diumenge, 28 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill XXVII

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL





Las misteriosas "negociaciones" de Berna
(En febrero de 1945 el general Kart Wolff, jefe de las.  S, S. en Italia, estableció contacto con el Servicio de información norteamericano en Suiza a través de intermediarios italianos.
El 5 de marzo el general alemán en persona se trasladó a Zurich, donde se le comunicó que no podía haber negociaciones, sino simplemente rendición incondicional.
Una semana más tarde los jefes de Estado Mayor británicos y norteamericanos en Italia llegaron de incógnito a Zurich para asistir a una segunda reunión exploratoria con Wolff)

Me di cuenta en seguida de que el Gobierno soviético podía recelar de una capitulación militar separada en el Sur, capitulación que permitiría a nuestros ejércitos avanzar, frente a una resistencia muy leve, hasta Viena y más allá, o bien en dirección al Elba o Berlín.
Además como todos nuestros frentes en torno a Alemania formaban parte de la guerra conjunta de los aliados, los rusos se verían afectados, naturalmente, por cualquier cosa que ocurriese en uno de tales frentes de lucha.
Si se establecían contactos, oficiales u oficiosos, con el enemigo, era preciso informar a los rusos en tiempo útil. Esta norma fué seguida escrupulosamente.

Airada reacción soviética
En ningún momento se intentó ocultar nada a los rusos.
Los representantes aliados en Suiza incluso estudiaron el sistema de introducir clandestinamente en aquel país a un oficial soviético para que se uniese a ellos si el Gobierno de Moscú quería enviar alguno. En consecuencia el 21 de marzo Mr. Eden ordenó a nuestro embajador en Moscú que informase al Gobierno soviético de lo que ocurría. Así lo hizo.
Al día siguiente Molotof le entregó una respuesta escrita en la que figuraban las siguientes expresiones:

«En Berna, desde hace dos semanas a espaldas de la Unión Soviética, que está soportando el peso principal de la guerra contra Alemania, se han venido celebrando negociaciones entre los representantes del mando militar alemán por un lado y representantes de los mandos inglés y norteamericano por otro.»
Sir Archibald Clark Kerr (el embajador británico) explicó, naturalmente, que los Soviets habían interpretado mal lo sucedido y que. aquellas «negociaciones» no eran otra cosa que un sondeo destinado a comprobar las credenciales y los poderes que tenia el general Wolff. El comentario de Molotof fue áspero e insultante.
«En la presente coyuntura — escribió — el Gobierno soviético no ve una mala interpretación, sino algo peor.» 

Eisenhower, indignado

Ante tan sorprendente acusación, consideré, que era preferible el silencio a contestar con una injuria. Al mismo tiempo fue preciso advertir a nuestros comandantes militares del frente occidental.
Mostré, pues, la insultante carta de Molotof tanto a Montgomery como a Eisenhower, con quienes en aquel entonces estaba presenciando la operación de crucé del Rin por las fuerzas anglo norteamericanas. E
l general Eisenhower mostrose vivamente indignado por lo que calificó de acusación sin fundamento alguno contra nuestra buena fe. Dijo que él, en su calidad de comandante militar, aceptaría la rendición incondicional de cualesquier unidades de tropas enemigas en su frente, desde una compañía hasta todo un ejército que consideraba aquello como un asunto puramente militar y que él tenia plena autoridad para aceptar tal rendición sin pedir opinión a nadie. No obstante, si surgían cuestiones de orden político, consultaría inmediatamente a los Gobiernos.

Temía que si se dejaba intervenir a los rusos en lo relativo a la capitulación de las fuerzas de Kesselring, lo que él podría resolver en una hora acaso se prolongaría por espacio de tres o cuatro semanas, con elevadas pérdidas para nuestras tropas. Hizo constar que exigiría que todas las fuerzas situadas bajo el mando. del oficial que llevase a cabo la rendición depusiesen las armas y permaneciesen en sus puestos en espera de nuevas órdenes, a fin de que no hubiese posibilidad de que fueran trasladadas al otro lado de Alemania para hacer frente a los rusos.
Al mismo tiempo él avanzaría con sus unidades hacia el este lo más rápidamente posible a través del sector objeto de la rendición. Yo, por mi parte, consideraba que había que dejar aquellas cuestiones enteramente a su discreción y que los Gobiernos sólo debían intervenir si se planteaban problemas de carácter político. No veía por qué habíamos de rasgarnos las vestiduras si a consecuencia de una rendición en masa en el Oeste llegábamos al Elba, o más allá, antes que Stalin.
Jock Colville, mi secretario particular, me recuerda que aquella noche dije: «No tengo ningunas ganas de estudiar la desmembración de Alemania; hasta que se hayan disipado mis dudas respecto a las intenciones de Rusia.»

La conveniencia, el derecho y la cortesía
El 25 de marzo dirigí la siguiente nota a Eden: «Tras piadosa reflexión, estoy convencido de que no hemos dé contestar a la injuriosa carta de Molotof. Supongo que ya ha enviado usted copia de la misma al Departamento de Estado, señalando, sin el menor ánimo de queja, que fueron ellos concretamente quienes no quisieron que los rusos se trasladasen a Suiza e indicaron que Alexander debía resolver el asunto sobre una base puramente militar.
Estoy seguro de que lo que corresponde ahora es solidarizarnos totalmente con los Estados Unidos, lo  cual no entrañará ninguna dificultad, y entre tanto dejar que Molotof y su amo aguarden.» Y el mismo día, unas horas más tarde:
«...Hemos de preguntar a los Estados Unidos cuál es su postara y si están conformes en que el Presidente y yo cursemos un telegrama a Stalin, y por otra parte si creen, como usted dice, que dicho telegrama ha de referirse también a otros asuntos, por ejemplo, el acceso a Polonia de representantes nuestros, el trato que debe darse a nuestros prisioneros, las imputaciones contra nuestra buena fe en el asunto de Berna, la cuestión de Rumania, etc.
La negativa de Molotof a ir a San Francisco es sin duda una expresión del descontento soviético... Si se entablan negociaciones militares en este frente (el de Eisenhower), que no es un frente secundario como el de Italia, no será posible mantener separados entre si los aspectos militar y político.
A mi entender los rusos deben estar en antecedentes desde el principio y nosotros hemos de seguir adelante de acuerdo con nuestra obligación, nuestra evidente conveniencia y nuestro claro derecho...»

Lenguaje poco diplomático
El 5 de abril recibí del Presidente el asombroso texto de los telegramas que se habían cruzado entre él y Stalin. Helos aquí:  Del mariscal Stalin al presidente Roosevelt.
«3 de abril de 1943 He recibido su telegrama relativo a las negociaciones de Berna. Tiene usted toda la razón ai decir que, con referencia al asunto de las negociaciones del mando anglo norteamericano con el mando alemán en Berna o en algunos otros puntos, «se ha creado una atmósfera de temor y desconfianza que es muy de lamentar».
Insiste usted en que aún no ha habido negociaciones. Cabe suponer que aún no ha sido usted plenamente informado.
En cuanto a mis colegas militares, no tienen la menor duda, fundándose en los datos de que disponen, de que se han celebrado negociaciones y que han terminado en un acuerdo con los alemanes en virtud del cual el comandante alemán del frente occidental, mariscal Kesselring, ha convenido en abrir el frente y permitir a las tropas anglo norteamericanas avanzar hacia el Este, y los anglo norteamericanos han prometido, en cambio, suavizar las condiciones de paz que impondrán a los alemanes.
Creo que mis colegas están muy cerca de la verdad. De no ser así, no tendría explicación el hecho de que los anglo norteamericanos se negasen a admitir en Berna la presencia de representantes del mando soviético coa objeto de participar en las negociaciones con los alemanes.
Tampoco puedo comprender el silencio de los ingleses, que han permitido que usted sostenga correspondencia conmigo a propósito de este desagradable asunto mientras ellos permanecen callados, aun cuando se sabe que la iniciativa de todo lo relativo a las negociaciones de Berna es de los ingleses. 
Comprendo que existen ciertas ventajas para las tropas anglo norteamericanas como consecuencia de estas negociaciones separadas en Berna o en algún otro lugar, pues las tropas anglo norteamericanas podrán avanzar hasta el corazón de Alemania casi sin resistencia por parte de los alemanes; pero ¿qué necesidad había de ocultar  esto a los rusos, y por qué los aliados de ustedes, los rusos, no fueron informados? Como resultado de esto, en el momento actual los alemanes que guarnecen el frente occidental han dejado prácticamente de batirse contra Inglaterra y los Estados Unidos. Al mismo tiempo, los alemanes prosiguen, la guerra contra Rusia, la aliada de Inglaterra y de los Estados Unidos...»

Está acusación irritó profundamente al Presidente. Su estado de salud no le permitía redactar por sí mismo la respuesta.
El general Marshall con el beneplácito de Mr. Roosevelt preparó la siguiente contestación, que ciertamente no carecía de vigor: Del presidente Roosevelt al mariscal Stalin. 
«5 de abril de 1945. He leído con asombro su telegrama del 3 de abril... En mis telegramas anteriores relativos a las tentativas efectuadas en Berna para organizar una conferencia con objeto de tratar de la rendición del Ejército alemán en Italia, dije a usted que:
Primero. No se estaban celebrando negociaciones en Berna.
Segundo. Que la reunión no tenía carácter político alguno.
Tercero. Que en caso de capitulación del Ejército enemigo en Italia no sería violado el principio de rendición incondicional convenido entre nosotros.
Cuarto. Que los oficiales soviéticos serían bien acogidos en cualquier reunión que fuese posible organizar con objeto de tratar de la rendición.
En interés de nuestro esfuerzo bélico común contra Alemania, esfuerzo que hoy permite esperar una victoria próxima mediante la desintegración de los ejércitos alemanes, debo continuar suponiendo que tiene usted en mi lealtad y en mi honradez la misma absoluta confianza que yo he tenido siempre en las de usted... Convencido como estoy de que cree usted en mi integridad personal y en mi determinación de lograr, de acuerdo con usted, una rendición incondicional de los nazis, me asombra que al parecer el Gobierno soviético imagine que he concertado un- acuerdo con el enemigo sin haber obtenido antes la plena conformidad de usted.
Para terminar, quiero dejar bien sentado lo siguiente: Sería una de las tragedias más grandes de la Historia el que, en él preciso momento en que la victoria se halla al alcance de nuestra mano, semejante desconfianza comprometiese toda la obra realizada a costa de pérdidas colosales de vidas, material y riquezas.
Francamente, no puedo menos de sentir un amargo resentimiento hacia las personas que han informado a usted, sean quienes fueren, y que han deformado de un modo tan abominable mis actos o los de mis leales subordinados.» .
Me impresionó hondamente este último párrafo, que hago imprimir en cursiva. Tuve la impresión de que, aun cuando Mr. Roosevelt no había redactado el telegrama en su totalidad, sin duda había añadido él este toque final. Parecía una suma de todo lo anterior y evocaba la imagen del prcpio Roosevelt encolerizado.

«El silencio de los ingleses»
(Mr. Churchill se adhirió plenamente a la respuesta del Presidente y escribió a Stalin una carta, de la cual se transcriben a continuación algunos párrafos):
«El único y exclusivo asunto de que se trató o a que se hizo referencia en Suiza fue la verificación de las credenciales del emisario alemán y la organización de una posible entrevista de un delegado de Kesselring con e¡ mariscal Alexander en el cuartel general de éste o en algún otro punto del norte de Italia.

En Suiza no hubo negociaciones ni siquiera con vistas a una capitulación militar del ejército de Kesselring. Aún nos pasó menos por la imaginación fraguar un complot político-militar como pretende afirmar el telegrama de usted al Presidente. Muestras intenciones no tienen, como se insinúa, un carácter tan deshonroso. Los representantes de usted fueron inmediatamente invitados a la reunión que tratábamos de concertar en Italia.
Karl Wolff

Si ésta se hubiese celebrado y los representantes de usted hubiesen acudido, habrían podido escuchar todas las palabras que allí se pronunciaran. Consideramos que el mariscal Alexander tiene perfecto derecho a aceptar la rendición de las veinticinco divisiones alemanas que se hallan en su frente de Italia y discutir un asunto de esta clase con enviados alemanes que tengan poderes para establecer los términos de la capitulación.
A pesar de ello, tuvimos especial cuidado  en invitar a los representantes de usted a aquella discusión puramente militar en el cuartel general de Alexander para el caso de que se hubiese producido.
Lo cierto es que los contactos establecidos en Suiza no dieron ningún resultado. Nuestros oficiales regresaron de Suiza sin haber logrado concertar una entrevista en Italia a la cual concurriesen los emisarios de Kesselring.
El Gobierno soviético ha sido informado plenamente de todo esto, en sus diversas fases, por el mariscal Alexander o por sir Archibald klark Kerr, así como por conducto norteamericano... Si la intención de los alemanes era sembrar la desconfianza entre nosotros, es preciso reconocer que de momento lo han logrado.» 

Después de citar algunas de las frases más injuriosas de la carta de Molotof, continuaba: «En interés de las relajones anglo rrusas, el Gobierno de Su Majestad decidió, en vez de responder a esa acusación tan sumamente hiriente e infundada, hacer caso omiso de ella. De ahí lo que usted denomina, en su telegrama al Presidente, «el silencio de los ingleses».
Consideramos preferible permanecer callados a contestar a una comunicación  como la que fue enviada por, M. Molotof, pero puede usted tener la seguridad de que la misma nos sorprendió vivamente y que nos sentimos afrentados por el hecho de que M. Molotof nos imputara semejante conducta.
Esto, sin embargo, no afectó en modo alguno a nuestras instrucciones al mariscal Alexander de que mantuviera a ustedes plenamente informados. Tampoco es verdad que la iniciativa de este asunto partiera, como afirma usted en su telegrama al Presidente, enteramente de los ingleses. En realidad la información que recibió el mariscal Alexander de que el general alemán Wolff deseaba establecer contactos en Suiza le fue facilitada por una agencia norteamericana...»

«Sin ánimo de ofender a nadie...»
El 7 de abril respondió Stalin a los reproches del Presidente. «...El problema a que se refería mi telegrama del 3 de abril nada tenía que ver con la integridad ni con la buena fe. Yo no he dudado nunca de la integridad y la buena fe de usted ni de las de Mr. Churchill. Lo que quiero decir es que en el curso de nuestra correspondencia ha quedado de manifiesto que nuestros puntos de vista difieren en cuanto a lo que es admisible y lo que es inadmisible en las relaciones entre aliados.

Nosotros, los rusos, creemos que, dada la situación actual en los frentes de combate, cuando el enemigo se halla abocado a una rendición inevitable, si los representantes de cualquiera de los aliados se entrevistan con los alemanes para tratar de una rendición, hay que conceder a los representantes de otro aliado la posibilidad de tomar parte en dicha reunión.
En todo caso, esto se convierte en absolutamente esencial si el aliado en cuestión reclama tal participación. Los norteamericanos y los ingleses, empero, opinan de modo distinto y consideran que el punto de vista ruso es erróneo...»
Me mandó a mí copia de este telegrama, junto con el siguiente mensaje personal: «... Ni yo ni Molotof hemos tenido intención de denigrar a nadie. No se .tata de eso, sino de la divergencia de nuestros puntos de vista en lo que se refiere a los derechos y las obligaciones de un aliado. Verá usted por mi telegrama al Presidente que el punto de vista correcto en este asunto es el ruso, ya que garantiza los derechos de cada uno de los aliados y priva al enemigo de toda posibilidad de sembrar la discordia entre ' nosotros. Mis mensajes son personales y rigurosamente confidenciales. Gracias a esto puedo expresar mis opiniones con claridad y franqueza.
Tal es la ventaja de las comunicaciones confidenciales. No obstante, si ustedes han de considerar toda franca declaración por mi parte como injuriosa, este género de correspondencia resultará erizado de dificultades. Puedo asegurar a usted que no tuve ni tengo intención alguna de ofender a nadie.»
Transmití este telegrama, a Roosevelt, añadiendo el comentario siguiente:
«Tengo la impresión de que esto es sobre poco más o menos lo mejor que podemos esperar de ellos, y desde luego, es lo máximo que son capaces de decir con aire de disculpa...»


La Vanguardia  10-12-1953



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