divendres, 19 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (XVIII)

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


Guerra civil en Grecia

(A principios de octubre de 1944 las tropas británicas entraron en el sur de Grecia y ocuparon Atenas a mediados de aquel mes. Hasta noviembre, empero, no cruzaron la frontera septentrional las últimas fuerzas alemanas en retirada. Según lo convenido en el acuerdo de Caserta, firmado en septiembre, todas las unidades griegas de, guerrilleros habían de quedar sometidas a la autoridad del Gobierno de coalición presidido por Papandreu, el cual las puso bajo el mando del general británico Scobie. El E.L.A.S., o sea el «Ejército popular nacional de liberación», dominado por los comunistas, no respetó aquel acuerdo, a pesar de que el E.A.M., o «Frente de liberación nacional», que era su sección política, estaba representado en el Gobierno.)
Era inminente una revuelta por parte del E.A.M. El 15 de noviembre el general Scobie recibió orden de adoptar las contramedidas oportunas. Atenas había de ser declarada zona militar, y se dieron plenos poderes a Scobie para ordenar a todas las tropas del E.L.A.S. que la abandonaran.
La 4.a División india fue enviada desde Italia a Salónica, Atenas y Patras. Llegó también de Italia la brigada griega, cuya presencia originó una controversia entre Papandreu y sus colegas del E.A.M.

Intentos estériles
La única posibilidad de evitar la guerra civil consistía en desarmar a los guerrilleros y a las demás fuerzas mediante un acuerdo mutuo y crear un nuevo Ejército nacional y unas fuerzas de policía bajo el control directo del Gobierno de Atenas.
Se hizo lo necesario para constituir y equipar unos batallones de la Guardia Nacional, cada uno de ellos formado por quinientos hombres. Fueron organizadas hasta treinta de estas unidades, que resultaron muy útiles en la tarea de reducir a los grupos de paisanos hostiles armados y guarnecer las zonas despejadas por nuestras tropas. Fue sometido al desorientado Gabinete un proyecto de decreto que disponía la desmovilización de los guerrilleros, redactado a petición de M. Papandreu por los propios ministros del E.A.M. Quedaban exceptuados de aquella medida el denominado «Escuadrón sagrado» y la Brigada regular griega de montaña.

El E.L.A.S. seguiría -teniendo una brigada propia, y el E.D.E.S. (guerrilleros nacionalistas) dispondría de otra unidad poco importante. Pero en el último momento los ministros del E.A.M. volvieron de su acuerdo, después de haber perdido una semana discutiendo, y exigieron que la Brigada de montaña fuese disuelta. La táctica comunista estaba ya batiendo su pleno.
El 1 de diciembre dimitieron los seis ministros afiliados al E.A.M. y al día. siguiente se declaró una huelga general en Atenas. El resto del Gabinete promulgó un decreto disolviendo las unidades de guerrilleros, en tanto el Partido Comunista retiraba de la capital su puesto de mando. El general Scobie lanzó, una proclama al pueblo de Grecia en la que declaraba que él apoyaba firmemente al Gobierno constitucional existente «hasta que sea posible establecer el Estado griego con fuerzas armadas legales y se puedan celebrar elecciones libres». Yo publiqué una declaración personal análoga desde Londres.

Ordenes draconianas
El domingo 3 de diciembre, nutridos contingentes de elementos comunistas que celebraban una manifestación prohibida por las autoridades entraron en colisión con la policía. Así estalló la guerra civil. Al día siguiente el general Scobie ordenó al E.L.A.S. que evacuase Atenas y El Pireo inmediatamente.
En vez de atender esta indicación concreta, sus tropas, apoyadas por paisanos armados, trataron de apoderarse de la capital por la fuerza. En aquel momento yo asumí un control más directo del asunto. Al enterarme de que los comunistas se habían adueñado ya de todos los puestos de policía de Atenas, asesinando a la mayoría de sus ocupantes que no se habían puesto a su lado, y se hallaban a unos ochocientos metros de la sede del Gobierno, ordené al general Scobie y a sus cinco mil soldados británicos — a quienes la población había acogido diez días antes como liberadores entre manifestaciones de entusiasmo delirante — que interviniesen y disparasen contra los pérfidos agresores. De nada sirve hacer estas cosas a medias.

A las violencias del populacho, por medio de las cuales los comunistas trataban de conquistar la ciudad y presentarse a sí mismos ante el mundo como el Gobierno que el pueblo griego exigía, no cabia responder más que con el empleo de armas de fuego. No había tiempo para convocar al Gabinete. Anthony (Eden) y yo estuvimos juntos hasta cerca de las dos de la madrugada. Ambos estábamos de acuerdo en que era preciso abrir fuego. Al ver lo cansado que estaba Anthony, le dije: «Si quiere ir a acostarse, deje el asunto en mis manos.» Se retiró, en efecto, y hacia las tres de la madrugada redacté el siguiente telegrama:
Del primer ministro al general Scobie (Atenas). Repetido al general Wilson (Italia). «5 de diciembre de 1944 He dado instrucciones al general Wilson para que queden  a disposición de usted todas las tropas que se hallan en Grecia y se le manden todos los refuerzos que sea posible. Usted es responsable del mantenimiento del orden en Atenas, así como de la neutralización o destrucción de todas las bandas del E.A.M. y el E.L.A.S, que se acerquen a la ciudad. Puede tomar todas las disposiciones que desee para garantizar el control de las calles y neutralizar la acción de todos los perturbadores.
Naturalmente, el E.L.A.S. tratará de situar en vanguardia mujeres y niños donde haya tiroteos. Deben ustedes maniobrar hábilmente en tales circunstancias para evitar errores de tiro. Pero no vacilen en disparar contra todo individuo armado que intente desafiar en Atenas a la autoridad británica o a la autoridad griega con la cual estamos colaborando. Sería conveniente, desde luego, que sus órdenes se viesen reforzadas con el refrendo de un Gobierno griego. Leeper (el .embajador británico) tiene órdenes de pedir a Papandreu que le preste su colaboración.
Pero no vacile én actuar como si estuviese en una ciudad conquistada en la que hubiese estallado una rebelión local. Por lo que se refiere a las bandas del E.L.A.S. que avancen desde el exterior, seguramente podrá usted, con sus carros de combate, dar a algunas de ellas una lección que disuada a las demás de todo intento de acción ulterior en sentido análogo. Puede usted contar con mi apoyo en cuanto a todas las medidas adecuadas Que adopte sobre esta base. Hemos de conservar Atenas en nuestro, poder y dominar la situación en ella. Sería ideal que lo consiguiese usted sin efusión de sangre si fuese posible, pero también con efusión de sangre si es necesario.»

Un asunto de vida o muerte
A.Balfour
Este telegrama fue cursado el 5 de diciembre, a las 4'50 de la mañana. Debo reconocer que su tono era un poco estridente. Me parecía de todo punto necesario dar al comandante militar una orientación firme, y por ello lo redacté intencionadamente en los términos más duros que supe.
El hecho de tener en sus manos una orden así no sólo, le animaría a emprender una acción decisiva, sino que le daría la plena certeza de que yo le apoyarla en cualquier acción sensata que acometiese, fuesen cuales fueren las consecuencias. Todo aquel asunto me preocupaba seriamente, pero estaba seguro de que no era posible andarse con titubeos ni con medias tintas. Tenía presente en mi espíritu el célebre telegrama de Arthur Balfour a las autoridades británicas en Irlanda en la penúltima década del pasado siglo: «No vacilen en disparar.» El despacho de Balfour fue cursado por la vía telegráfica normal y provocó una furiosa tormenta en la Cámara de los Comunes de aquellos días, pero lo cierto es que evitó por completo la pérdida de vidas humanas.
Aquel mismo día, algo más tarde, telegrafié a nuestro embajador:
«Este no es el momento de andarse con distingos sobre política griega ni de imaginar que los políticos griegos de tal o cual matiz pueden influir en la situación. No debe usted preocuparse de la composición del Gobierno heleno. Lo que ahora se ventila es un asunto de vida o muerte. Debe usted recomendar a Papandreu que cumpla con su deber y asegurarle que le apoyaremos con todas nuestras fuerzas si así lo hace. Está ya muy lejos el día en que un grupo determinado de políticos griegos podía influir en algo para aplacar este levantamiento de la chusma.
La única solución que le queda consiste en ponerse a nuestro lado. He colocado todo el sistema de defensa de Atenas y lo relativo al mantenimiento de la ley y el orden en manos del general Scobie, y le he asegurado que se verá respaldado en cuanto al uso de toda la fuerza que sea necesaria. En lo sucesivo usted y Papandreu se atendrán a las directrices de Scobie en todo lo que afecte al orden público y a la seguridad, ambos deben apoyarle por todos los medios posibles, y usted debe sugerirle las fórmulas que se le ocurran para que su acción tenga un carácter más vigoroso y decisivo. Les deseo mucha suerte.»


Situación crítica
Las fuerzas del E.L.A.S. se habían apoderado rápidamente de la mayor parte de Atenas, a excepción del centro de la ciudad, donde nuestras tropas habían logrado primero contenerlas y luego pasar, a la contraofensiva. Scobie informaba en los siguientes términos:
«8 de diciembre de 1944 Una mayor actividad por parte de los rebeldes y un fuego de paqueo ampliamente diseminado limitaron nuestros avances en el curso de la lucha, que prosiguió a lo largo de toda la jornada de ayer...
La 23.a Brigada efectuó algunos progresos en su labor de «limpieza» casa por casa durante toda la tarde. La brigada de paracaidistas despejó otro sector en el centro de la ciudad. El navio británico «Orion» hubo de mandar a tierra refuerzos de fusileros marinos para hacer frente al violento tiroteo emprendido contra la Comandancia de Marina de El Píreo por elementos rebeldes que se infiltraron en la zona situada al sur de Puerto Leontos. Ante la decidida acción del adversario, nuestras tropas se vieron obligadas a retirarse en uno de los sectores. En la región que está siendo despejada por la Brigada griega de montaña, los rebeldes lanzaron un ataque de flanco. Fue rechazado, pero esto retardó el avance de la brigada en cuestión.»
Este informe daba una idea de la amplitud de la lucha en que nos habíamos empeñado.
Del primer ministro al general Wílson (Italia).

«9 de diciembre de 1944 Debe usted enviar nuevos refuerzos a Atenas sin la más mínima demora. La prolongación de la lucha entraña muchos peligros. Ya advertí a usted de la suprema importancia política de este conflicto. Hay que enviar allí por lo menos otras dos brigadas inmediatamente. Además de lo antedicho, ¿por qué no colabora la Marina en todo momento en vez de limitarse a desembarcar un pequeño contingente de fusileros en una ocasión crítica? Usted aseguró sin lugar a dudas que había enviado ya suficientes soldados.»



Castela ante las ofertas de paz
Del primer ministro al general Scobie.
«8 de diciembre de 1944 En la prensa de esta noche se habla mucho de una oferta de paz formulada for el E.L.A.S. Como es natural, a nosotros nos complacería mucho arreglar este asunto; pero es preciso que se asegure usted bien, dentro de su esfera de influencia, de que no vayamos a ceder por humanidad lo que nuestras tropas han ganado o pueden aún ganar. A mi entender, no deberia aceptarse nada que fuese menos satisfactorio que las condiciones acordadas antes de estallar la revuelta.
También es difícil imaginar cómo pueden los dirigentes del E.A.M. con las manos tintas en sangre griega y británica, volver a ocupar sus puestos en el Gabinete. Esto, no obstante, podría resolverse. Lo que de veras imporía es proceder con cautela y consultarnos a nosotros respecto a las condiciones cuando éstas sean formuladas. El objetivo claro es la derrota del E.A.M. La terminación de la lucha queda supeditada a esto. Doy ahora órdenes para que se envíen importantes refuerzos a Atenas, y probablemente el mariscal Alexander estará con usted dentro de breves dias. Lo que se necesita ahora es firmeza y sangre fría, no abrazos precipitados sin que el verdadero conflicto esté resuelto. Ténganos al corriente antes de que se establezca compromiso alguno en el que usted o Leeper intervengan.»
Los comunistas y sus amigos hicieron correr por Londres rumores en el sentido de que las tropas británicas simpatizaban con el E.A.M. No había en ello el mencr asomo de verdad. He aquí la respuesta de Scobie a propósito de la supuesta oferta de paz: ;
Del general Scobie al primer ministro. «10 de diciembre de 1944 Si el E.L.A.S. hiciese alguna oferta de paz, lo pondríamos acto seguido en conocimiento de usted; pero ni el embajador ni yo sabemos nada acerca de esto.
Tengo bien presente el objetivo principal que usted señala. Mientras un partido cualquiera esté en condiciones de apoyar sus puntos de vista con un ejército propio, Grecia no podrá gozar de la paz y la estabilidad necesarias. Confío que la lucha podrá quedar limitada a Atenas y El Pireo, pero estoy dispuesto a combatir igualmente en el resto del país si hace falta. Es una lástima que no podamos utilizar gases lacrimógenos. Nos ayudarían mucho en estos combates dentro de la ciudad...»


Revuelo y protestos en Occidente

Ahora que el mundo libre posee, acerca del movimiento comunista en Grecia y en otras partes, muchísima más información de la que en aquel entonces tenía, muchos lectores se asombrarán de los vehementes ataques de que el Gobierno de Su Majestad, y especialmente yo como jefe del mismo, fuimos objeto. La gran mayoría de la Prensa norteamericana condenó violentamente nuestra acción, que calificó de contraria a la causa por la cual su país había entrado en guerra.

Si los directores de todos aquellos órganos periodísticos tan llenos de buenas intenciones comparan lo que escribían entonces con lo que piensan ahora, estoy seguro de que quedarán sorprendidos.
El Departamento de Estado, presidido por Mr. Stettinius, hizo pública una declaración netamente desfavorable que unos años más tarde el propio organismo hubo a su vez de lamentar o por lo menos anular implícitamente. En Inglaterra la agitación fue muy grande. El «Times» y el «Manchester Guardian» expusieron sus censuras contra lo que consideraban política reaccionaria por nuestra parte. Stalin, no obstante, se atuvo estricta y fielmente a nuestro acuerdo del mes de octubre, y ni «Pravda» ni «Izvestia» formularon el menor reproche en el curso de las largas semanas de lucha contra los comunistas en las calles de Atenas. En la Cámara de los Comunes hubo gran revuelo. Yo acepté gustoso el desafío que se nos lanzó en forma de moción presentada por sir Richard Acland, jefe y único diputado del llamado Partido de la Commonwealth, y que fue apoyada por Mr. Shinwell y Mr. Aneurin Beyan.
Había una difusa corriente de opinión, y aun de enojo, de la cual se consideraban portavoces aquéllas y otras figuras similares. Un Gobierno que hubiese descansado sobre una base menos sólida que la coalición nacional habría muy bien podido ser derribado en aquellas circunstancias. Pero el Gabinete de Guerra tenía la firmeza de una roca contra la cual habían de estrellarse todas las olas y todos los vientos. Al recordar lo que ha ocurrido con Polonia, con Hungría y con Checoeslovaquia en estos últimos años, podemos dar gracias a la diosa Fortuna por habernos deparado en aquel momento tan crítico la fuerza constituida por la serena unidad de acción de los jefes de todos los partidos. Tan sólo treinta diputados se nos mostraron hostiles. Cerca de trescientos votaron la confianza. Una vez más la Cámara de los Comunes puso de manifiesto la permanencia de su fuerza y su autoridad.

La Vanguardia 29-11-1953


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