dissabte, 20 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (XIX)

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


Divergencias con Norteamérica
Las tropas británicas que hacían frente al levantamiento comunista en Grecia en diciembre de 1944 seguían combatiendo encarnizadamente en el centro de Atenas, cercadas y en condiciones de inferioridad numérica. Estaban empeñadas en una lucha casa por casa contra unos adversarios de los cuales el ochenta por ciento al menos iban vestidos de paisanos. A diferencia de lo que ocurría con muchos de los corresponsales aliados en Atenas, nuestras tropas comprendían con claridad la magnitud del problema que allí se ventilaba.

Carta blanca al mariscal Alexander
En medio de todo aquel alboroto llegaron a la capital griega ei mariscal Alexander y Mr; Harold Macmillan (a la sazón ministro de Estado). El 11 de diciembre recibimos sus primeros informes. Nuestra situación era más apurada de lo que creíamos. Alexander telegrafiaba: «Las fuerzas británicas se hallan en realidad sitiadas en el corazón de la ciudad.» La carretera del aeródromo no ofrecía garantías de seguridad. No éramos dueños del puerto de El Pireo y, por consiguiente, no podia descargar allí ningún buque.
Las unidades que luchaban en la ciudad sólo tenían víveres para seis días y municiones para tres. Alexander proponía que el puerto y la carretera que conduce a Atenas fuesen inmediatamente despejados de contingentes enemigos, mandar en seguida refuerzos desde Italia, garantizar la llegada constante de suministros y a continuación emprender las operaciones necesarias para «limpiar» totalmente Atenas y El Pireo. Aconsejaba asimismo la aceptación de la propuesta de Leeper.
el embajador británico, para el nombramiento del arzobispo Damaskinos en calidad de Regente, y reclamaba la adopción de medidas rigurosas contra los rebeldes, así como permiso para bombardear determinadas zonas en el interior de Atenas. El 12 de diciembre el Gabinete de Guerra dio a Alexander carta blanca en el aspecto militar. La 4.a División británica, que en aquel momento estaba siendo transportada de Italia a Egipto, recibió órdenes de cambiar el rumbo y dirigirse a Grecia. Su llegada en el curso de la segunda quincena del mes inclinó la balanza en nuestro favor. Comuniqué a Alexander que el rey de Grecia no estaba dispuesto a aceptar el establecimiento de una Regencia.

Una indiscreción sensacional
Por aquellos días se produjo una sorprendente «filtración» de secretos oficiales. El lector recordará mi telegrama al general Scobie (el comandante militar bri;ánico en Grecia), cursado el 5 de diciembre, ia las 4'50 de la mañana. Llevaba la indicación siguiente: «Personal y rigurosamente secreto. Del primer ministro al general Scobie. Repetido al general Wilson», y naturalmente, iba cifrado. Pocos dias después un periodista norteamericano publicó una copia prácticamente exacta de dicho documento. Como consecuencia de ello quedaron amenazadas todas nuestras comunicaciones. Efectuada la investigación correspondiente, me enteré de que todos los despachos que pasaban por el Cuartel General supremo de Wilson en Italia eran comunicados a diversas personas, entre ellas el embajador norteamericano en Roma, a menos que llevasen una indicación restrictiva especial. Al leer el texto de mi telegrama enviado el 5 de diciembre antes del alba al general Scobie, el embajador lo transmitió en esencia al Departamento de Estado. Estaba en su pleno derecho al obrar así. No ha sido posible jamás averiguar lo que ocurrió después de la llegada de aquel texto a Washington o por lo menos no ha sido revelado. Pero lo cierto es que el 11 de diciembre el periodista norteamericano en cuestión publicó lo
que en aquellas circunstancias podía perfectamente haber producido el efecto de una bomba y provocar complicaciones enojosas. Precisamente al día siguiente había de reunirse en Londres el Congreso de los Sindicatos británicos. Como es de suponer, reinaba gran inquietud acerca de nuestra política en Grecia, y los elementos izquierdistas se mostraban agitados. Parecía probable que la publicación de los términos draconianos de mi telegrama al general Scobie causara mala impresión. Pero Mr. Bevin, que representaba al Gabinete de Guerra en aquel Congreso obrero, defendió y justificó nuestra política en Grecia con su lealtad y su coraje característicos. «Convenció plenamente a todos los reunidos, y los Sindicatos otorgaron su apoyo al Gobierno por una abrumadora mayoria, demostrando con ello una vez más su sagacidad política y su sentido des responsabilidad en las horas críticas.

El peso de la opinión pública
Yo había recibido entre tanto un telegrama del Presidente, redactado en términos sumamente amables.
Del presidente Roosevelt al primer ministro británico. «13 de diciembre de 1944 Me han afectado tan profundamente como a usted las trágicas dificultades con que han tropezado ustedes en Grecia. Me doy perfecta cuenta de los arduos y angustiosos dilemas a que han debido hacer frente. Considero que mi papel en este asunto  es el de un leal amigo y aliado cuyo único deseo consiste en prestar toda la ayuda posible en las actuales circunstancias. Puede tener la seguridad de que al exponerle mis ideas me guía la convicción de que nada puede en modo alguno alterar la unidad y la estrecha alianza que existen entre nuestros dos países para llevar a cabo la gran tarea en que nos hallamos empeñados. A pesar
Ernest Bevin
de mi gran deseo de ayudar a ustedes hasta el máximo en esta difícil situación, hay ciertas limitaciones, impuestas en parte por la política tradicional de los Estados Unidos y en parte por la creciente reacción adversa de la opinión pública de este país. Nadie mejor que usted comprenderá que yo, tanto personalmente como en mi calidad de Jefe del Estado, estoy obligado a tener en cuenta el estado de la opinión. Estas son las razones por las cuales nuestro Gobierno no ha podido alinearse plenamente al lado de ustedes en el curso de los acontecimientos que en la actualidad se desarrollan en Grecia. Un simple intento de hacerlo así sólo aportaría a ustedes un alivio momentáneo, pero a la larga sería perjudicial para la esencia de nuestras relaciones. No he de encarecer a usted cuánto deploro la situación que se ha creado entre nosotros dos. Lo único que deseo es que se allane en tal forma que podamos, en esto como en todo, marchar unidos... Naturalmente, no estoy al corriente de todos los detalles y además me encuentro a mucha distancia del escenario de los hechos; pero creo que la razón fundamental— o quizá la-excusa —de la actitud del E Á.M. es la desconfianza que tiene respecto a las intenciones del rey Jorge II. Me pregunto si no sería de gran utilidad para los esfuerzos de Macmillan que el propio Rey aprobase el establecimiento de una Regencia en Grecia e hiciese una declaración pública de su intención de no regresar a su país a menos que fuese invitado a ello por un plebiscito popular. Esto podría ser especialmente efectivo si fuese acompañado de una garantía en el sentido de que se celebrarían elecciones en una fecha determinada, por lejana que ésta se hallase, a fin de que el pueblo tuviese plena ocasión de expresar su voluntad.

¿No sería posible entre tanto llegar a un acuerdo general de desarme y disolución de todos los grupos armados que actualmente se encuentran en el país, sin exceptuar a la Brigada de montaña ni al «Escuadrón sagrado», dejando que las tropas británicas por sí solas garantizasen la ley y el orden, hasta que se pueda proceder a reconstituir las fuerzas nacionales griegas sobre una base no partidista y equipararlas en forma adecuada ?»
 Damaskinos

La retirada imposible
Esto, empero, no me aportaba ninguna ayuda de orden practico. El 14 de diciembre le contesté en los siguientes términos:
«Dentro de pocos dias enviaré a usted una respuesta detallada a su telegrama, cuyo tono amistoso le agradezco. Espero que los refuerzos británicos que ahora se dirigen en número considerable al Ática harán que mejore la situación en Atenas. Comprenderá usted cuan grave sería que nos retirásemos, cosa que podríamos hacer con toda facilidad y que la consecuencia de ello fuese una espantosa matanza, asi como el establecimiento en Atenas de un régimen de extrema izquierda, de inspiración comunista, todo lo cual ocurriría sin duda. Mis colegas de Gabinete de todos los partidos no están dispuestos a actuar en forma tan deshonrosa para nuestra historia y nuestro nombre. El discurso de Ernest Bevin ante la Conferencia laborista ha causado un efecto inmejorable en todos los sectores. Tenemos aún en perspectiva muy duros combates, y nuestras tropas pueden incluso hallarse en grave peligro en el centro de Atenas. El hecho de que al parecer ustedes están en contra nuestra, como se desprende del último pasaje de la declaración de Stettinius a la prensa (unas frías y secas palabras pronunciadas por el secretario de Estado norteamericano), no ha tenido otro efecto, como yo me temía, que el de aumentar la carga de nuestras dificultades. Es probable que el domingo por la noche me dirija yo por radió al mundo para poner de relieve la pureza y el desinterés de todas nuestras intenciones y también de nuestras decisiones. Entre tanto, envío a usted una carta que he recibido del rey de Grecia, a quien hemos sugerido la conveniencia de nombrar Regente al arzobispo ortodoxo de Atenas (monseñor Damaskinos). El Rey se niega a autorizar esta fórmula. Por consiguiente, si al final decidimos obrar así por nuestra cuenta, el!o entrañará un acto de violencia constitucional. No sé nada del arzobispo, excepto que nuestros delegados en aquel país creen que podría llenar un vacío o por lo menos establecer un puente sobre el abismo actual.»

Perplejidad ante una nueva «advertencia»
Recibí de la 3.a Brigada griega de montaña, que había estado luchando lealmente  a nuestro lado, un mensaje de gratitud por  nuestros esfuerzos para proteger a su país y de pésame por la  sangre británica que estaba siendo derramada. Me rogaban que  aceptase el nombramiento de jefe honorario de su unidad. Pero por aquellos días también recibí una advertencia de Harry Hopkins. 
Harry Hopkins y Roosevelt
«16 de diciembre de 1944 : La atmósfera de la opinión pública de este país se  está enrareciendo rápidamente a causa de la situación en  Grecia y de la declaración hecha por usted en el Parlamento acerca de los Estados Unidos y Polonia. Cuando la guerra en Europa y Asia se halla en el  punto actual de gran tensión, cuando se necesita el esfuerzo máximo por parte de todos a fin de derrotar al enemigo, confieso que me inquieta profundamente el giro i de los acontecimientos en el terreno, diplomático, que  pone de manifiesto ante el mundo nuestras diversas dificultades. . 
Ignoro lo que el Presidente o Stettinius han de decir públicamente, pero sería conveniente que uno de ellos, o ambos, expresasen en términos inequívocos nuestra decisión de hacer todo lo posible para establecer un mundo libre y tranquilo.» 
Todos estábamos de acuerdo en cuanto. a este objetivo supremo, pero lo que importaba era si podríamos alcanzarlo permitiendo a los comunistas que se adueñasen del Poder en Atenas. Tal era  el problema que estaba planteado. Del primer ministro británico a Mr. Harry Hopkins. 
«17 de diciembre de 1944  Su telegrama me ha dejado desolado y perplejo. Espero que no vacilará usted en telegrafiarme respecto a cualesquiera puntos en los cuales considere que nosotros, o yo personalmente, nos hemos equivocado, indicándome al propio tiempo lo que crea oportuno hacer, pues tengo gran confianza en su amistad y su criterio, aun cuando a veces yo enfoque los asuntos desde un punto de vista diferente del suyo. Todos los telegramas que el Presidente me ha enviado han sido muy amables y alentadores, y creo que asimismo el telegrama dirigido por él a U. J. («tío José»Stalin) puede hacer mucho bien. Como es natural, acogeré con simpatía todas las declaraciones públicas que se hagan en Norteamérica exponiendo los objetivos señalados en el último párrafo de su telegrama. Dichos objetivos son también los nuestros. En esta lucha no pretendernos nada para nosotros.»

Resumen general de la situación
Envié también al Presidente la respuesta que le había prometido en mi despacho del día 14. Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
«17 de diciembre de 1944 Ref. Grecia. La situación actual es la siguiente: Nuestros representantes en aquel país, Macmillan y Leeper, han recomendado encarecidamente el nombramiento del arzobispo Damaskinos como Regente. Esto no es grato al Gobierno de Papandreu, aunque quizá se podría convencer a sus miembros de que apoyasen una Regencia formada por tres personas, a saber: el arzobispo, el general Plastiras y Dragurris. Existe la sospecha de que el arzobispo aspira a obtener el mando político absoluto y que, apoyado por el E.A.M., lo utilizará, si lo consigue, contra los actuales ministros. No puedo decir si esto es verdad o no. Las cosas están cambiando de hora en hora. No estoy del todo seguro de si al establecer una
Stettinius, Gromyko y Molotov
Regencia unipersonal no impondríamos a Grecia una dictadura. Hay que tener asimismo en cuenta el hecho de que el Rey se niega, categóricamente según creo, a nombrar una Regencia, y. desde luego, en ningún caso una Regencia unipersonal confiada al arzobispo, de quien él desconfía y al cual teme. Según la Constitución griega, el príncipe heredero es regente en ausencia del monarca. El Rey dice también que todos los ministros del Gobierno Papandreu le aconsejan en contra de tal medida y que él, como soberano constitucional, no puede asumir la responsabilidad de la misma. El Gabinete de Guerra ha decidido esperar tres o cuatro días para ver cómo se desarrollan las operaciones militares. Nuestros refuerzos van llegando rápidamente, y el Alto Estado Mayor del Servicio de Información británico dice que no hay más allá de doce mil hombres del E.L.A.S. (guerrilleros comunistas) en Atenas y El Píreo. El cálculo del rey de Grecia oscila entre quince mil y veinte mil. Sea como fuere, a mediados de la semana próxima nuestras fuerzas serán numéricamente superiores. En tales circunstancias, no estoy dispuesto a dejar paso libre a un acto de violencia anticonstitucional. Nuestra tarea inmediata consiste en dominar totalmente Atenas y El Pireo. Según los últimos informes, el E.L.A.S. quizá estaría dispuesto a retirarse. De este modo dispondríamos de una base sólida para negociar el mejor arreglo posible entre las facciones griegas actualmente en guerra. Desde luego, tal arreglo habrá de llevar aparejado el desarme de las unidades de guerrilleros. El desarme de la Brigada griega de montaña, que conquistó Rímini, y del «Escuadrón sagrado», que tan brillantemente combatió al lado de las tropas británicas y norteamericanas, debilitaría seriamente nuestras fuerzas, y en cualquier caso no podríamos dejar a aquellos hombres expuestos a una matanza. Pueden, no obstante, ser destinados a otro sitio como parte de un arreglo general. Estoy seguro de que no querría usted que abandonásemos en este momento nuestra penosa e ingrata tarea. La emprendimos con el pleno asenso de usted. No pretendemos obtener nada de Grecia. Sólo queremos cumplir con nuestro deber en bien de la causa común. En mitad de nuestra labor de llevar víveres y .ayuda a un país y mantener el orden mínimo por cuenta do un Gobierno que no dispone de fuerzas armadas, nos hemos visto envueltos en una lucha furiosa, aunque no muy sangrienta por ahora. He lamentado amargamente que no haya podido usted pronunciar una sola palabra de explicación en favor de nuestra actitud, pero comprendo las dificultades en que se encuentra. Entre tanto, el Gabinete esta reunido y los ministros socialistas aprueban las declaraciones de Mr, Bevin ante la Conferencia laborista, que en este asunto apoyó la política gubernamental por una mayoría de 2.455.000 votos contra 137.000, Creo que en cualquier momento me sería posible obtener en la Cámara de los Comunes una mayoría de diez a uno. Estoy seguro de que hará usted todo lo que pueda. Le tendré constantemente al corriente de lo que suceda.»

Al cabo de dos años...
Es curioso comprobar ahora, al dirigir una mirada retrospectiva sobre aquellos hechos, después de transcurridos algunos años, hasta qué punto los acontecimientos han justificado la política por la que mis colegas y yo luchamos tan obstinadamente. Por mi parte, nunca abrigué la menor duda al respecto, pues veía con toda claridad que el comunismo sería el peligro con el cual habría de enfrentarse la civilización tras la derrota del nazismo y el fascismo. No nos correspondió a nosotros acabar la tarea emprendida, en Grecia. Poco podía figurarme, empero, a fines de 1944 que el Departamento de Estado, con el apoyo de la inmensa mayoría de la opinión pública norteamericana, iba al cabo de poco más de dos años no sólo a adoptar y proseguir la labor iniciada por nosotros, sino a realizar enérgicos y costosos esfuerzos, incluso de carácter militar, para llevarla a buen fin. Se atribuye a Mr. Dean Acheson, secretario interino de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos, la siguiente declaración formularla el 21 de marzo de 1947 ante la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes: «Un Gobierno griego dominado por los comunistas seria considerado peligroso para la seguridad de los Estados Unidos.»
Si Grecia no ha corrido la suerte de Checoeslovaquia y sobrevive hoy como una de las naciones libres, ello es debido no sólo a la acción británica en 1944, sino a los decididos esfuerzos de lo que más tarde habla de convertirse en la recia unidad del mundo anglosajón.

La Vanguardia 01-12-1953


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