dijous, 11 de maig del 2017

Memorias de Winston S. Churchill (X)


LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL


Ofensiva en una atmósfera de depresión

(La ofensiva de verano del mariscal Alexander en Italia había de empezar el 26 de agosto de 1S44, La víspera, por la tarde, Mr. Churchill se trasladó en avión al Cuartel General de campaña del general Léese, comandante del VIII Ejército.) Antes de emprender el viaje, pasé unas horas con Alexander en su puesto de mando. Estando yo allí, llegaron inesperadamente el general Devers y otro alto jefe norteamericano.

Tensión ínteraliada
La tan debatida operación «Yunque», rebautizada luego con el nombre de «Dragón» (desembarco en el sur de Francia), se hallaba entonces en curso bajo el mando del general Patch; pero Devers, en su calidad de delegado del general Wilson (comandante en jefe de las fuerzas de la zona del Mediterráneo), había estado por espacio de varias semanas retirando despiadadamente unidades y personal valiosísimo del XV Grupo de ejércitos, y en especial del V Ejército mandado por Mark Clark. Ya se sabía que el volumen de los efectivos destinados a la operación «Dragón» sería elevado probablemente al de un grupo de ejércitos y que Devers sería nombrado jefe del mismo.
Como es natural, este último procuraba reunir todas las fuerzas posibles para la gran empresa que se le iba a confiar y darle la máxima amplitud en todos los aspectos. Advertí  luego, aunque no se abordó ningún tema enjundioso, que existía una cierta frialdad entre él y Alexander.
Este, sonriente y afable, se excusó a los pocos minutos y me dejó en el comedor de la tienda de campaña con nuestros dos visitantes norteamericanos. Como el general Devers no parecía tener nada de particular que decirme, y yo, por mi parte, no deseaba meterme en terreno espinoso, me limité asimismo a los cumplidos y a las cuestiones de carácter general. Yo esperaba que Alexander volviese pronto, pero no lo hizo, y al cabo de unos veinte minutos Devers se despidió. Le deseé mucha suerte en su nuevo cometido, y así terminó su visita de cortesía. Pude apreciar, no obstante, la tensión que existía entre aquellos altos jefes militares bajo una impecable superficie de corrección.

Un grave error estratégico
Alexander regresó unos minutos después para decirme que era hora, de trasladarnos al aeródromo. Despegamos en su avión y volamos hacia el Nordeste durante una media hora, hasta llegar a Loreto. Allí un coche nos llevó al puesto de mando de Léese, instalado detrás del Monte Maggiore.
El general Léese nos dijo que el fuego de barrera destinado a proteger el avance de sus tropas empezaría a medianoche. Estábamos bien situados para observar la larga línea de fogonazos lejanos de la artillería. El bramido sordo, rápido e incesante del cañoneo me recordó la primera guerra mundial. Realmente la artillería se utilizaba en gran escala. Antes de acostarme dicté el siguiente telegrama para Smuts, con quien sostenía correspondencia regular:
«...Hasta ahora el engendro conocido con el nombre de «Yunque» ha producido el efecto contrario de lo que imaginaban quienes lo concibieron. En primer lugar no ha substraído en absoluto fuerzas enemigas del frente en que ataca el general Eisenhower. Por el contrario, es casi seguro que llegarán al frente principal de batalla dos o tres divisiones alemanas de retaguardia antes que las tropas aliadas desembarcadas en la Riviera.
En segundo lugar, ha sido impuesta aquí una situación de estancamiento al detener en plena carrera a estos dos grandes ejércitos, el Quinto y el Octavo, y al retirar de los mismos el personal más valioso.
La consecuencia de esto ha sido la retirada del frente italiano de tres divisiones alemanas, entre ellas una blindada, muy potente, con una fuerza activa de 12.500 hombres. Estas unidades han sido trasladadas directamente a la zona de Chalons, en Francia. Así, pues, han sido desplegadas frente a Eisenhower por lo menos cinco divisiones adicionales, cosa que no habría ocurrido si hubiésemos continuado nuestro avance aquí en dirección al Po y en última instancia sobre la gran ciudad de Viena..»

A 500 metros del frente alemán
Al día siguiente Alexander y yo salimos hacia las nueve de la  mañana. El ataque de la infantería estaba en marcha desde hacía  seis horas y se decía que nuestras tropas iban avanzndo; pero no  era posible todavía tener una impresión concreta de la situación y empezamos por escalar con el auto un pico rocoso muy saliente en  la cima del cual había un pueblecito y una iglesia.
Los habitantes, hombres y mujeres, salieron para saludarnos  de los sótanos en que habían estado refugiados.
Era evidente que  el lugar acababa de ser bombardeado, pues la única calle de la  aldea estaba obstruida por los escombros. -—¿Cuánto rato hace que terminó eso? — preguntó Alexander  al reducido grupo de personas que se habían congregado en torno  nuestro y nos miraban con una sonrisa forzada en los labios. — Hace cosa de un cuarto de hora — respondieron. Desde los baluartes centenarios que allí se alzaban, la perspectiva era verdaderamente espléndida.
Se distinguía todo el frente de ataque del VIII Ejército. Pero aparte el humo de las granadas, que estaban a seis o siete mil metros de distancia de un modo aislado, no había nada digno de ver.
Alexander me dijo al poco rato que era preferible que no permanecléramos allí, pues el enemigo podía de un momento a otro  abrir nuevamente fuego contra los puestos de observación como  aquél. Así, pues, nos retiramos hasta unos cuatro o cinco kilómetros hacia el Oeste y almorzamos al aire libre en el flanco de una colína.  Llegaron noticias de que nuestras tropas habían avanzado hasta dos o tres kilómetros más allá del río Metauro. La derrota de Asdrúbal había sellado en aquel punto el destino de Cartago. Propuse, pues, que también nosotros cruzásemos el río.
En media hora el coche nos llevó al otro lado del Metauro, donde la carretera discurría por entre unos olivares brillantemente iluminados por el  sol.  Guiados por un oficial de uno de los batallones que luchaban  en aquella zona, avanzamos hasta que el ruido de los disparos de fusil y el tableteo de las ametralladoras nos indicaron que estábamos cerca de la línea de combate. Poco después nos vimos obligados a detenernos. Había allí cerca un campo de minas y era necesario pasar exactamente por donde otros vehículos habían cruzado ya sin consecuencias.
Alexander y su ayudante de campo se dirigieron a efectuar un reconocimiento en un edifcio de piedra gris que nuestras tropas tenían en su poder y desde donde se nos dijo que se podía seguir muy bien la marcha de las operaciones. Tuve la impresión de que la lucha era muy esporádica. Unos minutos más tarde el ayudante de campo regresó para conducirme junto a su jefe, quien había encontrado un sitio muy bueno en el edificio, que en realidad era un viejo castillo situado en lo alto de una pendiente harto escarpada. Evidentemente, desde allí se podía divisar todo lo que había por ver. Apostados entre una espesura al otro lado del valle,  cosa de quinientos metros de distancia, los alemanes disparaban con fusiles y ametralladoras. Nuestra línea pasaba exactamente por debajo de donde nosotros nos hallábamos. El fuego era irregular e intermitente. Pero aquélla fue la ocasión en que estuve más cerca del enemigo y oí silbar más balas durante la segunda guerra mundial.


Insistencia sobre un tema debatido
A la mañana siguiente me llegó trabajo en abundancia, tanto en forma de telegramas como por la valija. Preocupaba al general Eisenhower la proximidad de las divisiones alemanas cuya retirada de Italia yo había mencionado a Smuts. Me complacía que nuestra ofensiva, preparada en una atmósfera de depresión, hubiese empezado. Redacté un telegrama dirigido al presidente Roosevelt en el que le exponía la situación tal como yo la veía. Deseaba hacerle constar, de un modo que no suscitase polémica alguna, la decepción que sentíamos ante el aniquilamiento de nuestros proyectos y al mismo tiempo exponerle mis ideas y esperanzas para el futuro. Con sólo que pudiese reavivar el interés del Presidente en aquel sentido, quizá habría aún posibilidad de mantener vigente nuestro plan de avanzar sobre Viena como meta final de las operaciones en curso.
Del primer ministro británico al presidente Roosevelt. «28 de agosto de 1944 El mariscal Alexander ha recibido un telegrama del comandante supremo aliado pidiéndole que haga esfuerzos para evitar la retirada de más divisiones (alemanas) del frente italiano. Esta, naturalmente, se ha producido a consecuencia de la gran debilitación de nuestros ejércitos destacados en Italia y ha tenido lugar enteramente desde que empezó el ataque en la Riviera.
En total han abandonado el frente cuatro divisiones, entre ellas una blindada, muy fuerte, en dirección a Chalons. No obstante, a pesar del proceso de debilitación, Alexander empezó hace unas tres semanas a estudiar con Cl*ík la posibilidad de flanquear o cruzar los Apeninos. Con este objeto el XIII Cuerpo de Ejército, formado por cuatro divisiones, ha sido puesto bajo el mando del general Clark y hemos podido proveerle de la artillería necesaria, de la que su ejército había sido despojado. La nueva unidad de ocho divisiones — cuatro norteamericanas y cuatro británicas —se halla agrupada ahora en torno a Florencia, con el eje de marcha orientado hacia el Norte. Desollando literalmente todo el frente y dejando largos trechos del mismo sin más guarnición que algunas unidades de antiaéreos transformadas en una especie de artillería-infantería y apoyadas por unas pocas brigadas de tanques, Alexander ha podido también concentrar diez divisiones británicas o bajo control británico — con elementos representativos de todo nuestro Imperio — en el flanco del Adriático.
Los contingentes avanzados de estas últimas atacaron el 25, antes de medianoche, y el 26, al amanecer, se inició un fuego general de barrera y empezó el avance.
Este ha sido hasta ahora de unos quince kilómetros en un amplio frente, pero nuestras fuerzas no han llegado aún a la posición principal; es decir, a la Línea Gótica. He tenido la gran suerte de seguir de cerca, sobre el terreno, este avance, y, por lo tanto, he podido formarme respecto a las características del campo de batalla moderno una idea más clara que la que cabe formarse desde las alturas en que hasta ahora he permanecido confinado.
El plan consiste en que el VIII Ejército, formado por diez divisiones muy concentradas en profundidad en un angosto frente, trate de perforar la Línea Gótica, penetrando en el valle del Po a la altura de Rímini; pero en el momento oportuno, teniendo en cuenta las reacciones del enemigo, Mark Clark atacará con sus ocho divisiones y una parte de los elementos de ambos ejércitos convergerá sobre Bolonia.  Si todo sale bien, espero que el avance será después mucho más rápido y que la constante acción de nuestras fuerzas impedirá que Eisenhower vea recargado el frente enemigo en el Oeste con la retirada de más divisiones alemanas de Italia.
general Léese

No he olvidado nunca lo que usted me dijo en Teherán acerca de Istria, y estoy seguro de que la llegada de un potente ejército a Trieste y a aquella península dentro de cuatro o cinco semanas tendría unas consecuencias que desbordarían ampliamente el marco puramente militar. La gente de Tito estará esperándonos en Istria. No puedo prever cuál será en aquel momento la situación de Hungría, pero en cualquier caso estaremos en condiciones de explotar a fondo cualquier cambio importante que se produzca allí.»

Expresiones de un desacuerdo evidente
No cursé el telegrama arriba transcrito hasta que llegué a Nápoles, de donde salí el 28 de agosto, y no recibí la respuesta hasta tres días después de regresar a Inglaterra.
Del presidente Roosevelt al primer ministro británico:
«31 de agosto de 1944  Me ha complacido mucho recibir la explicación de usted acerca de la forma en que el general Wilson ha  concentrado sus fuerzas en Italia y ha reanudado ahora la ofensiva. Mis jefes de Estado Mayor consideran que un  ataque vigoroso utilizando todas las fuerzas disponibles,  daría acceso al valle del Po ¡ es posible que el adversario decida entonces retirarse completamente del norte de Italia. Como esto permitiría al enemigo destinar divisiones a otros frentes, hemos de  hacer todo lo necesario para destruir sus fuerzas ahora  que las tenemos a nuestro alcance. Supongo que este es  el objetivo del general Wilson...  A mi entender, debemos acosar vigorosamente al  Ejército alemán en ltalia con todos los medios de que  podamos disponer y reservar la decisión respecto al  futuro destino de las tropas del general Wilson hasta que conozcamos mejor los resultados de su campaña y tengamos información más exacta sobre las intenciones alemanas. Podremos reanudar nuestra conversación de Teherán acerca de Trieste e Istria en «Octágono» (la subsiguiente conferencia de Quebec).» Me sorprendió la insistencia con que en aquel telegrama se aludía al general Wilson.
Del primer ministro británico al presidente Roosevelt.
«31 de agosto de 1944 Todas las operaciones en Italia son concebidas y ejecutadas por el mariscal Alexander, de acuerdo con las directrices generales que recibe del comandante supremo... En vista de que el enemigo se ha debilitado en el frente italiano con la retirada de cuatro de sus mejores divisiones, ya no solicitamos ningún nuevo refuerzo norteamericano aparte de la 92.a División, que, según tengo entendido, está a punto de llegar allí. Por lo demás, doy por sentado que no se efectuarán nuevas retiradas de contingentes aliados de Italia...
En cuanto al futuro, será preciso encontrar el medio de hacer actuar al Quinto y al Octavo Ejércitos contra el enemigo en forma continua una vez que los ejércitos alemanes en Italia hayan sido destruidos o hayan logrado, por desgracia, escapar. Dicho medio sólo puede consistir en un avance primero hacia Istria y Trieste y luego sobre Viena... Felicito a usted por el brillante éxito de los desembarcos efectuados en el sur de Francia. Espero vivamente que los alemanes en retirada podrán ser detenidos en Valence o en Lyón y luego cercados. Según parece, otra turbamulta formada por unos noventa mil hombres está refluyendo desde el Sur por Poitiers.»

Esperanzas frustradas

Roosevelt me envió otro telegrama el 4 de septiembre:
«Estoy convencido, como usted, de que las divisiones aliadas que actualmente tenemos en Italia son suficientes para cumplir su misión y que su jefe no permitirá que el ritmo de la batalla decrezca ni un instante; con objeto de destrozar a las fuerzas enemigas. Cuando haya sido desbordada la Línea Gótica, emplearemos aquellas divisiones en la forma que sea más útil para facilitar el avance de Eisenhower hasta el corazón de Alemania.
En cuanto a la utilización de nuestras unidades de Italia en el futuro, éste es uno de los asuntos que podremos discutir en Quebec.
Acaso las fuerzas norteamericanas deberían ser orientadas hacia el Oeste, pero no tengo ninguna idea preconcebida sobre el particular, y en todo caso esto dependerá del curso de la actual batalla en Italia y también en Francia, donde yo creo firmemente que no debemos escatimar en modo alguno las fuerzas necesarias para abrirnos paso rápidamente a través de las defensas occidentales de Alemania.
El mérito del gran éxito aliado en el sur de Francia corresponde por igual a todas las unidades aliadas que han intervenido, y la forma perfecta en que se ha desarrollado la operación desde el principio hasta el momento actual se debe a las dotes del general Wilson y su Estado Mayor interaliado, así como a las de Patch y  sus principales subordinados. Dada la caótica situación en que se hallan ahora los alemanes en el sur de Francia, confío en que la unión de nuestras fuerzas del Norte y el Sur podrá realizarse mucho antes de lo que se había previsto al empezar.»
Ya veremos que ambas esperanzas resultaron vanas. El ejército desembarcado en la Riviera a costa de tan dolorosos sacrificios para nuestras operaciones en Italia llegó demasiado tarde para prestar ayuda efectiva a Eisenhower en su primer choque realmente violento con el enemigo en el Norte en tanto que la ofensiva de Alexander no alcanzó, por escasísimo margen, el éxito que merecía y que tanto necesitábamos.
Italia no iba a quedar totalmente liberada hasta ocho meses más tarde. La posibilidad de realizar una flexión hacia la derecha con el fin de llegar a Viena nos fue denegada. Y excepto en Grecia, se nos esfumó la fuerza militar necesaria para influir, en la liberación del sudeste de Europa.

La Vanguardia 19-11-1953

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