dijous, 18 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (XVII)

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Sorpresa y reacción

La contraofensiva de Rundstedt
(En una carta de fecha 3 de diciembre de 1944 dirigida al mariscal Smuts, Mr. Churchill expresaba la opinión de que los aliados habían sufrido un descalabro estratégico como consecuencia de haber atacado a lo largo de todo el frente, contrariamente a las indicaciones británicas.
El presidente Roosevelt, a quien el 10 de diciembre habia expuesto asimismo sus inquietudes, aseguraba que «no tardará en producirse una ruptura decisiva a nuestro Favor»
En aquellos momentos el enemigo estaba a punto de descargar un duro golpe. Al cabo de seis días estalló la tormenta sobre nosotros. La decisión aliada de atacar de firme desde Aquisgrán por el Norte, así como a través de Alsacia por el Sur, había debilitado en gran manera nuestro frente central. En el sector de los Ardenas un solo cuerpo de ejército, el VIII norteamericano compuesto de cuatro divisiones, guarnecía un frente de ciento veinte kilómetros. El riesgo había sido previsto y deliberadamente aceptado, pero las consecuencias fueron graves y podían haberlo sido aún más.

El osado plan de Hitter
Realizando una notable proeza, el enemigo concentró unas setenta divisiones en su frente occidental, quince de las cuales eran blindadas. Muchas necesitaban descanso y reajuste, pero una de las formaciones, el VI Ejército acorazado, se sabía que estaba en excelentes condiciones.
Desde luego, los alemanes
Rundstedt
tenían un plan de vasto alcance. Rundstedt reunió dos ejércitos acorazados, el V y el VI, así como el VII Ejército, o sea un total de diez divisiones blindadas y catorce de infantería. Esta gran formación, precedida por sus carros de combate, habla de perforar nuestro endeble frente central en los Ardenas, avanzar hasta el Mosa, lanzarse hacia el Norte y el Noroeste, escindir en dos la línea aliada, apoderarse del puerto de Amberes y cortar el cordón umbilical de nuestros ejércitos septentrionales. Este audaz envite fue planeado por Hitler, quien no se mostró dispuesto a tolerar que sus vacilantes generales introdujeran modificación alguna en el mismo. Para apoyar el ataque fueron concentrados los restos de la Aviación alemana al objeto de realizar un esfuerzo final, y se confiaron misiones especiales a buen número de paracaidistas, saboteadores y agentes vestidos con uniformes aliados.

Sorpresa y reacción
El ataque empezó el 16 de diciembre, precedido por un violento fuego artillero de barrera. En el flanco septentrional el VI Ejército  acorazado topó con el ala derecha del I Ejército norteamericano al avanzar hacia los embalses del Roer. Después de una batalla indecisa, el enemigo fue contenido. Más al Sur, los alemanes atacaron en un angosto frente, pero la obstinada defensa de St. Vith, donde la 7.a División blindada norteamericana se distinguió especialmente, les mantuvo por espacio de varios días críticos. El VI Ejército acorazado orientó otra punta de lanza hacia el Oeste y luego hacia el Norte con objeto de llegar al Mosa por encima de Lieja. Entre tanto, el V Ejército acorazado penetró por el centro del VIII Cuerpo de Ejército norteamericano, rebasó  St. Vith y Bastogne y se adentró profundamente hasta Marche y  en dirección al Mosa, en Dinant.

Aunque la ocasión y el volumen del ataque sorprendieron al Alto Mando aliado, éste comprendió rápidamente su importancia y su objetivo. Decidió, pues, reforzar los «hombros» del espacio de ruptura, afianzarse a orillas del Mosa tanto al este como al sur de Namur, y concentrar grandes contingentes de. tropas móviles a fin de aplastar el saliente desde el Norte y desde el Sur. Eisenhower actuó sin perder un momento. Paró todos los ataques aliados que estaban en curso y lanzó al nuevo frente de lucha cuatro divisiones norteamericanas de la reserva y otras seis procedentes del Sur. Desde Inglaterra se trasladaron allí rápidamente dos divisiones aerotransportadas, una de ellas la 6ª División británica. Al norte del saliente, el 30.° Cuerpo de Ejército, de cuatro divisiones, que acababa de abandonar el frente del río Roer, estaba concentrado entre Lieja y Lovaina, detrás del I y el IX Ejércitos norteamericanos.
Estos últimos lanzaron todas sus reservas al combate con objeto de establecer un flanco defensivo al oeste de Malmedy. Al romper el frente del 12º Grupo de Ejércitos del general Bradley, los alemanes habían quitado a éste toda posibilidad de ejercer el mando efectivo desde su Cuartel General, situado en Luxemburgo, sobre sus dos ejércitos que luchaban al norte del saliente. Por lo tanto, el general Eisenhower, con gran acierto, confió a Montgomery el mando temporal de todas las tropas aliadas que se hallaban en el Norte, mientras Bradley retenía el del III Ejército norteamericano y tenía a su cargo la tarea de contener y contraatacar al enemigo desde el Sur. Parecidos ajustes se hicieron con la aviación táctica,
(Un telegrama de Mr: Churchill al mariscal Smuts muestra que aquél sugirió esto al general Eisenhower el  20 de diciembre, pero resultó que el comandante supremo ya había, dictado tales órdenes unas horas antes.)

Una cuña de 5O kilómetros
Tres de nuestras divisiones de refuerzo guarnecían el Mosa al sur de Namur. Bradley concentró un cuerpo de ejército en Arlon y envió la 101.a División aerotransportada a proteger el importante nudo de carreteras de Bastogne. Las unidades blindadas alemanas avanzaron por el norte de Bastogne y trataron de abrirse paso hacia el noroeste, confiando a su infantería la labor de ocupar la ciudad.
La 101.ª División, con algunos contingentes acorazados, quedó aislada y por espacio de una semana rechazó todos los ataques. La acción del V y el VI Ejércitos blindados alemanes originó violenta lucha en torno a Marche, que duró hasta el 26 de diciembre. En aquel entonces los alemanes estaban agotados y no podían seguir avanzando, si bien es verdad que hubo un momento en que estuvieron tan sólo a seis kilómetros del Mosa y habían realizado una penetración de más de noventa kilómetros. El mal tiempo y las nieblas bajas habían impedido la intervención de nuestras fuerzas aéreas en la batalla durante la primera semana; pero el 23 de diciembre mejoraron las condiciones de vuelo, y la aviación entró en liza con efectos devastadores.

Privados de alcanzar su objetivo máximo, el Mosa las unidades blindadas alemanas se revolvieron ferozmente contra Bastogne. La 101.a División norteamericana había sido reforzada el 26 de diciembre con una parte de la 41 División acorazada norteamericana, y aunque su inferioridad numérica era manifiesta, estas formaciones retuvieron la ciudad en sus manos, luchando a la desesperada, por espacio de una semana más. Antes de terminar el mes de diciembre, el Alto Mando alemán hubo de reconocer, aun a su pesar, que tenía perdida la batalla, pues la contraofensiva de Patton desde Arlon, que empezó el 22 de diciembre, efectuaba lentos, pero firmes progresos a través de la nevada campiña en dirección a Houffalize.
El enemigo realizó un último intento, esta vez en el aire. El 1 de enero llevó a cabo un violento ataque por sorpre.sa en vuelo bajo contra todos nuestros aeródromos avanzados. Nuestras pérdidas fueron considerables, aunque quedaron prontamente subsanadas, pero la «Luftwaffe» perdió más de lo que podía permitirse el  lujo de perder en su postrer gran ataque de la contienda.

Críticas de la Prensa norteamericana 
El 3 de enero Montgomery lanzó asimismo su contraofensiva en el Norte contra Houffalize a fin de establecer contacto con las fuerzas de Patton que presionaban desde el Sur. Yo visité el frente por aquellos días y telegrafié luego al Presidente:
Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
«6 de enero de 1945  El jefe del Alto Estado Mayor Imperial y yo hemos pasado las dos últimas jornadas con Eisenhower y Montgomery. Ambos consideran que la batalla reviste extraordinaria dureza, pero confían en el éxito.,. Me ha impresionado profundamente la necesidad de apoyar a la infantería, que sufre las dos terceras partes de las bajas, pero es muchas veces la última en recibir refuerzos. Más importante aún, que el envío de nuevas grandes unidades completas es el mantenimiento de las  formaciones de infantería de las divisiones que ya están luchando. 
Estamos preparando, por consiguiente, un cierto número de brigadas de infantería, entre ellas varias procedentes de la infantería de Marina. Estas brigadas dejarán disponibles a diversas divisiones móviles que ahora guarnecen sectores casi estáticos, y al mismo tiempo desempeñarán la labor que se les confíe...
Felicito a usted cordialísimamente por la extraordinaria bravura de que han hecho gala las tropas norteamericanas en esta batalla, de modo especial en Bastogne y en otros dos puntos que Montgomery me señaló del frente que él tiene a su cargo... Como veo que en la Prensa norteamericana han aparecido criticas contra el hecho de que nuestras tropas hayan sido mantenidas al margen de la batalla, aprovecho esta ocasión para asegurar a usted que éstas se hallan en todo momento absolutamente dispuesfas a obedecer las órdenes del general Etsenhower.

Creo que las disposiciones que él y el mariscal Montgomery, como subordinado suyo, han adoptado están plenamente de acuerdo con las más rigurosas exigencias militares. No he observado el menor síntoma de desacuerdo entre los Cuarteles Generales británico y norteamericano; pero, señor Presidente, el hecho concreto es este: necesitamos más tropas combatientes para, que las cosas marchen. Tengo la impresión de que en el momento actual es preciso que todos pongamos en juego hasta el último gramo de nuestros recursos, tanto por lo que se refiere a la colaboración amistosa como al esfuerzo material propiamente dicho. No vacile en decirme lo que  crea que nosotros podemos hacer.»

Petición urgente a MoscúComo es natural, Eisenhower y su Estado Mayor deseaban vivamente saber si los rusos podían hacer algo por su parte para aliviar en cierto modo la presión que el enemigo ejercía, sobre nosotros en el Oeste. Todas las gestiones efectuadas en Moscú por los oficiales de enlace anglo-norteamericanos habían quedado sin respuesta de sus colegas. A fin de exponer el asunto a los altos jefes militares soviéticos del modo más efectivo posible, Eisenhower había enviado a su subordinado inmediato, el mariscal de aviación Tedder, con una misión especial. El viaje se retrasó bastante a causa del mal tiempo. En cuanto, me enteré de esto, dije a Eisenhower:
«Puede ser que en cuentre usted dificultades y dilaciones en las esferas de! Estado Mayor, pero creo que Stalin me respondería con claridad si yo hiciese una gestión personal cerca de él. ¿.Quiere que lo intente?»
Le pareció bien la idea, y, por consiguiente, cursé el siguiente telegrama;
Del primer ministro británico al mariscal Stalin. 

«6 de enero de 1945 La batalla que se libra en el Oeste es muy dura y en cualquier momento el Mando supremo puede verse obligado a tomar importantes decisiones. Usted sabe por propia experiencia cuan angustiosa es la situación cuando hay que defender un frente muy amplio tras una pérdida temporal de la iniciativa. Eisenhower desea y necesita en gran manera saber en líneas generales lo que ustedes piensan hacer, ya que esto evidentemente ha de afectar a todas las decisiones de importancia que hayan  de ser tomadas por él y por nosotros.
Nuestro enviado, el mariscal Tedder, jefe de la aviación, se hallaba anoche en El Cairo, retenido por causa del mal tiempo. Su viaje se ha demorado mucho, aunque no por culpa de ustedes. En caso de que no haya llegado aún ahí, agradeceré a usted me diga si podemos contar con una gran ofensiva rusa en el frente del Vístula o en algún otro sector durante el mes de enero, informándome al propio tiempo de cualesquier otros extremos que usted considere oportuno mencionar. No comunicaré dicha información, especialmente confidencial, a nadie, excepto al mariscal Brooke y al general Eisenhower y desde luego, a condición de que guarden el más riguroso secreto sobre el particular. Considero urgente este asunto.»


Teniendo en cuenta la gravedad de la decisión interesada y el gran número de personas que habían de intervenir en ella, es notable que la respuesta fuese cursada al día siguiente; es decir, pocas horas después de haberse recibido en Moscú mi telegrama.
Del mariscal Stalin al primer ministro británico.
«7 de enero de 1945 .Estamos preparando una ofensiva, pero en estos momentos las condiciones meteorológicas son desfavorables. No obstante, habida cuenta ce la situación de nuestros aliados en el frente occidental, el G. C. G. del Mando Supremo ha decidido, acelerar los preparativos que están en marcha y, prescindiendo ce las condiciones meteorológicas, iniciar operaciones ofensivas en gran escala, contra los alemanes a lo largo de todo el frente central no más tarde de la segunda quincena de enero. Puede usted estar seguro de que haremos todo lo posible para prestar ayuda a las gloriosas fuerzas de nuestros aliados.»

Del primer ministro británico al mariscal Stalin.
«9 de enero de 1945 Le estoy muy agradecido por su telegrama. Lo he remitido al general Eisenhower, exclusivamente para la Información personal. Que la mejor fortuna acompañe al noble gesto de usted. La batalla en el Oeste no va demasiado mal. Hay bastantes posibilidades de que los bárbaros sean expulsados de su saliente con un elevado número de bajas. Se trata de una batalla en la que intervienen con carácter preponderante fuerzas norteamericanas, que se han portado magníficamente, aunque han sufrido muchas bajas. Tanto los norteamericanos como nosotros estamos realizando todos los esfuerzos que podemos. La noticia que usted me da satisfará grandemente al general Eisenhower, pues con ello tiene la seguridad de que los refuerzos alemanes habrán de ser repartidos entre nuestros dos frentes en ebullición. En el Oeste la batalla proseguirá sin cesar, según afirman los generales que tienen a su cargo la responsabilidad de la misma.»
Cito este intercambio de telegramas como ejemplo de la celeridad con que nuestros asuntos podían ser despachados en las más altas esferas de la alianza. Desde luego, Eisenhower estuvo encantado con la noticia qua le transmití.
Pidió, sin embargo, todos los refuerzos que pudiesen enviársele. Unas tres semanas antes habíamos dicho al pueblo británico que se necesitarían 250.000 hombres más para nutrir las unidades que estaban en contacto con el enemigo, y que por primera vez en nuestra larga lucha el Gobierno de la Gran Bretaña tenía intención de hacer uso de sus poderes para obligar a las mujeres enroladas en nuestras fuerzas armadas a prestar servicio en el extranjero. No fue necesario aplicar grandes medidas de compulsión.


Balance de la última ofensiva germana
Luchando entre tempestades de nieve, las dos alas del contraataque aliado fueron acercándose lentamente una a otra, hasta que establecieron contacto el 16 de enero en Houffalize. Los alemanes fueron empujados hacia el Este y hostilizados continuamente desde el aire, hasta que al terminar el mes estaban ya de nuevo al otra lado de su frontera, sin haber recogido de su supremo esfuerzo más fruto que ruinosas pérdidas de material y un número aproximado de bajas de 120.000 hombres.
Aquella fue la ofensiva final del enemigo. A la sazón nos produjo no escasa inquietud. Nuestro avance hubo de ser aplazado, pero a la larga salimos ganando con ello. Los alemanes no estaban en condiciones de cubrir sus bajas ni de reponer el material perdido, y nuestras batallas subsiguientes en el Rin  a pesar de su dureza, no fueron tan encarnizadas como a buen seguro lo hubiesen sido.
No cabe duda de que el Alto Mando alemán, y aun el propio Hitler, quedaron profundamente decepcionados. Aunque la ofensiva les cogió por sorpresa. Eisenhower y sus generales actuaron con rapidez. Pero es preciso reconocer que el mérito esencial, del éxito correspondió a otros elementos. Como dijo Montgomery: «La batalla de los Ardenas se ganó por encima de todo gracias a las enérgicas dotes de luchador del soldado norteamericano.»

La Vanguardia 28-11-1953




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