía muy bien, pero suponía que el trabajo se haría aquí, en Washington, antes de marcharnos, sobre todo por lo que se refiere al estudio del problema polaco.
Stettinius dijo que tal era su idea y que después de la llegada de Molotof él sostendría una conversación previa con el Presidente y que luego los tres ministros de Asuntos Exteriores se reunirían para tratar de todos los problemas planteados entre nosotros, en particular los de Polonia, la conferencia de San Francisco y los prisioneros de guerra... Después de comentar el posible viaje del presidente Truman a Europa, haciendo escala en Londres, hablamos de nuevo del asunto polaco.
Yo hice constar lo mucho que nos había confortado el hecho de que, en el curso de las complicadísimas negociaciones celebradas después de Yalta, tanto el Presidente y usted como el Departamento de Estado y el Foreign Office hubiesen mantenido una absoluta identidad de criterio... La impresión que he sacado de la entrevista es que el nuevo Presidente es un hombre sincero y probo.
Tiene conciencia de la responsabilidad que ha asumido, pero no se siente abrumado por ella. Las alusiones que ha hecho a usted han sido sumamente afectuosas. Creo que tendremos en él un colaborador leal, y esta primera conversación me ha animado mucho.»

La Vanguardia  12-12-1953


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