dilluns, 22 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill XXI

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL




En busca del «vellocino de oro» (El autor expone aquí los preliminares de la conferencia Que celebró con el presidente Roosevelt y Stalin en Yalta (Crimea), junto al Mar Negro. Recordando el legendario viaje que los Argonautas hicieron al Mar Negro en busco del Vellocino de Oro, el primer ministro británico propuso dar a aquella reunión el nombre convencional de «Argonauta».)
El 30 de diciembre de 1944, Mr. Roosevelt cablegrafió que saldría de los Estados Unidos en cuanto le fuese posible después de su nueva toma de posesión de la Presidencia y se trasladaría a Italia a bordo de un buque de guerra y de allí en avión hasta Yalta.
Contesté en seguida diciendo que yo, por mi parte, tenía intención de ir directamente a Crimea por vía aérea desde Caserta (cerca de Napoles). No obstante, los médicos del Presidente no consideraban prudente que éste volase a grandes altitudes sobre las montañas que se hallan en la ruta aérea de Italia a Yalta. El almirante Hewitt recomendó, en vista de ello, que hiciese el viaje por mar hasta Malta y desde allí en avión hasta el punto final de destino. Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
«1 de enero de 1945 Me parece de perlas que vaya usted a Malta. Le esperaré en el muelle. Todo se puede arreglar a conveniencia suya,» Del presidente Roosevelt al primer ministro británico.
«2 de enero de 1945 Pensamos llegar a Malta por vía marítima el 2 de febrero, a primera hora de la mañana, y continuar acto seguido el viaje en avión. Me complacerá mucho encontrarle en el muelle. Considero excelente su idea sobre la denominación de «Argonauta». Usted y yo somos descendientes directos de aquellos expedicionarios.»

Propuesta de reunión previa, en Malta
Eisenhower-Marshall
Lord Halifax informó desde Washington que había visto al Presidente el día anterior y que «su aspecto no le había parecido demasiado bueno». Mr. Roosevelt, sin embargo, le dijo que se sentía muy bien y que le encantaba la perspectiva de nuestra reunión.
Dijo que creía que nuestra acción en Grecia había sido de un valor inmenso y que lamentaba mucho no poder hacer escala en Inglaterra en el curso del viaje. Estaba, preocupado por los ataques de los aviones suicidas japoneses en el Pacífico, que entrañaban la pérdida constante de cuarenta o cincuenta aparatos norteamericanos por cada aparato nipón. No se mostraba, muy esperanzado respecto a un próximo final de la guerra. Esta observación y otras consideraciones diversas me indujeron a tratar de organizar una reunión de los jefes de Estado Mayor interaliados, a la que él y yo podríamos asistir antes de nuestra reunión con Stalin. Le envié, por lo tanto, el siguiente telegrama:
Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
«5 de enero de 1945 ¿No podría usted pasar dos o tres noches en Malta y permitir que los jefes de Estado Mayor celebrasen entre sí una conferencia sin ostentación alguna? Podrían acudir también allí Eisenhower y Alexander. Estimamos de suma importancia, que se celebren algunas conversaciones sobre asuntos que no afectan a los rusos — el • Japón, por ejemplo—, así como sobre la futura utilización de nuestros ejércitos de Italia. Bastará con que diga usted una palabra para que nosotros nos ocupemos de prepararlo todo. Deploramos vivamente que no se acerque usted a nuestras costas en el curso de este viaje.
Sentiríamos mucho y causaría aquí mala impresión que visitase usted Francia antes de venir a Inglaterra. Ello sería considerado como una desatención para con su aliado más directo. No obstante, por lo que me dicen, supongo que sólo irá usted al Mediterráneo y al Mar Negro, en cuyo caso será una mera repetición del viaje a Teherán...»

Solución de compromiso
Henry A. Arnold
De momento, el Presidente no consideró viable nuestra conferencia preliminar en Malta. Dijo que si el tiempo era favorable, podría llegar allí el 2 de febrero y continuaría el viaje aquel mismo día en avión con objeto de respetar la fecha fijada con Stalin, A pesar de todo, yo insistí en mi proposición. Seguían pesando en mi ánimo las inquietudes que ya había expresado acerca de nuestras operaciones en el noroeste de Europa.
Era muy necesario que los jefes británicos y norteamericanos de Estado Mayor se reuniesen antes de trasladarnos a Yalta, y yo esperaba que podrían llegar a Malta dos o tres días antes que nosotros y empezar a discutir los problemas militares. Si el curso de la contienda lo permitía, el Presidente podía invitar a Eisenhower. Por mi parte yo quería que fuese también Alexander.
Parecía estar de acuerdo con esta idea de una conferencia preliminar de los técnicos militares que hubiese una reunión similar de los ministros de Asuntos Exteriores. No sabía si el Presidente llevaría consigo a Stettinius, recién designado, ni si Molotof querría ir, pero a mí me atraía el proyecto de una conferencia entre Eden, Stettinius y Molotof en Alejandría o junto a las Pirámides aproximadamente una semana antes de que el Presidente y yo llegásemos a Yalta. Telegrafié, pues, de nuevo a Roosevelt el 8 de enero. Tras formular esta proposición, añadía:
«Sigo considerando de suma importancia Que nuestros técnicos militares se reúnan durante unos días antes de que lleguemos a Yalta. Tendrán, sin duda alguna, muchas ocasiones de deliberar entre sí en Sebastopol los días en que nosotros estemos discutiendo asuntos políticos y no necesitemos asesoraramiento técnico, De todos modos, hay una infinidad de problemas que deberían ser examinados de antemano y convendría especialmente que estudiásemos nuestro orden del día.
¿Qué idea tiene usted acerca de la duración de nuestra estancia en Yalta? Es muy posible que esa conferencia tenga consecuencias de gran alcance, sobre todo en esta época en que existen tan profundas divisiones entre las grandes potencias aliadas y en que la sombra de la guerra se alarga ante nosotros. En el momento presente creo que el final de esta guerra puede ser aún más decepcionante que el de la contienda anterior.»
El Presidente contestó que había dado instrucciones a Marshall, King y Arnold (los tres jefes norteamericanos de Estado Mayor) para que llegasen a Malta, con sus ayudantes, en tiempo útil para celebrar una conferencia con los jefes de Estado Mayor británicos el 30 de enero, por la mañana.
En cambio, dijo, no podía destacar a Stettinius para tomar parte en una reunión preliminar  de los ministros de Asuntos Exteriores. El haría el viaje por mar, y no convenía que su secretario de Estado se ausentase del país al mismo tiempo durante tan largo período.
Pero se reuniría con nosotros en Malta y luego nos acompañaría a la conferencia tripartita.  «A mi entender — concluía—, la duración de nuestra estancia en Yalta no ha de ser superior a cinco o seis días: Deseo vivamente respetar, en la medida de lo posible, la fecha que hemos fijado a «tío José»(Stalin).
Molotof y Stalin
Pocos días para organizar el mundo
Mejor era esto que nada, pero yo temía que nos faltaría tiempo y, por consiguiente, insistí.
Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
«10 de enero de 1945 Muchas gracias por haber accedido a la reunión preliminar de los jefes del Estado Mayor conjunto. Eden me ha rogado con especial interés que sugiriese que Stettinius podría llegar cuarenta y ocho horas antes a Malta con los jefes norteamericanos de Estado Mayor a fin de que él (Eden) tuviese ocasión de estudiar de antemano él orden del día con su colega, Aun que no se invitase a Molotof, estoy seguro de que eso resultaría muy util No veo otro medio de poner en práctica nuestras esperanzas de organizar el mundo en cinco o seis días. Incluso el Todopoderoso tardó siete. Ruego perdone mi terquedad.
Pero el Presidente contestó que en Washington había demasiado trabajo para que Mister Stettinius llegase a Malta antes del 31 de enero. Prometió, no obstante, enviar a Harry Hopkins a Inglaterra con objeto de tratar diversos asuntos con Eden y conmigo. El 21 de enero Hopkins se trasladó a Londres a bordo de «La Vaca Sagrada» (el avión  personal del Presidente) para estudiar algunos de los asuntos que habríamos de discutír en la conferencia tripartita, así como para examinar las diferencias que habían surgido entre nosotros e! mes anterior a propósito de Grecia, Polonia e Italia. Durante tres días celebramos conversaciones en un tono de absoluta franqueza. Hopkins señala que yo me mostré «volcánico» en mis observaciones, pero que su visita fue «muy satisfactoria».
Según él mismo afirma; le dije que a juzgar por las noticias que yo tenía acerca de Yalta, no habríamos podido encontrar peor sitio para una conferencia. aunque lo hubiésemos estado buscando durante diez años. De todos modos, los consejeros del Presidente también experimentaban una cierta inquietud, pues el día de mi salida recibí el siguiente telegrama
Del presidente Roosevelt al primer ministro británico:
«29 de enero de 1945 
  La preparación de «Argonauta» está resultando mucho mas difícil de lo que parecía al principio. Tendré que encargar al grupo que me ha precedido que estudie la forma en que será conveniente que prosiga yo el viaje desde Malta. Estoy de acuerdo en cuanto a la necesidad de informar a «Tio José»(Stalin) asi que hayamos determinado nuestro programa a la luz de lo que ahora sabemos»
En aquellos mun entos Mr. Roosevelt estaba ya en alta mar y poco cabia ya hacer a propósito de sus indicaciones, pero sus presentimientos no habían de tardar en quedar justificados. 

Acuerdo sobre los problemas militaresEl 29 de enero salí de Northolt a bordo del «Skymaster» que el general Arnold había puesto a mi disposición. Iba acompañado de mi hija Sara, mis secretarios particulares Mr. Martin y Mister Rowan, así como el capitán de fragata Thompson.
El resto de mi personal auxiliar y algunos funcionarios ministeriales viajaban en otros dos aviones. Llegamos a Malta el 30 de enero, poco antes del amanecer, y allí me enteré de que uno de aquellos dos aparatos se había estrellado cerca de Pantelaria. Los únicos supervivientes fueron tres miembros de la tripulación y dos pasajeros. Así son los extraños senderos del destino.
En el curso del viaje tuve un acceso de fiebre, y por orden de lord Moran, mi .médico, permanecí en cama a bordo del avión hasta el mediodía. Luego fui a instalarme en el navio «Orion», donde descansé todo el día. Al anochecer me sentí mejor y cené con el gobernador de Malta y Mr, Harriman, 
Edward P. King

El 2 de febrero porla mañana, entró en el puerto de la Valeta el crucero norteamericano «Quiney», en el cual habían viajado el Presidente y su séquito. El dia  era caluroso y el cie!o estaba despajado.
Contemplé la escena desde la cubierta del «Orion» Cuando el crucero norteamericano paso lentamente cerca de nosotros para ir a atracar junto al muelle, vi al Presidente sentado en el puente de mando y nos saludamos con la mano.
Con la escolta de <<Spitfires» volando por encima de nosotros las salvas de bienvenida y las bandas de los buques anclados el el puerto interpretando «La bandera estrellada», el espectacula era en verdad magnifico. Yo me sentía suficientemente bien para almorzar a bordo del  «Quiney»,  por lo cual a las seis de la tarde celebramos nuestra primera reunión oficial en el camarote de Presidente.
Allí estudiamos el informe de los jefes de Estado Mayor interaliados. así como el resultado de las deliberaciones militares que habían tenido efecto en Malta durante los tres días precedentes.
Nuestros Estados Mayores habían hecho un trabajo notabilísimo. Sus discusiones se habían centrado especialmente en torno a los planes de Eisenhower para llevar sus fuerzas hasta el Rin y cruzar el famoso río. Eran manifiestas, empero, las divergencias de opinión sobre este particular.
Como es natural, aprovechamos la ocasión para examinar el conjunio de la situación militar, de modo especial la lucha antisubmarina las futuras campañas en el sudeste de Asia y en e! Pacifico asi como la situación en el Mediterráneo.
Nos avinimos de mala gana a retirar dos divisiones de Grecia en cuanto su presencia no fuese indispensable allí, pero yo concreté que no debería obligársenos a hacer esto hasta que el Gobierno griego hubiese constituido sus propias fuerzas armadas. Había, que retirar también tres divisiones de Italia para reforzar el noroeste de Europa, pero yo puse de relieve que no sería prudente retirar grandes, contingentes de fuerzas anfibias.
Era de gran importancia estar a punto para el caso de que se produjera una capitulación alemana, en Italia, y dije al Presidente que debíamos ocupar toda la parte de Austria que fuese posible, ya que «no era deseable que los rusos ocupasen más territorios de la Europa occidental de lo que fuese necesario». En general, nos pusimos de acuerdo sobre todo lo referente a cuestiones militares, Aquellas deliberaciones fueron de gran utilidad porque permitieron a los jefes de Estado Mayor occidentales  conocer sus respectivos puntos de vista antes de iniciar las conversaciones con sus colegas rusos. Cenamos todos juntos a bordo del «Quincy» con objeto de estudiar con carácter extraoficial, lo que Mr. Edén y Mr. Stettinius habían hablado en el curso de los días anteriores sobre las cuestiones políticas que debían ser planteadas en Yalta.


La etapa final, hasta Yalta.
Aeropuerto cercano a Yalta

Aquella misma noche empezó el éxodo. Los aviones de pasajeros despegaban a intervalos de diez minutos para transportar a las setecientas personas que formaban las delegaciones británica y norteamericana a través de los 2.250 kilómetros que separaban Malta del aeródromo de Saki en Crimea.
Yo subí, a mi aparato después de cenar y me acosté. Tras un largo vuelo, con un frío notable, aterrizamos en el aeródromo, que estaba cubierto de una gruesa capa de nieve. El avión del Presidente salió después del mío, por lo cual esperamos a que llegara. Cuando vimos descender a Mr. Roosevelt de «La Vaca Sagrada», nos dio la impresión de un hombre enfermo, acabado.
Juntos pasamos revista a la guardia, que rendía honores. El Presidente iba sentado en un automóvil, descubierto y yo caminaba al lado del vehículo. Después entramos en una gran tienda de campaña para tomar un frugal refrigerio con Molotof y los miembros de la delegación rusa que habían acudido a recibirnos. Al poco rato salimos en coche para recorrer el largo trayecto comprendido entre Saki y Yalta. Lord Moran y Mr. Martin iban en el mismo automóvil que yo.
Habíamos tomado la precaución de llevarnos unos bocadillos, pero cuando acabábamos de comérnoslos llegamos frente a una casa en la que se nos dijo que Molotof nos esperaba y donde fuimos invitados a sentarnos ante una mesa en la que habían servido un espléndido almuerzo para diez personas. Al parecer el Presidente y sus acompañantes no habían sido advertidos de aquel, festejo y pasaron de largo sin detenerse. Molotof estaba solo con dos de sus funcionarios.
Se hallaba de un humor excelente y nos ofreció todas las exquisiteces, de la mesa rusa. Nosotros hicimos cuanto nos fue posible para disimular el hecho de que ya habíamos saciado nuestro apetito. Invertimos en el viaje cerca de ocho horas. Encontrábamos con frecuencia destacamentos de tropas rusas, algunos de ellos formados por mujeres. Los soldados cubrían, la carrera, en tupida alineación, en las calles de los pueblos, en los puentes y en los collados. En otras partes aparecían espaciados. Al pasar a la vertiente opuesta de las montañas y descender hacia el Mar Negra, nos hallamos de pronto sumidos en un clima delicioso, bajo un sol hermoso y claro.

La Vanguardia 03-12-1953


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