diumenge, 7 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (VI)

LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Los proyectiles «V-2»

Una segunda amenaza, se cernía sobre nosotros. Era el proyetil cohete de largo alcance, o «V-2», que tanto nos había preocupado doce meses antes. Los alemanes, empero, habían tropezado con dificultades en sus intentos de perfeccionar la nueva arma, que entre tanto había tenido que ceder el paso a la bomba volante. Pero a poco da iniciada la ofensiva de las «V-l», recibimos indicaclones de que se estaba gestando también un ataque con proyectiles cohete.

Cuando los técnicos discutan,..
El peso del proyectil y de su carga explosiva fueron objeto de enconadas controversias entre los técnicos británicos. Algunas informaciones no demasiado fidedignas habían hablado de cargas explosivas de entre cinco y diez toneladas.
Estas indicaciones fueron recogidas y aceptadas por aquellos de nuestros hombres de ciencia que, fundándose en razones de otro orden, consideraban razonables tales pesos. Algunos creían que el proyectil-cohete pesaría ochenta toneladas, con una carga explosiva de diez toneladas.
Lord Cherwell — cuyos puntos de vista acerca de la bomba volante expuestos en junio de 1943 habían quedado plenamente confirmados—, ya antes de que se recibiera indicación alguna del Servicio de Información respecto a la «V-2», dudaba mucho de que llegásemos a ver en acción la nueva arma, y sostenía que en cualquier caso no sería el monstruo de ochenta toneladas. En medio de todas aquellas controversias, nuestra inquietud no cedía en lo más mínimo. Sabíamos que en Peenemunde (el centro alemán da experimentación en el Báltico) continuaban activamente los trabajos, y los informes aislados que recibíamos del Continente avivaban nuestra preocupación acerca de la inminencia y la escala del ataque. El 18 de julio de 1944 el doctor Jones señaló al Comité «Crossbow» la posibilidad de que hubiera ya un millar da proyectiles-cohete en existencia. El 24 de julio. Sandys (Mr. Dunean Sandys, presidente de dicho Comité) informó al Gabinete de Guerra en los siguientes términos:
«Aunque no poseemos todavía noticias concretas respacto a envíos de proyectiles hacia el oeste procedentes de Alemania, sería imprudente deducir de esta evidencia negativa que no es inminente un ataque con proyectiles-cohete.»
El Gabinete estudió la situación el 27 de julio y examinamos unas propuestas formuladas por Mr. Herbert Morrison que habrían llevado aparejada la evacuación de un millón de personas de Londres. Se hizo todo lo posible para llenar los baches existentes en lo que sabíamos acerca de las dimensiones, características y funcionamiento del temido proyectil. Nuestros Servicios de Información reunieron y acoplaron entre sí los indicios fragmentarios recibidos de diversas fuentes y los sometieron luego a la consideración del Comité «Crossbow».
De ello se dedujo que el proyectil-cohete pesaba doce toneladas, con una carga explosiva de una tonelada. Este peso, relativamente tan ligero, explicaba muchas cosas que nos tenían intrigados, como, por ejemplo, la ausencia de complicados preparativos de lanzamiento.

Error oportunísimo



Los cálculos en cuestión se vieron confirmados cuando los técnicos gubernamentales que supervisaban la construcción de aviones  tuvieron ocasión de examinar los restos de un proyectil-cohete que llegaron a nuestro poder corno consecuencia de un afortunado y curioso error cometido el 13 de junio en el curso de unas pruebas realizadas en Peenemunde.
Según el relato de un prisionero,  el hecho se produjo de la siguiente forma:  Hacía algún tiempo que los alemanes utilizaban bombas «planeadoras» contra nuestros buques mercantes.
Las lanzaban desde los aviones y las guiaban por radio hacia el objetivo. Decidieron, pues, ver si un proyectil-cohete podía ser dirigido por el mismo sistema.
Llamaron a un técnico en el lanzamiento de bombas de aquel tipo y lo situaron en lugar conveniente para que tuviese a la vista el proyectil desde el momento mismo de ser disparado. Los experimentadores de Peenemunde estaban ya acostumbrados a ver cómo se elevaban los proyectiles-cohete y naturalmente, no se les había ocurrido que al técnico en bombas «planeadoras» le sorprendería el espectáculo. Pero le sorprendió, y tanto, que se olvidó de la función, que a él le estaba encomendada en aquellos momentos. En su asombro movió la palanca de control muy hacia la izquierda y la mantuvo en aquella posición.
Él cohete, dócilmente, fue evolucionando hacía la Izquierda, y cuando el especialista se sobrepuso ya estaba el artefacto fuera del alcance de sus aparatos de control y volaba hacia Suecia, donde cayó. No tardamos en enterarnos del hecho, y tras unas breves negociaciones, los restos del proyectil fueron transportados a Farnborough. Nuestros técnicos lograron allí reconstituir el arma de un modo notable.
Impresionante realización



Antes de fines de agosto sabíamos ya exactamente a que atenernos sobre lo que nos esperaba.
El cohete era una realización técnica impresionante. Su propulsión a chorro se efectuaba a base de la combustión de una mezcla de alcohol y oxígeno líquido, consumiendo cerca de cuatro toneladas de aquél y cinco toneladas de éste por minuto. Para introducir dichos combustibles en el receptáculo del proyectil al ritmo adecuado se necesitaba una bomba impelente especial de unos mil caballos ele potencia.
Esta bomba, a su vez, era accionada por una turbina movida a base de peróxido de hidrógeno. El proyectil-cohete era dirigido por medio do giróscopios  por ondas electro-magnéticas que actuaban sobre unas grandes aspas de grafito colocadas detrás de la cámara de combustión a fin de desviar los gases del tubo de escape, y de este modo guiar el proyectil. Este se elevaba primero en sentido vertical a lo largo de unos diez kilómetros, y luego bajo el efecto de unos mandos automáticos se inclinaba en un ángulo de 45 grados y seguia subiendo a una velocidad creciente.
Cuando la velocidad era ya suficiente para permitir al artefacto tener el alcance deseado, otros mandos también automáticos cortaban la entrada de los combustibles en la cámara de propulsión. El proyectil describía entonces una gigantesca parábola, alcanzaba una altura aproximada de ochenta mil metros y luego caía a unos 320 kilómetros del punto de lanzamiento. Su velocidad máxima era de 6.500 kilómetros por hora y su vuelo no duraba en total más allá de tres o cuatro minutos.

Cifras trágicas
Hacia fines de agosto creíamos que nuestros ejércitos lograrían expulsar al enemigo de todos los territorios situados a menos de 320 kilómetros de Londres — es decir, dentro del radio de acción del proyectil— pero los alemanes consiguieron retener en sus manos Walcheren y La Haya. Los dos primeros proyectiles-cohete fueron lanzados sobre la capital británica el 8 de septiembre, una semana después de haber terminado el gran bombardeo con «V-l». La primera «V-2» cayó en Chiswick, a las siete menos diecisiete minutos de la tarde. La segunda cayó en Epping, dieciséis segundos después. En los siete meses que transcurrieron antes de que nuestros ejércitos pudiesen liberar La Haya, desde donde el enemigo lanzaba la mayoría de los cohetes, fueron disparados unos 1.300 de éstos contra Inglaterra.
Muchos se quedaron a mitad de camino, pero unos 500 cayeron en Londres. El total de las víctimas ocasionadas por la «V-2» entre la población civil de Inglaterra fue de 2.724 muertos y 6.467 heridos graves. Por término medio cada proyectil-cohete causó doble número de bajas que una bomba volante. Aunque ambos artefactos llevaban aproximadamente la misma carga explosiva, la «V-l» producía un ruido estridente que advertía de su presencia a las gentes y en cierto modo les daba tiempo para guarecerse. La «V-2», en cambio, llegaba silenciosamente.


Defensa en forma de ataque


Estudiamos y pusimos en práctica muchas contramedidas.
La incursión realizada contra Peenemünde un año antes fue lo que contribuyó con mayor eficacia a reducir la magnitud de la amenaza. De no haber sido por aquella incursión, el ataque de las «V-2» habría empezado cuando menos al mismo tiempo que el bombardeo con las «V-l», y al ser efectuado desde una distancia más corta, hubiese sido mucho más preciso en el mes de junio de lo que lo fué a partir de septiembre. La aviación norteamericana siguió bombardeando Peenemünde durante los meses de julio y agosto.
Atacó también, junto con nuestros bombarderos, las fábricas en que se fabricaban las piezas aisladas de los proyectiles. Nuestros ejércitos empujaron a los alemanes hasta el límite de alcance de las «V-2» antes de que estuviesen en condiciones de utilizarlas. Nuestros cazas y nuestros bombarderos tácticos hostilizaron sin descanso los puestos de lanzamiento instalados cerca de La Haya. Finalmente, adoptamos las medidas oportunas para desconcertar el control electromagnético de los proyectiles-cohete si el enemigo llegaba a utilizarlos, e incluso estudiamos la posibilidad de hacerlos estallar en el aire al caer mediante disparos de artillería.
Nuestros esfuerzos limitaron el ataque a cuatrocientos o quinientos proyectiles por mes, repartidos entre Londres y el Continente, en tanto que el ritmo previsto por los alemanes era de novecientos. Así, pues, aun cuando fue poco lo que pudimos hacer contra la «V-2», una vez iniciada aquella ofensiva, lo cierto es que logramos aplazar el ataque y reducir notablemente el volumen del mismo. Unos doscientos proyectiles mensuales fueron dirigidos contra Londres, casi todos los demás contra Amberes y unos pocos contra otros objetivos continentales.


Superioridad del avión de bombardeo
El enemigo no hizo alusión alguna a sus nuevos artefactos bélicos hasta el 8 de noviembre, y yo no consideré necesario hacer una declaración pública hasta el 10 del propio mes. Pude entonces asegurar a la Cámara de ¡os Comunes que ni la amplitud ni los efectos del ataque habían sido graves hasta aquel momento, lo cual, afortunadamente, siguió siendo cierto en el curso de los restantes meses de la guerra.
A pesar de la gran realización técnica que suponían las «V-2», Speer, el competentísimo ministro aiemán de Armamentos, deploraba el esfuerzo que había sido preciso consagrar a la fabricación de proyectiles-cohete.
Afirmaba que cada uno de ellos requería tanto tiempo como la construcción de seis o siete cazas, que hubiesen sido mucho más útiles, y que habría sido posible fabricar veinte bombas volantes por el precio de una sola «V-2». Esta información, obtenida después de la guerra, confirma plenamente la opinión expresada tantas veces por lord Cherwell antes de los acontecimientos.
Fue una gran suerte que los alemanes dedicaran sus esfuerzos a los proyectiles-cohete en vez de aplicarse a construir bombarderos. Incluso nuestros «Mosquitos», cada uno de los cuales no era probablemente más caro que una «V-2», lanzaban un promedio de 125 toneladas de bombas por avión a menos de mil quinientos metros del objetivo en el curso de toda su actuación mientras que el proyectil-cohete dejaba caer tan sólo una tonelada, con un promedio de error de veinticuatro kilómetros.


Fracaso de lo nonnata «V-3»
Hitler había confiado en disponer de una tercera arma «V». Se trataba de una batería artillera de largo alcance y con cañones múltiples, encajada en el suelo, cerca del pueblo de Mimoyecques,


en el Paso de Calais. Cada uno de los cincuenta cañones, sin estrías, medía unos 120 metros de largo y tenía que disparar un proyectil de 152 mm. de diámetro y estabilizado en su trayectoria no por rotación, sino por unas aletas similares a las de un dardo.
Se colocaban cargas explosivas escalonadas en unos tubos instalados al lado del cañón y a todo lo largo del mismo, y se encendían sucesivamente para comunicar aceleración al proyectil, que había de alcanzar, al llegar a la boca de la pieza, una velocidad mínima de mil quinientos metros por segundo.
Los inventores esperaban poder, merced al gran número de cañones, lanzar uno de aquellos proyectiles contra Londres cada dos o tres minutos. Pero esta vez las esperanzas de Hitler quedaron completamente frustradas: todos los proyectiles de ensayo «cabeceaban» al hallarse en pleno vuelo, por lo cual el alcance y la precisión eran muy escasos. El 4 de mayo de 1944 se reunieron en Berlín un centenar de hombres de ciencia, técnicos en balística y oficiales auxiliares, y llegaron a la desagradable conclusión de que era preciso informar del fracaso al Führer.
Esto no lo supimos nosotros hasta más tarde, pero como medida de precaución nuestros bombarderos machacaron una y otra vez las construcciones de hormigón de Mimoyecques, que cinco mil obreros volvían una y otra vez a reparar.


El martirio de Bélgica
Aunque he reseñado la campaña de «represalia» de Hitler contra Inglaterra, no debernos olvidar que Bélgica sufrió en su carne parecidas amarguras cuando los alemanes utilizaron las mismas armas vengativas contra sus ciudades liberadas. No permitimos, desde luego, que el ataque alemán quedara sin respuesta.
Nuestro insistente bombardeo de los centros de producción y otros objetivos enemigos redujo por fortuna la amplitud del esfuerzo dirigido contra Bélgica tanto como contra nosotros. Pero no era tarea fácil volver a organizar un sistema de defensa a base de cazas y artillería, con todos sus complicados aparatos de control, en los territorios recientemente recobrados.
Los datos encontrados en los archivos alemanes señalan que al terminar la guerra Amberes había servido de blanco a 8.696 bombas volantes y 1.610 proyectiles-cohete. 5.960 cayeron dentro de un radio de doce kilómetros a contar desde el centro de la ciudad. En total murieron 3.470 personas de la población civil belga y 682 miembros de las fuerzas aliadas. Otras 3.141 bombas volantes fueron disparadas contra Lieja y 151 proyectiles-cohete contra Bruselas. El pueblo de Bélgica soportó aquel absurdo bombardeo con una presencia de ánimo igual a la del nuestro.


La balística, en una nueva era


Las armas «V» alemanas — aunque en definitiva su empleo terminó en fracaso — pusieron de manifiesto a nuestros ojos las grandes posibilidades que encerraban aquellos nuevos métodos. Duncan Sandys señaló, en un informe al Gabinete, la importancia decisiva que los proyectiles teledirigidos podían tener en una futura guerra, así como la necesidad de consagrar recursos considerables al perfeccionamiento de los mismos.
El siguiente párrafo del informe puede ser interesante por lo significativo;
«El advenimiento del proyectil de reacción, teledirigido y de largo alcance, ha abierto nuevas y vastas posibilidades a la ejecución de operaciones militares. En el futuro la superioridad en el terreno de la artillería a base de cohetes de largo alcance puede pesar tanto como la superioridad naval o aérea. Nuestra organización militar de tiempo de paz deberá comprender con carácter permanente un Estado Mayor de hombres de ciencia y de ingenieros de primerísima categoría que cuenten con amplias facilidades para efectuar sus investigaciones.»
Empezamos acto seguido a establecer los planes relativos a nuestros proyectiles dirigidos, y al terminar las hostilidades habíamos fundado ya una organización permanente con este objeto.


El espíritu de un pueblo
Tal es la historia de las nuevas armas en las que Hitler depositó obstinadamente su confianza durante largos meses, y es también la historia de la forma en que fueron derrotadas gracias a la previsión del Gobierno británico, la pericia de sus fuerzas armadas y la reciedumbre de espíritu del pueblo, que con su actitud por segunda vez en aquella contienda mundial dio un sentido aun más alto a la expresión «el gran Londres».

La Vanguardia 08-09-1953

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