dimarts, 23 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill XXII


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL




Empieza la conferencia de Yalta

(Las sesiones plenarias de la conferencia de Yalta, en febrero de 1945, se celebraron en el palacio de Livadia, donde se alojaba el presidente Roosevelt. Stalin y sus consejeros estaban instalados en el palacio Yusupov, en tanto que los principales delegados británicos tenían su residencia en la Villa Vorontzov, a unos ocho kilómetros de allí.)

Los alemanes habían evacuado aquella región tan sólo diez meses antes, y los edificios circundantes habían sufrido graves daños. Se nos advirtió que la zona en cuestión no había sido aún despejada completamente de minas, excepto por lo que se refería a los terrenos de nuestra «villa», que. como de costumbre, estaba en todo momento custodiada por grandes contingentes de patrullas rusas.

Toda clase de comodidades
Más de un miliar de obreros habían estado trabajando allí antes de nuestra llegada. Se había procedido a la reparación de ventanas y puertas, y desde Moscú habían sido transportados los muebles y enseres necesarios. Nuestro alejamiento estaba situado en un marco grandioso. Detrás de la. «villa», de estilo entre gótico y morisco, se alzaban las montañas, cubiertas de nieve, que culminaban en el pico más alto de Crimea. Ante nosotros el Mar Negro extendía su sombría y austera superficie, aunque sus aguas, incluso en aquella época del año, eran cálidas y agradables.
Unos leones esculpidos en piedra blanca guardaban la entrada de la mansión, y detrás del patio había un parque magnífico, poblado de cipreses y una flora subtropical. En el comedor identifiqué dos cuadros, colgados a un lado y otro de la chimenea, como unos retratos de familia pertenecientes a los Herbert de Wilton.
Según me dijeron, el príncipe Vorontzov se había casado con una hija de aquella familia y al volver de Inglaterra se había llevado consigo los dos retratos. Nuestros anfitriones no regateaban esfuerzo alguno para garantizar nuestra comodidad y tenían en cuenta hasta la observación más inocua, que formulábamos.
En cierta ocasión, Portal después de admirar un gran acuario en el que crecían plantas de diversas clases, señaló que no contenía peces. Dos días más tarde ya estaba lleno de peces de colores. Otra vez aguien dijo incidentalmenté que en los cócteles no había cortezas de limón. Al día siguiente estaba plantado en el vestíbulo un limonero cargado de fruto. Y el caso es que todo aquello había sido necesario trasladarlo allí, desde muy lejos, en avión,


Consideraciones sobre estrategia

El 4 de febrero, a las tres de la tarde, o sea al día siguiente de nuestra llegada, Stalin fue a visitarme y sostuvimos una agradable conversación acerca de la guerra contra Alemania. El  se mostraba optimista. Nuestros enemigos andaban ya escasos de pan y de carbón; su sistema de transportes había sufrido daños.
Le pregunté qué harían los rusos si Hitler se trasladaba al Sur, por ejemplo a Dresde. «Le seguiríamos», repuso.
Continuó diciendo que el Oder ya no constituía un obstáculo, pues el Ejército rojo había establecido varias cabezas de puente sobre aquel río y los alemanes estaban utilizando para su defensa tropas del «Volksstürm», faltas de entrenamiento, mal mandadas e insuficientemente equipadas.
Confiaban en retirar sus mejores unidades del Vístula y emplearlas para defender el río, pero los blindados rusos las habían desbordado. En aquel momento sólo tenían una reserva móvil o estratégica de veinte o treinta divisiones de valor mediocre. Cuando pregunté a Stalin qué le parecía la ofensiva de Rundstedt contra los norteamericanos en los Ardenas, la calificó de maniobra estúpida, efectuada únicamente por razones de prestigio y que había perjudicado considerablemente a Alemania.
El organismo militar germano estaba enfermo y no era posible curarlo con tales métodos. Los generales de auténtica valía ya no existían.
Sólo quedaba Guderian, y éste era un aventurero. Si las divisiones alemanas copadas en la Prusia Oriental hubiesen sido retiradas a tiempo, habrían podido ser utilizadas para defender Berlín; pero los alemanes eran unos torpes.
Arribada de Churchill
Tenían aún once divisiones acorazadas en Budapest, pero no se daban cuenta de que Alemania ya no era una potencia mundial y no podía permitirse el lujo de mantener tropas donde quisiera. Acabarían por comprenderlo asi, pero entonces sería demasiado tarde. Yo le mostré mi sala de mapas, ya completamente montada por el capitán Pim, y después, de describirle nuestra situación en el Oeste, rogué al mariscal Alexander que le explicara lo que estaba ocurriendo en Italia,
El comentario de Stalin fue interesante. Consideraba poco prabable que los alemanes nos atacasen. ¿No podíamos dejar unas cuantas divisiones británicas en el frente y transferir el resto a Yugoeslavia y Hungría para orientarlas directamente sobre Viena? Allí podrían establecer contacto con el Ejército rojo y desbordar a las unidades alemanas que estaban al sur de los Alpes. Añadió que para ello necesitaríamos importantes efectivos.
No le costaba nada decir aquello a la sazón, pero yo no le dirigí ningún reproche. — El Ejército rojo — me limité a contestar — probablemente no nos daría tiempo para terminar la operación,



Reunión «en familia»
El Presidente, Stalin y yo nos reunimos a las cinco de la tarde para estudiar la situación militar, especialmente la ofensiva rusa en el frente oriental.
Se nos dio cuenta detallada del avance del Ejército rojo y sentamos las bases para las ulteriores deliberaciones de nuestros respectivos jefes de Estado Mayor. Yo dije que una de las cuestiones que convenía examinar era la de cuanto tiempo necesitaría el enemigo para trasladar ocho divisiones desde Italia al frente de batalla contra Rusia y qué contramedidas habríamos de tomar en tal caso.
Quizá deberíamos trasladar algunas divisiones del norte de Italia para reforzar a nuestras unidades atacantes en otros puntos. Otro problema importante era el de si habíamos de hacer algo para asestar un golpe en la parte alta del Adriático, cruzar el pasillo de Liubliana y establecer contacto con el flanco izquierda ruso. El ambiente de la reunión fue sumamente cordial.
El general Marshall nos hizo una brillante y concisa exposición de las operaciones anglonorteamericanas en el Oeste. Stalin dijo que la ofensiva rusa del mes de enero habia sido desencadenada en cumplimiento de un deber moral, sin relación alguna con las decisiones tomadas en Teherán, y preguntó acto seguido en qué forma podía seguir ayudándonos. Le contesté que aquel era, el momento, puesto que estaban reunidos los tres Estados Mayores, de revisar a fondo el problema de la coordinación de las operaciones militares interaliadas,

El futuro de Alemania
Arribada de Roosevelt
La primera sesión plenaria de la conferencia empezó el 5 de febrero, a las cuatro y cuarto de la tarde. Nos reunimos en el palacio de Livadia y tomamos asiento en torno a una mesa redonda. Contando los tres intérpretes, éramos veintitrés en total.
Con Stalin y Molotof estaban Vichinsky, Maisky, Gíusev (el embajador ruso en Londres) y Gromyko (embajador ruso en Washington), Pavlov actuaba de intérprete. La delegación norteamericana estaba presidida por Roosevelt y Stettinius, y figuraban en. ella el almirante Leahy, Byrnes, Harriman, Hopkíns, Matthews (director de Asuntos Europeos del  Departamento de Estado) y Bowen (delegado especial del Departamento de Estado), que desempeñaba también la función de intérprete.
Yo tenía a Eden junto a mi, y nuestra delegación la formaban sir Alexander Cadogan (entonce- subsecretario permanente de Asuntos Exteriores), sir Edward Bridges (secretario del Gabinete) y sir Archibald Clark Kerr, nuestro embajador en Moscú. El comandante Birse era nuestro intérprete, como lo había sido siempre desde mi primera reunión con Stalin en Moscú en 1942. Empezamos por discutir el futuro de Alemania. Naturalmente, yo había reflexionado ya sobre este problema y había dirigido la siguiente nota a Mr. Edén un mes antes:
Del primer ministro al secretario de Asuntos Exteriores.
«4 de enero de 1945 Es demasiado pronto para que podamos tomar decisiones acerca del vasto problema que constituye el trato que debe darse a Alemania después de la guerra. Desde luego, cuando haya cesado la resistencia organizada alemana, la primera fase será la de un riguroso control militar.
Este puede muy bien durar bastantes meses, o quizá un año o dos si el movimiento clandestino alemán se muestra activo. Nos queda por resolver las cuestiones prácticas de la partición de Alemania, el trato que debe aplicarse a las industrias del Ruhr y el Sarre, etc. De todo esto hablaremos probablemente en nuestra próxima reunión, pero dudo de que lleguemos entonces a ninguna conclusión definitiva. Nadie puede prever en el momento actual en qué estado se hallarán después de la guerra el continente europeo, las relaciones entre las grandes potencias y los sentimientos de sus pueblos respectivos. Estoy seguro de que los odios que Alemania ha suscitado en tantos países tendrán entonces su contrapartida.
Cada vez que he sondeado la opinión pública, he quedado impresionado al observar la honda emoción que provocaría una política encaminada a «levantar de nuevo a la pobre Alemania». Conozco también perfectamente los argumentos que ponen en guardia contra «la existencia de una comunidad emponzoñada en el corazón de Europa».  Considero que, habida cuenta de lo mucho que tenemos aún por hacer en este momento, no debemos plantear por anticipado estas enojosas discusiones y escisiones. Ya vendrán por sus pasos contados.
Dentro de poco tendremos un nuevo Parlamento, cuyas opiniones no podemos prever. Por mi parte, prefiero que concentremos nuestra atención en las cuestiones de orden práctico que será necesario resolver en los próximos dos o tres años, en vez de lanzarnos a discutir sobre las relaciones a largo plazo entre Alemania y Europa. Me acuerdo demasiado bien de la mala impresión que la vez pasada me causaron las brutales opiniones expresadas primero por los electores y luego, por la Cámara de los Comunes, como recuerdo asimismo que me indigné cuando Poincaré hizo entrar tropas francesas en el  Ruhr.
En pocos años, sin embargo; el estado de ánimo del Parlamento y del pueblo se transformó completamente.
Los Estados Unidos prestaron a Alemania muchos millones de dólares. Yo di mi conformidad, a la política de tolerancia respecto al país vencido hasta el tratado de Locarno y durante el resto del mando del , Gobierno Baldwin, política fundada en el hecho de que Alemania no tenía entonces fuerza para perjudicarnos. Pero después la situación varió rápidamente. Empezó la ascensión de Hitler. Y una más me encontré en absoluto desacuerdo con la opinión reinante.
Es un error tratar de explicar, en unas notas escritas apresuradamente, cuáles serán las vastas y complejas emociones de un mundo trémulo aún de indignación, ya sea inmediatamente después de terminada la lucha o bien cuando la inevitable templanza de la paz suceda al ardor de la contienda.
Estos amplios movimientos de opinión dominan el ánimo de la mayoría de las gentes, y los que sostienen puntos de vista independientes acaban por convertirse no sólo en elementos aislados, sino impotentes. En estos problemas de alcance mundial la orientación va surgiendo paso a paso. Es prudente, pues, reservarse las propias decisiones todo el tiempo que sea posible hasta que queden de manifiesto todos los hechos y todas las fuerzas que tendrán carácter efectivo en el momento oportuno. Quizá nuestras próximas conversaciones tripartitas arrojarán más luz sobie este problema.»

Arribada de Stalin

La desmembración y sus problemas
Stalin preguntó entonces cómo había de ser desmembrada Alemania. ¿Tendríamos un solo Gobierno, varios o simplemente una forma determinada de administración? Si Hitler capitulaba sin condiciones, ¿mantendríamos su Gobierno o nos negaríamos, a tratar con él? En Teherán el presidente Roosevelt había propuesto que Alemania fuese dividida en cinco partes.
Stalin se había mostrado de acuerdo con esta idea. Yo, por mi parte, había vacilado y me había declarado partidario de dividirla en dos, a saber: Prusia y Austria-Baviera, con el Ruhr y la Westfalia bajo control internacional. Había llegado el momento, dijo Stalin, de tomar una decisión concreta.
Yo dije que todos estábamos de acuerdo en que Alemania debía ser desmembrada, pero el sistema efectivo de llevarlo a cabo era demasiado complicado para que pudiera quedar establecido en cinco o seis días. Ello requeriría un estudio muy detallado de las realidades históricas, etnográficas y económicas, así como prolongadas deliberaciones de un Comité especial que examinaría las diferentes propuestas y dictaminaría sobre las mismas. Había mucho que estudiar.
¿Cuál sería la suerte futura de Prusia? ¿Qué territorios había que ceder a Polonia y a la U.R.S.S.? ¿Quién controlaría el valle del Rin y las grandes zonas industriales del Ruhr y el Sarre? Todos estos problemas exigían un profundo examen, y el Gobierno de Su Majestad quería estudiar detenidamente la actitud de sus dos grandes aliados. Había qué crear en seguida un organismo encargado de examinar estas cuestiones y debíamos contar con su informe antes de adoptar ninguna decisión definitiva. A continuación especulé con el futuro.
Si Hitler o Himmler se pusieran en contacto con nosotros y nos ofreciesen la rendición incondicional, era evidente que nuestra respuesta había de ser que no estábamos dispuestos a negociar con ninguno de los criminales de guerra. Si ellos eran las únicas personas que los alemanes estaban en condiciones de presentarnos como negociadores, tendríamos que continuar la guerra.
Más probable era que Hitler y sus compañeros muriesen o desapareciesen y que fuesen otros individuos los que ofreciesen la capitulación incondicional. Si ocurría tal cosa, las tres grandes potencias deberían consultarse inmediatamente entre sí y decidir si tales individuos eran dignos de que se tratase con ellos o no. Si lo eran, se les someterían las fórmulas de rendición previamente establecidas.
Si no, proseguiría la guerra y todo el país quedaría sometido a un riguroso Gobierno militar. Mr. Roosevelt sugirió que los ministros de Asuntos Exteriores presentasen un plan para estudiar el problema en el término de veinticuatro horas y un plan concreto de desmembración en el término de un mes. De momento el asunto quedó pendiente.


Para que el caballo tire del carro..,

Se discutieron otras cuestiones, pero no fueron resueltas. El Presidente preguntó si había que dar a los franceses una zona de ocupación en Alemania.

Acordamos que así se hiciera, asignándoles parte de las zonas británica y norteamericana, y que los ministros de Asuntos Exteriores estudiasen la forma en que dicha zona debía ser controlada. A petición de Stalin, M. Maisky expuso entonces un plan ruso para hacer que Alemania pagase reparaciones y para el desmantelamiento de sus industrias de material bélico.
Yo dije que la experiencia de la guerra anterior había sido muy decepcionante. No creía que fuese posible obtener de Alemania ni siquiera lo que M. Maisky había sugerido que pagase sólo a Rusia. También la Gran Bretaña había sufrido muchísimo. Infinidad de edificios habían sido destruidos.
Nos habíamos desprendido de muchas de nuestras inversiones en el extranjero y nos enfrentábamos con el problema de aumentar nuestras exportaciones hasta el punto necesario para pagar las importaciones de víveres que nos veríamos obligados a efectuar. Tenía mis dudas acerca de si tales cargas quedarían notablemente aligeradas con las reparaciones alemanas.
Otros países también habían sufrido y era preciso tener en cuenta esta circunstancia. ¿Qué ocurriría si Alemania quedaba reducida a una situación de pueblo hambriento? ¿Nos limitaríamos a señalar que se lo tenía bien merecido, sin hacer nada para remediarlo, o asumiríamos la obligación de alimentar a los alemanes? En este último caso, ¿quién sufragaría los gastos? Stalin dijo que estos problemas surgirían de todos modos, a lo cual repuse que si uno quiere que su caballo tire del carro tiene que darle forraje.
Finalmente acordamos que la propuesta rusa fuese examinada por una comisión especial que celebraría sus sesiones en Moscú con carácter secreto. Convinimos luego en reunimos de nuevo al día siguiente y abordar dos puntos que debían constituir el tema de nuestras discusiones subsiguientes: el plan de Dumbarton Oaks para la seguridad mundial y el problema de Polonia.

La Vanguardia  04-12-1953



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