dimecres, 17 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (XVI)


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL





Una llaga enconada; El problema polaco
(Atendiendo las indicaciones concretas de Mr. Churchili y Mr, Eden durante su estancia en Moscú en 1944, el jefe del Gobierno polaco en Londres, Mikolajczyk, y dos de sus colegas se trasladaron a la capital soviética. El 13 de octubre el primer ministro británico presionó a los polacos para que estudiaran la aceptación «de facto» de la Línea Curzon como frontera de su país con Rusia Les instó asimismo a que celebraran conversaciones amistosas con el «Comité Nacional Polaco» comunista, establecido por los rusos en Lublin.)
Aquella misma noche, a las diez, nos reunimos con el llamado Comité Nacional Polaco. Muy luego
quedó de manifiesto que los polacos de Lublin eran simples peones movidos por Rusia. Habían aprendido y ensayado su papel con tanto esmero, que hasta sus maestros tenían evidentemente la sensación, de que estaban exagerando la nota. Por ejemplo, su jefe, Bierut. se expresó, en los siguientes términos: «Estamos aquí para pedir, en nombre de Polonia, que la ciudad de Lvov (Lemberg) sea cedida a Rusia. Tal es la voluntad del pueblo polaco.» Cuando estas frases hubieron sido traducidas de polaco al inglés y al ruso, yo miré a Stalin y vi en sus expresivos ojos un irónico centelleo con el que parecía querer decirme: «¿Qué le parece nuestro sistema soviético de aleccionamiento?»
Conversación sobre temas militares
El 14 de octubre hubo una representación oficial en el Teatro Bolshoi: primero un «ballet» luego ópera y finalmente una sesión de magníficas danzas y cantos a cargo de un coro del Ejército rojo. Stalin y yo ocupamos el palco real, y toda la sala nos dedicó una ovación delirante. Después del espectáculo, celebramos en el Kremlin una conferencia muy interesante y fructífera sobre temas, militares, Stalin tenía a su lado a Molotof y al general Antonof. Harriman (el embajador norteamericano) llevó consigo al general Deane. Conmigo estaban Brooke, Ismay y el general Burrows, jefe de nuestra misión militar en Moscú.

Empezamos explicándoles nuestras futuras intenciones en el noroeste de Europa, en Italia y  en Birmania. Deane hizo luego una exposición de la campaña en el Pacífico y esbozó la clase de ayuda que sería especialmente valiosa por parte de los Soviets cuando estuvieran en guerra con el Japón. El general Antonof formuló a seguido una declaración muy explícita sobre la situación en el frente oriental, las dificultades con que se encontraban los ejércitos rusos y sus planes para el futuro. Stalin intervenía de vez en cuando para subrayar algunos puntos de particular importancia, y terminó asegurándonos que los ejércitos rusos seguirían ejerciendo una presión vigorosa y constante sobre Alemania, de tal modo que no debíamos temer que los alemanes estuviesen ya en condiciones de retirar tropas del frente oriental.

Intenciones soviéticas respecto al Japón
No cabía duda alguna de que los Soviets tenían intención de declarar la guerra al Japón después de la derrota de Alemania y en cuanto pudiesen concentrar los efectivos y el material necesarios en Extremo Oriente.
Stalin no quiso adquirir ningún compromiso respecto a una fecha concreta. Habló de un período de «varios meses» después de la derrota alemana. El 15 de octubre, a causa de una fiebre bastante alta que me acometió, no pude asistir a la segunda conferencia militar, que se celebró en el Kremlin aquella noche. Eden me reemplazó. El único tema que se trató fue la participación soviética en la lucha contra el Japón.
Los reunidos llegaron a conclusiones de importancia. Stalin pidió ayuda norteamericana para establecer una reserva de carburante, víveres y transportes en Extremo Oriente en cuantía suficiente para dos o tres meses, y dijo que si se podía hacer esto y era posible resolver los problemas políticos, la U.R.S.S. estaría dispuesta a atacar al Japón unos tres meses después de que Alemania hubiese sido derrotada. Prometió también que haría disponer aeródromos en las provincias marítimas de Extremo Oriente para la aviación estratégica norteamericana y soviética, así como para recibir allí cuatrimotores norteamericanos e instructores sin pérdida de tiempo. Las reuniones de los altos delegados militares soviéticos y norteamericanos en Moscú empezarían en seguida, y prometió asistir él personalmente a la primera de ellas.

Presiones entre bastidores
Pasaban los días y poco se adelantaba en los intentos de curación de la llaga purulenta de los asuntos ruso-polacos. Estos últimos estaban dispuestos a aceptar la Linea Curzon «como línea de demarcación entre Rusia y Polonia».
Los rusos insistían en que se empleasen las palabras «como base de la frontera entre Rusia y Polonia». Ni unos ni otros querían ceder. Mikolajczyk declaró que sería desautorizado por su propio pueblo si aceptaba la propuesta, soviética. Stalin, al término de una conversación de dos horas y cuarto que celebramos a solas; me dijo que él y Molotof eran los dos únicos de entre, los negociadores por parte rusa que preconizaban una actitud «suave» al tratar con Mikolajczyk.
Tuve la clara sensación de que se ejercían fuertes presiones entre bastidores, tanto por parte de los militares como del partido. Stalin no consideraba aconsejable llevar adelante el intenta de formar un Gobierno polaco unificado en tanto no quedase resuelto el problema de la frontera. Si éste hubiese sido solucionado, él habría estado absolutamente dispuesto a aceptar que Mikolajszyk fuese el jefe del nuevo Gobierno. Por mi parte, creia que surgirían dificultades no menos violentas cuando se discutiese la fusión del Gobierno polaco de Londres con los elementos de Lublin, cuyos representantes nos seguían produciendo la peor impresión posible, y que, como dije a Stalin, no eran «más qué unos portavoces de la voluntad soviética».

Tenían también, sin duda alguna, la ambición de gobernar Polonia, y eran, por consiguiente, una especie de «quislings». En vista de las circunstancias, lo mejor era que las dos delegaciones polacas se marchasen por dónde habían venido Yo me daba perfecta cuanta de la responsabilidad que suponía para mi y para el secretario de Asuntos Exteriores británico tratar de formular propuestas para un acuerdo ruso-polaco. Incluso la imposición de la Línea Curzon a Polonia originaria críticas.

«Fuerzas obscuras» detrás de Stalin.
En otros aspectos se habían realizado notables progresos. Era evidente la decisión del Gobierno soviético de atacar al Japón en cuanto hubiésemos acabado con Hitler. Esto tendría una repercusión altamente favorable en cuanto al acortamiento del conjunto de la lucha. A mi entender, los acuerdos que habíamos concertado respecto a los Balcanes constituían la mejor política posible a seguir.
Combinados con una fructuosa acción militar, contribuirían a salvar a Grecia, y no me cabía duda de que nuestro acuerdo de seguir una política conjunta en Yugoeslavia sobre la base de «mitad y mitad» era la mejor solución para nuestras dificultades, en vista de la conducta de Tito y de la llegada de fuerzas rusas y búlgaras bajo mando soviético para apoyar el flanco oriental de sus unidades. Es un hecho que en nuestro reducido círculo hablábamos con una holgura, una libertad y una cordialidad jamás logradas hasta entonces entre nuestros, dos países.
Stalin me expresó diversas veces una consideración y una estima de  orden personal que estoy seguro que eran sinceras. Pero pude, convencerme aún más de que no tenía las manos totalmente libres. Como dije a mis colegas de la metrópoli, «detrás de él se agitaban unas fuerzas obscuras». El 17 de octubre, por la noche, celebramos nuestra última reunión. Acababan de llegar noticias de que el almirante Horthy había sido detenido por los alemanés a título de precaución, en vista del hecho de que todo el frente, alemán en Hungría estaba en plena desintegración.
Yo declaré entonces que esperaba que sería posible alcanzar rápidamente el pasillo de Liubliana, y añadí que a mi entender la guerra no acabaría : antes de la primavera. Sostuvimos luego nuestra primera conversación sobre el problema de Alemania. Discutimos los pros y los contras del Plan Morgenthau (para desmantelar la industria alemana). Se decidió que la Comisión Consultiva Europea estudiase el asunto en detalle,

Las ideas de U. J.

Durante mi viaje de regreso a Londres envié al Presidente nuevos detalles acerca de nuestras conversaciones.
Del primer ministro británico al presidente Roosévelt.
«22 de octubre de 1944 El último día de nuestra estancia en Moscú, Mikolajczyk se entrevistó con Bierut, quien, reconoció las dificultades en que se hallaba. Cincuenta de sus hombres habían sido fusilados en el curso del mes pasado. Muchos polacos preferían ocultarse en los bosques antes que incorporarse a sus fuerzas.

Insistió, empero, en que si Mikolajczyk era reconocido como primer ministro, él (Bierut) había de tener el setenta y cinco por ciento del Gabinete. Mikolajczyk propuso que estuviesen representados los cinco partidos polacos, a base de escoger él a cuatro de los cinco individuos que habían de ocupar los puestos más importantes y a quienes él seleccionaría entre personalidades que en cierto modo fuesen del agrado de Stalin. Después, a petición mía, Stalin recibió a Mikolajczyk y habló con él durante una hora y media en tono muy amistoso. Stalin prometió ayudarle, y Mikolajczyk, a su vez, prometió formar y presidir un Gobierno totalmente afecto a los rusos. Expuso su plan, pero Stalin hizo constar con claridad que los polacos de Lublin debían tener mayoría. Después de la cena en e! Kremlin, declaramos lisa y llanamente a Stalin que si Mikolajczyk na tenía en el Gobierno la mitad de los puestos, además del suyo propio como jefe del mismo, el mundo occidental no creería que la solución había: sido acordada de buena fe ni que el Gobierno polaco era un organismo, independiente. Stalin repuso primero que se contentaría con la fórmula «mitad y mitad», pero se apresuró a rectificar sus propias palabras indicando una cifra menos favorable. Entre tanto, Eden se ocupaba del mismo asunto con Küolotof, el cual parecía más comprensivo.
No creo que la composición del Gobierno resulte un obstáculo insuperable si todo lo demás se arregla. A propósito de los grandes criminales de guerra, U. J. («tío José», es decir, Sta.in) adoptó una actitud inesperadamente ultramoderada. A su entender no debe haber ejecuciones sin proceso previo, pues de lo contrario el mundo diría que teníamos miedo de juzgarles. Yo le expuse las -dificultades existentes en materia dé Derecho internacional, pero contestó que si no había procesos no debería haber sentencias de muerte, sino sólo de cadena perpetua.

Hablamos asimismo, con carácter extraoficial, de la futura partición de Alemania. U. J. quiere que Polonia Checoeslovaquia y Hungría formen un conglomerado de Estados independientes, antinacis y rusófilos. Los dos primeros podrían incluso fusionarse en uno solo. Contrariariamente a lo que había dicho en otra ocasión, le gustarría que Viena fuese la capital de una federación de Estados alemanes que comprendiese a Austria, Baviera, Wurttemberg y Badén. Como usted sabe, la idea de que Viena se convierta en la capital de una gran federación danubiana me ha atraído siempre, aunque preferiría añadir a Hungría, a lo cual U. J. se opone decididamente.
En cuanto a Prusia, U. J. querría que el Ruhr y el Sarre fuesen separados de la misma, neutralizados y probablemente sometidos a control internacional, y que se constituyese un Estado aparte en Renania. Desearía también que se procediese a la internacionalización del canal de Kiel. Yo no soy contrario a estas ideas, en líneas generales. De todos modos, puede usted estar seguro de que no llegamos a ninguna conclusión definitiva, en espera de la conferencia tripartita. Me satisfizo mucho oír decir a U. J. que usted había sugerido la posibilidad de una conferencia tripartita a fines de noviembre en un puerto del Mar Negro. Me parece una excelente idea y espero me informará usted oportunamente sobre el particular. Iré a cualquier sitio que ustedes dos quieran... En este momento nuestro avión vuela por encima de El Alamein, de bendita memoria. Mis más afectuosos saludos.»


En el punto culminante de la alianza

Al terminar aquella quincena de tan extraordinario interés, durante la cual nos habíamos encontrado más identificados con nuestros aliados soviéticos, de lo que lo habíamos estado nunca hasta entonces y de lo que habíamos de estarlo en lo sucesivo, escribí a Stalin:

«Edén y yo hemos regresado de la Unión Soviética confortados y satisfechos por las conversaciones que hemos celebrado con usted, mariscal Stalin, y con sus colegas. Esta memorable reunión de Moscú ha demostrado que no hay ningún problema que no pueda ser resuelto entre nosotros cuando los abordamos en el curso de unas deliberaciones francas y directas. La hospitalidad rusa, que es ya famosa, se superó a si misma con ocasión de nuestra visita. Tanto en Moscú como en Crimea, donde pasamos unas horas deliciosas, hubo toda clase de consideraciones para garantizar mi comodidad y la de mis acompañantes. Estoy sumamente agradecido a usted y a todos los que han intervenido en tales disposiciones. Espero que podamos reunimos otra vez a no tardar.»

La Vanguardia 26-11-1953


L'atac nord-americà de Doolittle contra el Japó va canviar el corrent de la Segona Guerra Mundial

Fa 80 anys: el Doolittle Raid va marcar el dia que sabíem que podríem guanyar la Segona Guerra Mundial. Com a patriòtic nord-americà, durant...