LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
Divergencias con
Norteamérica
Las tropas británicas que
hacían frente al levantamiento comunista en Grecia en diciembre de
1944 seguían combatiendo encarnizadamente en el centro de Atenas,
cercadas y en condiciones de inferioridad numérica. Estaban
empeñadas en una lucha casa por casa contra unos adversarios de los
cuales el ochenta por ciento al menos iban vestidos de paisanos. A
diferencia de lo que ocurría con muchos de los corresponsales
aliados en Atenas, nuestras tropas comprendían con claridad la
magnitud del problema que allí se ventilaba.
Carta blanca al mariscal Alexander
En medio de todo aquel
alboroto llegaron a la capital griega ei mariscal Alexander y Mr;
Harold Macmillan (a la sazón ministro de Estado). El 11 de diciembre
recibimos sus primeros informes. Nuestra situación era más apurada
de lo que creíamos. Alexander telegrafiaba: «Las fuerzas británicas
se hallan en realidad sitiadas en el corazón de la ciudad.» La
carretera del aeródromo no ofrecía garantías de seguridad. No
éramos dueños del puerto de El Pireo y, por consiguiente, no podia
descargar allí ningún buque.
Las unidades que luchaban en la ciudad
sólo tenían víveres para seis días y municiones para tres.
Alexander proponía que el puerto y la carretera que conduce a Atenas
fuesen inmediatamente despejados de contingentes enemigos, mandar en
seguida refuerzos desde Italia, garantizar la llegada constante de
suministros y a continuación emprender las operaciones necesarias
para «limpiar» totalmente Atenas y El Pireo. Aconsejaba asimismo la
aceptación de la propuesta de Leeper.
el embajador británico, para el nombramiento del arzobispo Damaskinos en calidad de Regente, y reclamaba la adopción de medidas rigurosas contra los rebeldes, así como permiso para bombardear determinadas zonas en el interior de Atenas. El 12 de diciembre el Gabinete de Guerra dio a Alexander carta blanca en el aspecto militar. La 4.a División británica, que en aquel momento estaba siendo transportada de Italia a Egipto, recibió órdenes de cambiar el rumbo y dirigirse a Grecia. Su llegada en el curso de la segunda quincena del mes inclinó la balanza en nuestro favor. Comuniqué a Alexander que el rey de Grecia no estaba dispuesto a aceptar el establecimiento de una Regencia.
el embajador británico, para el nombramiento del arzobispo Damaskinos en calidad de Regente, y reclamaba la adopción de medidas rigurosas contra los rebeldes, así como permiso para bombardear determinadas zonas en el interior de Atenas. El 12 de diciembre el Gabinete de Guerra dio a Alexander carta blanca en el aspecto militar. La 4.a División británica, que en aquel momento estaba siendo transportada de Italia a Egipto, recibió órdenes de cambiar el rumbo y dirigirse a Grecia. Su llegada en el curso de la segunda quincena del mes inclinó la balanza en nuestro favor. Comuniqué a Alexander que el rey de Grecia no estaba dispuesto a aceptar el establecimiento de una Regencia.
Una indiscreción sensacional
Por aquellos días se produjo
una sorprendente «filtración» de secretos oficiales. El lector
recordará mi telegrama al general Scobie (el comandante militar
bri;ánico en Grecia), cursado el 5 de diciembre, ia las 4'50 de la
mañana. Llevaba la indicación siguiente: «Personal y rigurosamente
secreto. Del primer ministro al general Scobie. Repetido al general
Wilson», y naturalmente, iba cifrado. Pocos dias después un
periodista norteamericano publicó una copia prácticamente exacta de
dicho documento. Como consecuencia de ello quedaron amenazadas
todas nuestras comunicaciones. Efectuada la investigación
correspondiente, me enteré de que todos los despachos que pasaban
por el Cuartel General supremo de Wilson en Italia eran comunicados a
diversas personas, entre ellas el embajador norteamericano en Roma,
a menos que llevasen una indicación restrictiva especial. Al leer el
texto de mi telegrama enviado el 5 de diciembre antes del alba al
general Scobie, el embajador lo transmitió en esencia al
Departamento de Estado. Estaba en su pleno derecho al obrar así. No
ha sido posible jamás averiguar lo que ocurrió después de la
llegada de aquel texto a Washington o por lo menos no ha sido
revelado. Pero lo cierto es que el 11 de diciembre el periodista
norteamericano en cuestión publicó lo
que en aquellas circunstancias podía perfectamente haber producido el efecto de una bomba y provocar complicaciones enojosas. Precisamente al día siguiente había de reunirse en Londres el Congreso de los Sindicatos británicos. Como es de suponer, reinaba gran inquietud acerca de nuestra política en Grecia, y los elementos izquierdistas se mostraban agitados. Parecía probable que la publicación de los términos draconianos de mi telegrama al general Scobie causara mala impresión. Pero Mr. Bevin, que representaba al Gabinete de Guerra en aquel Congreso obrero, defendió y justificó nuestra política en Grecia con su lealtad y su coraje característicos. «Convenció plenamente a todos los reunidos, y los Sindicatos otorgaron su apoyo al Gobierno por una abrumadora mayoria, demostrando con ello una vez más su sagacidad política y su sentido des responsabilidad en las horas críticas.
que en aquellas circunstancias podía perfectamente haber producido el efecto de una bomba y provocar complicaciones enojosas. Precisamente al día siguiente había de reunirse en Londres el Congreso de los Sindicatos británicos. Como es de suponer, reinaba gran inquietud acerca de nuestra política en Grecia, y los elementos izquierdistas se mostraban agitados. Parecía probable que la publicación de los términos draconianos de mi telegrama al general Scobie causara mala impresión. Pero Mr. Bevin, que representaba al Gabinete de Guerra en aquel Congreso obrero, defendió y justificó nuestra política en Grecia con su lealtad y su coraje característicos. «Convenció plenamente a todos los reunidos, y los Sindicatos otorgaron su apoyo al Gobierno por una abrumadora mayoria, demostrando con ello una vez más su sagacidad política y su sentido des responsabilidad en las horas críticas.
El peso de la opinión pública
Yo había recibido entre
tanto un telegrama del Presidente, redactado en términos
sumamente amables.
Del presidente Roosevelt al
primer ministro británico. «13 de diciembre de 1944 Me han afectado
tan profundamente como a usted las trágicas dificultades con que han
tropezado ustedes en Grecia. Me doy perfecta cuenta de los arduos y
angustiosos dilemas a que han debido hacer frente. Considero que mi
papel en este asunto es el de un leal amigo y aliado cuyo único
deseo consiste en prestar toda la ayuda posible en las actuales
circunstancias. Puede tener la seguridad de que al exponerle mis
ideas me guía la convicción de que nada puede en modo alguno alterar la unidad y la
estrecha alianza que existen entre nuestros dos países para llevar
a cabo la gran tarea en que nos hallamos empeñados. A pesar
de mi
gran deseo de ayudar a ustedes hasta el máximo en esta difícil
situación, hay ciertas limitaciones, impuestas en parte por la
política tradicional de los Estados Unidos y en parte por la
creciente reacción adversa de la opinión pública de este país.
Nadie mejor que usted comprenderá que yo, tanto personalmente como
en mi calidad de Jefe del Estado, estoy obligado a tener en
cuenta el estado de la opinión. Estas son las razones por las cuales
nuestro Gobierno no ha podido alinearse plenamente al lado de
ustedes en el curso de los acontecimientos que en la actualidad se
desarrollan en Grecia. Un simple intento de hacerlo así sólo
aportaría a ustedes un alivio momentáneo, pero a la larga sería
perjudicial para la esencia de nuestras relaciones. No he de
encarecer a usted cuánto deploro la situación que se ha creado
entre nosotros dos. Lo único que deseo es que se allane en tal forma
que podamos, en esto como en todo, marchar unidos... Naturalmente, no
estoy al corriente de todos los detalles y además me encuentro a
mucha distancia del escenario de los hechos; pero creo que la razón
fundamental— o quizá la-excusa —de la actitud del E Á.M. es
la desconfianza que tiene respecto a las intenciones del rey Jorge
II. Me pregunto si no sería de gran utilidad para los esfuerzos de
Macmillan que el propio Rey aprobase el establecimiento de una
Regencia en Grecia e hiciese una declaración pública de su
intención de no regresar a su país a menos que fuese invitado a
ello por un plebiscito popular. Esto podría ser especialmente
efectivo si fuese acompañado de una garantía en el sentido de que
se celebrarían elecciones en una fecha determinada, por lejana que
ésta se hallase, a fin de que el pueblo tuviese plena ocasión de
expresar su voluntad.
¿No sería posible entre tanto llegar a un acuerdo general de desarme y disolución de todos los grupos armados que actualmente se encuentran en el país, sin exceptuar a la Brigada de montaña ni al «Escuadrón sagrado», dejando que las tropas británicas por sí solas garantizasen la ley y el orden, hasta que se pueda proceder a reconstituir las fuerzas nacionales griegas sobre una base no partidista y equipararlas en forma adecuada ?»
Ernest Bevin |
¿No sería posible entre tanto llegar a un acuerdo general de desarme y disolución de todos los grupos armados que actualmente se encuentran en el país, sin exceptuar a la Brigada de montaña ni al «Escuadrón sagrado», dejando que las tropas británicas por sí solas garantizasen la ley y el orden, hasta que se pueda proceder a reconstituir las fuerzas nacionales griegas sobre una base no partidista y equipararlas en forma adecuada ?»
Esto, empero, no me aportaba
ninguna ayuda de orden practico. El 14 de diciembre le contesté en
los siguientes términos:
«Dentro de pocos dias enviaré a usted
una respuesta detallada a su telegrama, cuyo tono amistoso le
agradezco. Espero que los refuerzos británicos que ahora se dirigen
en número considerable al Ática harán que mejore la situación en
Atenas. Comprenderá usted cuan grave sería que nos
retirásemos, cosa que podríamos hacer con toda facilidad y que la
consecuencia de ello fuese una espantosa matanza, asi como el
establecimiento en Atenas de un régimen de extrema izquierda, de
inspiración comunista, todo lo cual ocurriría sin duda. Mis colegas
de Gabinete de todos los partidos no están dispuestos a actuar en
forma tan deshonrosa para nuestra historia y nuestro nombre. El
discurso de Ernest Bevin ante la Conferencia laborista ha causado un
efecto inmejorable en todos los sectores. Tenemos aún en perspectiva
muy duros combates, y nuestras tropas pueden incluso hallarse en
grave peligro en el centro de Atenas. El hecho de que al parecer
ustedes están en contra nuestra, como se desprende del último
pasaje de la declaración de Stettinius a la prensa (unas frías y
secas palabras pronunciadas por el secretario de Estado
norteamericano), no ha tenido otro efecto, como yo me temía, que el
de aumentar la carga de nuestras dificultades. Es probable que el
domingo por la noche me dirija yo por radió al mundo para poner de
relieve la pureza y el desinterés de todas nuestras intenciones y
también de nuestras decisiones. Entre tanto, envío a usted una
carta que he recibido del rey de Grecia, a quien hemos sugerido la
conveniencia de nombrar Regente al arzobispo ortodoxo de Atenas
(monseñor Damaskinos). El Rey se niega a autorizar esta fórmula.
Por consiguiente, si al final decidimos obrar así por nuestra
cuenta, el!o entrañará un acto de violencia constitucional. No sé
nada del arzobispo, excepto que nuestros delegados en aquel país
creen que podría llenar un vacío o por lo menos establecer un
puente sobre el abismo actual.»
Perplejidad ante
una nueva «advertencia»
Recibí de la 3.a Brigada griega de
montaña, que había estado luchando lealmente a nuestro lado, un
mensaje de gratitud por nuestros esfuerzos para proteger a su país
y de pésame por la sangre británica que estaba siendo
derramada. Me rogaban que aceptase el nombramiento de jefe
honorario de su unidad. Pero por aquellos días también recibí
una advertencia de Harry Hopkins.
Harry Hopkins y Roosevelt |
«16 de diciembre de 1944 : La
atmósfera de la opinión pública de este país se está
enrareciendo rápidamente a causa de la situación en Grecia y de
la declaración hecha por usted en el Parlamento acerca de los
Estados Unidos y Polonia. Cuando la guerra en Europa y Asia se
halla en el punto actual de gran tensión, cuando se necesita el
esfuerzo máximo por parte de todos a fin de derrotar al
enemigo, confieso que me inquieta profundamente el giro i de los
acontecimientos en el terreno, diplomático, que pone de manifiesto
ante el mundo nuestras diversas dificultades. .
Ignoro lo que
el Presidente o Stettinius han de decir públicamente, pero sería
conveniente que uno de ellos, o ambos, expresasen en términos
inequívocos nuestra decisión de hacer todo lo posible para
establecer un mundo libre y tranquilo.»
Todos estábamos
de acuerdo en cuanto. a este objetivo supremo, pero lo que
importaba era si podríamos alcanzarlo permitiendo a los comunistas
que se adueñasen del Poder en Atenas. Tal era el problema que
estaba planteado. Del primer ministro británico a Mr. Harry
Hopkins.
«17 de diciembre de 1944 Su telegrama me ha dejado
desolado y perplejo. Espero que no vacilará usted en
telegrafiarme respecto a cualesquiera puntos en los cuales
considere que nosotros, o yo personalmente, nos hemos equivocado,
indicándome al propio tiempo lo que crea oportuno hacer, pues tengo
gran confianza en su amistad y su criterio, aun cuando a veces yo
enfoque los asuntos desde un punto de vista diferente del suyo. Todos
los telegramas que el Presidente me ha enviado han sido muy amables y
alentadores, y creo que asimismo el telegrama dirigido por él a U.
J. («tío José»Stalin) puede hacer mucho bien. Como es natural,
acogeré con simpatía todas las declaraciones públicas que se
hagan en Norteamérica exponiendo los objetivos señalados en el
último párrafo de su telegrama. Dichos objetivos son también los
nuestros. En esta lucha no pretendernos nada para nosotros.»
Resumen
general de la situación
Envié también al Presidente la respuesta que le había prometido en mi despacho del día 14. Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
Envié también al Presidente la respuesta que le había prometido en mi despacho del día 14. Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
«17 de
diciembre de 1944 Ref. Grecia. La situación actual es la siguiente:
Nuestros representantes en aquel país, Macmillan y Leeper, han
recomendado encarecidamente el nombramiento del arzobispo Damaskinos
como Regente. Esto no es grato al Gobierno de Papandreu, aunque quizá
se podría convencer a sus miembros de que apoyasen una Regencia
formada por tres personas, a saber: el arzobispo, el general
Plastiras y Dragurris. Existe la sospecha de que el arzobispo aspira
a obtener el mando político absoluto y que, apoyado por el E.A.M.,
lo utilizará, si lo consigue, contra los actuales ministros. No
puedo decir si esto es verdad o no. Las cosas están cambiando de
hora en hora. No estoy del todo seguro de si al establecer una
Regencia unipersonal no impondríamos a Grecia una dictadura. Hay que
tener asimismo en cuenta el hecho de que el Rey se niega,
categóricamente según creo, a nombrar una Regencia, y. desde luego,
en ningún caso una Regencia unipersonal confiada al arzobispo, de
quien él desconfía y al cual teme. Según la Constitución griega,
el príncipe heredero es regente en ausencia del monarca. El Rey dice
también que todos los ministros del Gobierno Papandreu le aconsejan
en contra de tal medida y que él, como soberano constitucional, no
puede asumir la responsabilidad de la misma. El Gabinete de Guerra ha
decidido esperar tres o cuatro días para ver cómo se desarrollan
las operaciones militares. Nuestros refuerzos van llegando
rápidamente, y el Alto Estado Mayor del Servicio de Información
británico dice que no hay más allá de doce mil hombres del
E.L.A.S. (guerrilleros comunistas) en Atenas y El Píreo. El cálculo
del rey de Grecia oscila entre quince mil y veinte mil. Sea como
fuere, a mediados de la semana próxima nuestras fuerzas serán
numéricamente superiores. En tales circunstancias, no estoy
dispuesto a dejar paso libre a un acto de violencia
anticonstitucional. Nuestra tarea inmediata consiste en dominar
totalmente Atenas y El Pireo. Según los últimos informes, el
E.L.A.S. quizá estaría dispuesto a retirarse. De este modo
dispondríamos de una base sólida para negociar el mejor arreglo
posible entre las facciones griegas actualmente en guerra. Desde
luego, tal arreglo habrá de llevar aparejado el desarme de las
unidades de guerrilleros. El desarme de la Brigada griega de montaña,
que conquistó Rímini, y del «Escuadrón sagrado», que
tan brillantemente combatió al lado de las tropas británicas y
norteamericanas, debilitaría seriamente nuestras fuerzas, y en
cualquier caso no podríamos dejar a aquellos hombres expuestos a una
matanza. Pueden, no obstante, ser destinados a otro sitio como parte
de un arreglo general. Estoy seguro de que no querría usted que
abandonásemos en este momento nuestra penosa e ingrata tarea. La
emprendimos con el pleno asenso de usted. No pretendemos obtener nada
de Grecia. Sólo queremos cumplir con nuestro deber en bien de la
causa común. En mitad de nuestra labor de llevar víveres y .ayuda a
un país y mantener el orden mínimo por cuenta do un Gobierno que no
dispone de fuerzas armadas, nos hemos visto envueltos en una lucha
furiosa, aunque no muy sangrienta por ahora. He lamentado
amargamente que no haya podido usted pronunciar una sola palabra de
explicación en favor de nuestra actitud, pero comprendo las
dificultades en que se encuentra. Entre tanto, el Gabinete esta reunido y los ministros socialistas aprueban las declaraciones de Mr,
Bevin ante la Conferencia laborista, que en este asunto apoyó la
política gubernamental por una mayoría de 2.455.000 votos contra
137.000, Creo que en cualquier momento me sería posible obtener en
la Cámara de los Comunes una mayoría de diez a uno. Estoy seguro de
que hará usted todo lo que pueda. Le tendré constantemente al
corriente de lo que suceda.»
Stettinius, Gromyko y Molotov |
Al cabo de dos años...
Es curioso comprobar ahora, al dirigir una mirada retrospectiva sobre aquellos hechos, después de transcurridos algunos años, hasta qué punto los acontecimientos han justificado la política por la que mis colegas y yo luchamos tan obstinadamente. Por mi parte, nunca abrigué la menor duda al respecto, pues veía con toda claridad que el comunismo sería el peligro con el cual habría de enfrentarse la civilización tras la derrota del nazismo y el fascismo. No nos correspondió a nosotros acabar la tarea emprendida, en Grecia. Poco podía figurarme, empero, a fines de 1944 que el Departamento de Estado, con el apoyo de la inmensa mayoría de la opinión pública norteamericana, iba al cabo de poco más de dos años no sólo a adoptar y proseguir la labor iniciada por nosotros, sino a realizar enérgicos y costosos esfuerzos, incluso de carácter militar, para llevarla a buen fin. Se atribuye a Mr. Dean Acheson, secretario interino de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos, la siguiente declaración formularla el 21 de marzo de 1947 ante la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes: «Un Gobierno griego dominado por los comunistas seria considerado peligroso para la seguridad de los Estados Unidos.»
Si Grecia no ha corrido la suerte de Checoeslovaquia y sobrevive hoy como una de las naciones libres, ello es debido no sólo a la acción británica en 1944, sino a los decididos esfuerzos de lo que más tarde habla de convertirse en la recia unidad del mundo anglosajón.
Es curioso comprobar ahora, al dirigir una mirada retrospectiva sobre aquellos hechos, después de transcurridos algunos años, hasta qué punto los acontecimientos han justificado la política por la que mis colegas y yo luchamos tan obstinadamente. Por mi parte, nunca abrigué la menor duda al respecto, pues veía con toda claridad que el comunismo sería el peligro con el cual habría de enfrentarse la civilización tras la derrota del nazismo y el fascismo. No nos correspondió a nosotros acabar la tarea emprendida, en Grecia. Poco podía figurarme, empero, a fines de 1944 que el Departamento de Estado, con el apoyo de la inmensa mayoría de la opinión pública norteamericana, iba al cabo de poco más de dos años no sólo a adoptar y proseguir la labor iniciada por nosotros, sino a realizar enérgicos y costosos esfuerzos, incluso de carácter militar, para llevarla a buen fin. Se atribuye a Mr. Dean Acheson, secretario interino de Asuntos Exteriores de los Estados Unidos, la siguiente declaración formularla el 21 de marzo de 1947 ante la Comisión de Asuntos Exteriores de la Cámara de Representantes: «Un Gobierno griego dominado por los comunistas seria considerado peligroso para la seguridad de los Estados Unidos.»
Si Grecia no ha corrido la suerte de Checoeslovaquia y sobrevive hoy como una de las naciones libres, ello es debido no sólo a la acción británica en 1944, sino a los decididos esfuerzos de lo que más tarde habla de convertirse en la recia unidad del mundo anglosajón.