LA SEGUNDA
GUERRA MUNDIAL
Los proyectiles «V-2»
Una segunda
amenaza, se cernía sobre nosotros. Era el proyetil cohete de largo
alcance, o «V-2», que tanto nos había preocupado doce meses antes.
Los alemanes, empero, habían tropezado con dificultades en sus
intentos de perfeccionar la nueva arma, que entre tanto había
tenido que ceder el paso a la bomba volante. Pero a poco da iniciada
la ofensiva de las «V-l», recibimos indicaclones de que se estaba
gestando también un ataque con proyectiles cohete.
Cuando los
técnicos discutan,..
El peso
del proyectil y de su carga explosiva fueron objeto de enconadas
controversias entre los técnicos británicos. Algunas informaciones
no demasiado fidedignas habían hablado de cargas explosivas de entre
cinco y diez toneladas.
Estas indicaciones fueron recogidas y
aceptadas por aquellos de nuestros hombres de ciencia que, fundándose
en razones de otro orden, consideraban razonables tales pesos.
Algunos creían que el proyectil-cohete pesaría ochenta toneladas,
con una carga explosiva de diez toneladas.
Lord Cherwell — cuyos
puntos de vista acerca de la bomba volante expuestos en junio de 1943
habían quedado plenamente confirmados—, ya antes de que se
recibiera indicación alguna del Servicio de Información respecto a
la «V-2», dudaba mucho de que llegásemos a ver en acción la nueva
arma, y sostenía que en cualquier caso no sería el monstruo de
ochenta toneladas. En medio de todas aquellas controversias, nuestra
inquietud no cedía en lo más mínimo. Sabíamos que en Peenemunde
(el centro alemán da experimentación en el Báltico) continuaban
activamente los trabajos, y los informes aislados que recibíamos del
Continente avivaban nuestra preocupación acerca de la inminencia y
la escala del ataque. El 18 de julio de 1944 el doctor Jones señaló
al Comité «Crossbow» la posibilidad de que hubiera ya un millar da
proyectiles-cohete en existencia. El 24 de julio. Sandys (Mr. Dunean
Sandys, presidente de dicho Comité) informó al Gabinete de Guerra
en los siguientes términos:
«Aunque no
poseemos todavía noticias concretas respacto a envíos de
proyectiles hacia el oeste procedentes de Alemania, sería
imprudente deducir de esta evidencia negativa que no es inminente un
ataque con proyectiles-cohete.»
El Gabinete
estudió la situación el 27 de julio y examinamos unas propuestas
formuladas por Mr. Herbert Morrison que habrían llevado aparejada la
evacuación de un millón de personas de Londres. Se hizo todo lo
posible para llenar los baches existentes en lo que sabíamos acerca
de las dimensiones, características y funcionamiento del temido
proyectil. Nuestros Servicios de Información reunieron y acoplaron
entre sí los indicios fragmentarios recibidos de diversas fuentes y
los sometieron luego a la consideración del Comité «Crossbow».
De
ello se dedujo que el proyectil-cohete pesaba doce toneladas, con una
carga explosiva de una tonelada. Este peso, relativamente tan ligero,
explicaba muchas cosas que nos tenían intrigados, como, por
ejemplo, la ausencia de complicados preparativos de lanzamiento.
Error oportunísimo
Los cálculos en
cuestión se vieron confirmados cuando los técnicos gubernamentales
que supervisaban la construcción de aviones tuvieron ocasión de
examinar los restos de un proyectil-cohete que llegaron a nuestro
poder corno consecuencia de un afortunado y curioso error cometido el
13 de junio en el curso de unas pruebas realizadas en Peenemunde.
Según el relato de un prisionero, el hecho se produjo de la
siguiente forma: Hacía algún tiempo que los alemanes utilizaban
bombas «planeadoras» contra nuestros buques mercantes.
Las
lanzaban desde los aviones y las guiaban por radio hacia el objetivo.
Decidieron, pues, ver si un proyectil-cohete podía ser dirigido por
el mismo sistema.
Llamaron a un técnico en el lanzamiento de bombas
de aquel tipo y lo situaron en lugar conveniente para que tuviese a
la vista el proyectil desde el momento mismo de ser disparado. Los
experimentadores de Peenemunde estaban ya acostumbrados a ver cómo
se elevaban los proyectiles-cohete y naturalmente, no se les había
ocurrido que al técnico en bombas «planeadoras» le sorprendería
el espectáculo. Pero le sorprendió, y tanto, que se olvidó de la función, que a
él le estaba encomendada en aquellos momentos. En su asombro movió
la palanca de control muy hacia la izquierda y la mantuvo en aquella
posición.
Él cohete, dócilmente, fue evolucionando hacía la
Izquierda, y cuando el especialista se sobrepuso ya estaba el
artefacto fuera del alcance de sus aparatos de control y volaba hacia
Suecia, donde cayó. No tardamos en enterarnos del hecho, y tras
unas breves negociaciones, los restos del proyectil fueron
transportados a Farnborough. Nuestros técnicos lograron allí
reconstituir el arma de un modo notable.
Impresionante
realización
Antes de fines
de agosto sabíamos ya exactamente a que atenernos sobre lo que
nos esperaba.
El cohete era una realización técnica impresionante.
Su propulsión a chorro se efectuaba a base de la combustión de una
mezcla de alcohol y oxígeno líquido, consumiendo cerca de cuatro
toneladas de aquél y cinco toneladas de éste por minuto. Para
introducir dichos combustibles en el receptáculo del proyectil al
ritmo adecuado se necesitaba una bomba impelente especial de unos mil
caballos ele potencia.
Esta bomba, a su vez, era accionada por una
turbina movida a base de peróxido de hidrógeno. El proyectil-cohete
era dirigido por medio do giróscopios por ondas electro-magnéticas
que actuaban sobre unas grandes aspas de grafito colocadas detrás de
la cámara de combustión a fin de desviar los gases del tubo de
escape, y de este modo guiar el proyectil. Este se elevaba primero en
sentido vertical a lo largo de unos diez kilómetros, y luego bajo el
efecto de unos mandos automáticos se inclinaba en un ángulo de 45
grados y seguia subiendo a una velocidad creciente.
Cuando la
velocidad era ya suficiente para permitir al artefacto tener el
alcance deseado, otros mandos también automáticos cortaban la
entrada de los combustibles en la cámara de propulsión. El
proyectil describía entonces una gigantesca parábola, alcanzaba una
altura aproximada de ochenta mil metros y luego caía a unos 320
kilómetros del punto de lanzamiento. Su velocidad máxima era de
6.500 kilómetros por hora y su vuelo no duraba en total más allá
de tres o cuatro minutos.
Cifras trágicas
Hacia fines de
agosto creíamos que nuestros ejércitos lograrían expulsar al
enemigo de todos los territorios situados a menos de 320 kilómetros
de Londres — es decir, dentro del radio de acción del proyectil—
pero los alemanes consiguieron retener en sus manos Walcheren y La
Haya. Los dos primeros proyectiles-cohete fueron lanzados sobre la
capital británica el 8 de septiembre, una semana después de haber
terminado el gran bombardeo con «V-l». La primera «V-2» cayó en
Chiswick, a las siete menos diecisiete minutos de la tarde. La
segunda cayó en Epping, dieciséis segundos después. En los siete
meses que transcurrieron antes de que nuestros ejércitos pudiesen
liberar La Haya, desde donde el enemigo lanzaba la mayoría de los
cohetes, fueron disparados unos 1.300 de éstos contra Inglaterra.
Muchos se quedaron a mitad de camino, pero unos 500 cayeron en
Londres. El total de las víctimas ocasionadas por la «V-2» entre
la población civil de Inglaterra fue de 2.724 muertos y 6.467
heridos graves. Por término medio cada proyectil-cohete causó doble
número de bajas que una bomba volante. Aunque ambos artefactos
llevaban aproximadamente la misma carga explosiva, la «V-l»
producía un ruido estridente que advertía de su presencia a las
gentes y en cierto modo les daba tiempo para guarecerse. La «V-2»,
en cambio, llegaba silenciosamente.
Defensa en forma de
ataque
Estudiamos y pusimos en práctica muchas contramedidas.
La
incursión realizada contra Peenemünde un año antes fue lo que
contribuyó con mayor eficacia a reducir la magnitud de la amenaza.
De no haber sido por aquella incursión, el ataque de las «V-2»
habría empezado cuando menos al mismo tiempo que el bombardeo
con las «V-l», y al ser efectuado desde una distancia más corta,
hubiese sido mucho más preciso en el mes de junio de lo que lo fué
a partir de septiembre. La aviación norteamericana siguió
bombardeando Peenemünde durante los meses de julio y agosto.
Atacó
también, junto con nuestros bombarderos, las fábricas en que se
fabricaban las piezas aisladas de los proyectiles. Nuestros ejércitos
empujaron a los alemanes hasta el límite de alcance de las «V-2»
antes de que estuviesen en condiciones de utilizarlas. Nuestros cazas
y nuestros bombarderos tácticos hostilizaron sin descanso los
puestos de lanzamiento instalados cerca de La Haya. Finalmente,
adoptamos las medidas oportunas para desconcertar el control
electromagnético de los proyectiles-cohete si el enemigo llegaba a
utilizarlos, e incluso estudiamos la posibilidad de hacerlos estallar
en el aire al caer mediante disparos de artillería.
Nuestros
esfuerzos limitaron el ataque a cuatrocientos o quinientos
proyectiles por mes, repartidos entre Londres y el Continente, en
tanto que el ritmo previsto por los alemanes era de novecientos. Así,
pues, aun cuando fue poco lo que pudimos hacer contra la «V-2»,
una vez iniciada aquella ofensiva, lo cierto es que logramos aplazar
el ataque y reducir notablemente el volumen del mismo. Unos
doscientos proyectiles mensuales fueron dirigidos contra Londres,
casi todos los demás contra Amberes y unos pocos contra otros
objetivos continentales.
Superioridad del avión de bombardeo
El enemigo no hizo alusión alguna a sus nuevos artefactos bélicos hasta el 8 de noviembre, y yo no consideré necesario hacer una declaración pública hasta el 10 del propio mes. Pude entonces asegurar a la Cámara de ¡os Comunes que ni la amplitud ni los efectos del ataque habían sido graves hasta aquel momento, lo cual, afortunadamente, siguió siendo cierto en el curso de los restantes meses de la guerra.
A pesar de la gran realización técnica que suponían las «V-2», Speer, el competentísimo ministro aiemán de Armamentos, deploraba el esfuerzo que había sido preciso consagrar a la fabricación de proyectiles-cohete.
El enemigo no hizo alusión alguna a sus nuevos artefactos bélicos hasta el 8 de noviembre, y yo no consideré necesario hacer una declaración pública hasta el 10 del propio mes. Pude entonces asegurar a la Cámara de ¡os Comunes que ni la amplitud ni los efectos del ataque habían sido graves hasta aquel momento, lo cual, afortunadamente, siguió siendo cierto en el curso de los restantes meses de la guerra.
A pesar de la gran realización técnica que suponían las «V-2», Speer, el competentísimo ministro aiemán de Armamentos, deploraba el esfuerzo que había sido preciso consagrar a la fabricación de proyectiles-cohete.
Afirmaba que cada uno de ellos
requería tanto tiempo como la construcción de seis o siete cazas,
que hubiesen sido mucho más útiles, y que habría sido posible
fabricar veinte bombas volantes por el precio de una sola «V-2».
Esta información, obtenida después de la guerra, confirma
plenamente la opinión expresada tantas veces por lord Cherwell antes
de los acontecimientos.
Fue una gran suerte que los alemanes
dedicaran sus esfuerzos a los proyectiles-cohete en vez de aplicarse
a construir bombarderos. Incluso nuestros «Mosquitos», cada uno de
los cuales no era probablemente más caro que una «V-2», lanzaban un
promedio de 125 toneladas de bombas por avión a menos de mil
quinientos metros del objetivo en el curso de toda su actuación
mientras que el proyectil-cohete dejaba caer tan sólo una tonelada,
con un promedio de error de veinticuatro kilómetros.
Fracaso de
lo nonnata «V-3»
Hitler había confiado en disponer de una
tercera arma «V». Se trataba de una batería artillera de largo
alcance y con cañones múltiples, encajada en el suelo, cerca del
pueblo de Mimoyecques,
en el Paso de Calais. Cada uno de los
cincuenta cañones, sin estrías, medía unos 120 metros de largo y
tenía que disparar un proyectil de 152 mm. de diámetro y
estabilizado en su trayectoria no por rotación, sino por unas aletas
similares a las de un dardo.
Se colocaban cargas explosivas
escalonadas en unos tubos instalados al lado del cañón y a todo lo
largo del mismo, y se encendían sucesivamente para comunicar
aceleración al proyectil, que había de alcanzar, al llegar a la
boca de la pieza, una velocidad mínima de mil quinientos metros por
segundo.
Los inventores esperaban poder, merced al gran número de
cañones, lanzar uno de aquellos proyectiles contra Londres cada dos
o tres minutos. Pero esta vez las esperanzas de Hitler quedaron
completamente frustradas: todos los proyectiles de ensayo
«cabeceaban» al hallarse en pleno vuelo, por lo cual el alcance y
la precisión eran muy escasos. El 4 de mayo de 1944 se
reunieron en Berlín un centenar de hombres de ciencia, técnicos en
balística y oficiales auxiliares, y llegaron a la desagradable
conclusión de que era preciso informar del fracaso al Führer.
Esto
no lo supimos nosotros hasta más tarde, pero como medida de
precaución nuestros bombarderos machacaron una y otra vez las
construcciones de hormigón de Mimoyecques, que cinco mil obreros
volvían una y otra vez a reparar.
El martirio de Bélgica
Aunque he reseñado la campaña de «represalia» de Hitler contra Inglaterra, no debernos olvidar que Bélgica sufrió en su carne parecidas amarguras cuando los alemanes utilizaron las mismas armas vengativas contra sus ciudades liberadas. No permitimos, desde luego, que el ataque alemán quedara sin respuesta.
Aunque he reseñado la campaña de «represalia» de Hitler contra Inglaterra, no debernos olvidar que Bélgica sufrió en su carne parecidas amarguras cuando los alemanes utilizaron las mismas armas vengativas contra sus ciudades liberadas. No permitimos, desde luego, que el ataque alemán quedara sin respuesta.
Nuestro insistente
bombardeo de los centros de producción y otros objetivos enemigos
redujo por fortuna la amplitud del esfuerzo dirigido contra Bélgica
tanto como contra nosotros. Pero no era tarea fácil volver a
organizar un sistema de defensa a base de cazas y artillería,
con todos sus complicados aparatos de control, en los territorios
recientemente recobrados.
Los datos encontrados en los archivos
alemanes señalan que al terminar la guerra Amberes había servido de
blanco a 8.696 bombas volantes y 1.610 proyectiles-cohete. 5.960
cayeron dentro de un radio de doce kilómetros a contar desde el
centro de la ciudad. En total murieron 3.470 personas de la población
civil belga y 682 miembros de las fuerzas aliadas. Otras 3.141 bombas
volantes fueron disparadas contra Lieja y 151 proyectiles-cohete
contra Bruselas. El pueblo de Bélgica soportó aquel absurdo
bombardeo con una presencia de ánimo igual a la del nuestro.
La
balística, en una nueva era
Las armas «V» alemanas — aunque en definitiva su empleo terminó en fracaso — pusieron de manifiesto a nuestros ojos las grandes posibilidades que encerraban aquellos nuevos métodos. Duncan Sandys señaló, en un informe al Gabinete, la importancia decisiva que los proyectiles teledirigidos podían tener en una futura guerra, así como la necesidad de consagrar recursos considerables al perfeccionamiento de los mismos.
El siguiente párrafo del informe puede ser interesante por lo
significativo;
«El advenimiento del proyectil de reacción, teledirigido y de largo alcance, ha abierto nuevas y vastas posibilidades a la ejecución de operaciones militares. En el futuro la superioridad en el terreno de la artillería a base de cohetes de largo alcance puede pesar tanto como la superioridad naval o aérea. Nuestra organización militar de tiempo de paz deberá comprender con carácter permanente un Estado Mayor de hombres de ciencia y de ingenieros de primerísima categoría que cuenten con amplias facilidades para efectuar sus investigaciones.»
Empezamos acto seguido a establecer los planes relativos a nuestros proyectiles dirigidos, y al terminar las hostilidades habíamos fundado ya una organización permanente con este objeto.
«El advenimiento del proyectil de reacción, teledirigido y de largo alcance, ha abierto nuevas y vastas posibilidades a la ejecución de operaciones militares. En el futuro la superioridad en el terreno de la artillería a base de cohetes de largo alcance puede pesar tanto como la superioridad naval o aérea. Nuestra organización militar de tiempo de paz deberá comprender con carácter permanente un Estado Mayor de hombres de ciencia y de ingenieros de primerísima categoría que cuenten con amplias facilidades para efectuar sus investigaciones.»
Empezamos acto seguido a establecer los planes relativos a nuestros proyectiles dirigidos, y al terminar las hostilidades habíamos fundado ya una organización permanente con este objeto.
El espíritu de un
pueblo
Tal es la historia de las nuevas armas en las que Hitler depositó obstinadamente su confianza durante largos meses, y es también la historia de la forma en que fueron derrotadas gracias a la previsión del Gobierno británico, la pericia de sus fuerzas armadas y la reciedumbre de espíritu del pueblo, que con su actitud por segunda vez en aquella contienda mundial dio un sentido aun más alto a la expresión «el gran Londres».
Tal es la historia de las nuevas armas en las que Hitler depositó obstinadamente su confianza durante largos meses, y es también la historia de la forma en que fueron derrotadas gracias a la previsión del Gobierno británico, la pericia de sus fuerzas armadas y la reciedumbre de espíritu del pueblo, que con su actitud por segunda vez en aquella contienda mundial dio un sentido aun más alto a la expresión «el gran Londres».